1919 - 2011: Te llamamos simplemente Evita
Para recordar otro aniversario del nacimiento de Evita, El Noticialista publica algunas partes del libro “Mi Mensaje”, escrito durante sus últimos días. Este libro escondido y silenciado, que logró ser “salvado” de la destrucción de la Revolución Fusiladora por el Escribano Garrido, encargado de hacer el inventario en la vieja Residencia Presidencial de la calle Austria, gracias a quien se rescataron esos papeles del fuego al que seguramente serían destinados por los “defensores de la libertad y el pluralismo”.
Por eso decimos ¡¡EVITA PRESENTE, HOY Y SIEMPRE!!
1. MI MENSAJE
En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi corazón.
Quizás porque en "La Razón de mi Vida" no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez.
He dejado demasiadas entrelíneas que debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite. No. Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero de mis libros, pero mi amor y mi dolor no se conforman con aquella mezcla desordenada de sentimientos y de pensamientos que dejé en las páginas de "La Razón de mi Vida".
Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar.
Si, todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas que restañar, cómo será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud! Y como será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia!
Para ellos, para mi pueblo y para todos los pueblos de la humanidad es "Mi Mensaje". Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras.
No quiero recibir ya ningún elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores.
Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón. Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo -¡la primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!- aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los pueblos de la humanidad.
Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber toda la verdad.
Porque todos los que salieron del pueblo para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron deslumbrar por la fantasía maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar de la mentira.
Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, "prestando mi cara" para guardar mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras.
Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que se finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias.
Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas.
Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del mundo.
Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad.
A los trabajadores, a las mujeres, a los humildes descamisados de mi Patria y a todos los descamisados de la tierra y a la infinita raza de los pueblos! como un mensaje de mi corazón.
4. LAS PRIMERAS SOMBRAS
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales.
Ellos creyeron que yo "calculaba" con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.
Yo los conocí de cerca, uno por uno. Después, casi todos lo traicionaron a Perón, algunos en octubre de 1945, otros más tarde. Me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles en la cara la deslealtad y el deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar la falsía de sus procedimientos y de sus intenciones.
Yo me quedé sola junto a mi coronel hasta que se lo llevaron prisionero. Desde aquellos días desconfié de los amigos encumbrados y de los hombres de honor y me aferré ciegamente a los hombres y mujeres humildes de mi pueblo que sin tanto "honor", sin tantos títulos ni privilegios saben jugarse la vida por un hombre, por una causa, por un ideal. ¡O por un simple sentimiento del corazón!
Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no fuese su pueblo.
Desde entonces se lo he dicho infinitas veces en todos los tonos de voz como para que nunca se le olvide, en medio de tantas palabras con que mienten su honor y lealtad los hombres que rodean por lo general a un presidente.
Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.
Yo cuidé por mi pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con toda la indignación de mi rebeldía.
5. LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO
Los enemigos del pueblo fueron y siguen siendo los enemigos de Perón. Yo los he visto llegar hasta él con todas las formas de la maldad y de la mentira. Quiero denunciarlos definitivamente. Porque serán enemigos eternos de Perón y del pueblo aquí y en cualquier parte del mundo donde se levante la bandera de la justicia y la libertad.
Nosotros los hemos vencido, pero ellos pertenecen a una raza que nunca morirá definitivamente.
Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es necesario aplastarla donde quiera que brote si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos, si no queremos que vuelva a caer la noche sobre su victoria.
A los enemigos de Perón yo los he conocido de cerca y de frente.
Yo no me quedé jamás en la retaguardia de sus luchas. Estuve en la primera línea de combate; peleando los días cortos y las noches largas de mi afán, infinito como la sed de mi corazón, y cumplí dos tareas.
¡No sé cuál fue más digna de una vida pequeña como la mía, pero mi vida al fin! Una, pelear por los derechos de mi pueblo. La otra, cuidar las espaldas de Perón.
En esa doble tarea, inmensa para mí, que no tenía más armas que mi corazón enardecido, conocí a los enemigos de Perón y de mi pueblo. Son los mismos.
¡Sí! Nunca vi a nadie de nuestra raza y la raza de los pueblos! peleando contra Perón.
A los otros en cambio, si...
A veces los he visto fríos e insensibles. Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras. Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del camino.
No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige para conducirlos. Y menos, pueden ser dirigentes del pueblo.
Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo de las cumbres.
6. LOS FANÁTICOS
Solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran.
Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los héroes y los santos. Me gustan los mártires, cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo.
El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente y heroico es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte.
Por eso soy fanática. Daría mi vida por Perón y por el pueblo. Porque estoy segura que solamente dándola me ganaré el derecho de vivir con ellos por toda la eternidad.
Así, fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados.
El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón.
Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Nosotros sí.
Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen su pedestal en el corazón. No pueden ser fanáticos porque las sombras no pueden mirarse en el espejo del sol.
Frente a frente, ellos y nosotros, ellos con todas las fuerzas del mundo y nosotros con nuestro fanatismo, siempre venceremos nosotros.
Tenemos que convencernos para siempre: el mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo.
Quemarnos para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia.
Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: "¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino que arda!"
Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?
7. NI FIELES NI REBELDES
Yo he medido con la vara de mi corazón la frialdad y el fanatismo de los hombres. Los dos extremos han desfilado permanentemente ante mis ojos. El paisaje de estos años de mi vida es un inmenso contraste de luces y sombras.
En todos los momentos de esta vida mía me es dado contemplar y sufrir ese tremendo encuentro del fanatismo y de la indiferencia.
Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos de Perón como la frialdad y la indiferencia de los que debieron ser amigos de su causa maravillosa.
Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la oligarquía que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no siente ni comprende a Perón.
Si alguna cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquías militares y clericales es precisamente su frialdad y su indiferencia frente al drama de mi pueblo. Sí, no exagero: lo que sucede en nuestro pueblo es drama, auténtico y extraordinario drama por la posesión de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo bienestar que mi pueblo venía soñando desde el principio de su historia.
El 17 de octubre fue el encuentro del Pueblo con Perón. Aquella noche inolvidable se selló el destino de los dos, y así empezó el inmenso drama...
Frente a un mundo de pueblos sometidos Perón levantó la bandera de nuestra liberación. Frente a un mundo de pueblos explotados Perón levantó la bandera de la justicia.
Yo le sumé mi corazón y entrelacé las dos banderas de la justicia y de la libertad con un poco de amor... pero todo esto -la libertad, la justicia y el amor, Perón y su pueblo-, todo esto es demasiado para que pueda mirarse con indiferencia o con frialdad.
Todo esto merece odio o merece amor.
Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor.
Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como "los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes".
9. LOS IMPERIALISMOS
¡Los imperialismos! A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia. Se proclama defensor de la libertad mientras va encadenando a todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que aceptar sus inapelables exigencias.
10. LOS QUE SE ENTREGAN
Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos.
Yo los he conocido también de cerca. Frente a los imperialismos no sentí otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi desprecio.
Muchas veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. "No podemos hacer nada", decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira.
¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira...!
Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano.
"No podemos hacer nada" es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas.
No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias.
11. POR CUALQUIER MEDIO
Nosotros somos un pequeño pueblo de la tierra, y sin embargo con nosotros Perón decidió ganar, frente al imperialismo capitalista, nuestra propia justicia y nuestra propia libertad.
Y somos justos y libres. Podrá costar más o menos sacrificio ¡pero siempre se puede!
No hay nada que sea más fuerte que un pueblo. Lo único que se necesita es decidirlo a ser justo, libre y soberano.
¿Los procedimientos? Hay mil procedimientos eficaces para vencer: con armas o sin armas, de frente o por la espalda, a la luz del día o a la sombra de la noche, con un gesto de rabia o con una sonrisa, llorando o cantando, por los medios legales o por los medios ilícitos que los mismos imperialismos utilizan en contra de los pueblos.
Yo me pregunto: ¿qué pueden hacer un millón de acorazados, un millón de aviones y un millón de bombas atómicas contra un pueblo que decide sabotear a sus amos hasta conseguir la libertad y la justicia?
Frente a la explotación inicua y execrable, todo es poco. Y cualquier cosa es importante para vencer.
30. UNA SOLA CLASE
Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía.
No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan.
Es necesario que los pueblos impongan en el mundo entero esta verdad peronista.
Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía.
Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencemos.
Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad.
Para que no haya luchas de clases, yo no creo, como los comunistas, que sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo. No, porque sería cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos los de ahora tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas, en virtud de la ambición, de los honores, del dinero o del poder.
El camino es convertir a todos los oligarcas del mundo: hacerlos pueblo, de nuestra clase y de nuestra raza.
¿Cómo? Haciéndolos trabajar para que integren la única clase que reconoce Perón: la de los hombres que trabajan. El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es la gran virtud.
Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad.
Pero, mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores.
Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!
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