lunes, 15 de noviembre de 2010

EDUARDO ALIVERTI: La Fórmula.

EDUARDO ALIVERTI: La Fórmula.

Por Eduardo Aliverti

Sí, hay una fórmula que, por lo general, no falla nunca: cuando en política aparece o se muestra todo embarrado, sencillamente se trata de ver quiénes son los favorecidos, interesados u ocultos tras el barro. Y es que, además, suelen estar a simple vista.

 
La semana ya pintaba muy revuelta, porque se sabía que el debate presupuestario era, quizá, la última gran oportunidad figurativa del año para la oposición. No debería ser así, en tanto puede haber variadas aristas para continuar polemizando con el Gobierno. Pero tienen el problema de que, si no es en el Congreso, no rebotan en ninguna parte. La jefatura opositora la ejercen los grandes medios, no los que fungen explícitamente como dirigentes opositores. Y encima, cuando éstos repercuten por fuera del ámbito parlamentario, es para peor. Así sucedió con el abandono de Reutemann, ido del denominado Peronismo Federal sin previo aviso; lo cual, vale tener presente, es así en forma literal: la noche del martes, el santafesino se juntó con parte de la mesa chica de ese rejuntado y se despidieron cual besito de buenas noches-mañana te llamo. Pero lo que pasó a la mañana es que largó un comunicado con la explicación de haberse quedado sin nafta para seguir ahí, por causas que, según es invariable en él, no dio a conocer. El hecho se sumó a los confusos signos de Solá, a quien la muerte de Kirchner pareció revelarle que el pueblo está en otra parte; y al silencio de De Narváez, quien mediante ese recurso, se especula, estaría sugiriendo que descubrió lo mismo. La jugada de Reutemann dejó con el traste hacia el norte no sólo a sus ahora ex compañeros de una ruta que, tal vez o con seguridad, nunca existió. También quedaron desacomodados los parlantes mediáticos del antikirchnerismo, que ya venían de un golpe severo con la definición de Scioli acerca de que seguiría donde Cristina lo necesitara. Reutemann aparecía entonces como el único Menem blanco en quien depositar las últimas esperanzas. Para el establishment, en voz muy baja o ya algo subida, el resto de los “peronistas federales” no cotiza en bolsa; el hijo de Alfonsín apenas si podría ser aspirante a concejal de Chascomús si no portara ese apellido; y Macri no les garantiza nada, tanto por su carencia de alcance nacional como por su incapacidad de gestión. El firmante no tiene el más mínimo propósito de plegarse a la bandada de conjeturas que desató la defección de Reutemann. Es una figura de la que, hace años, se pretende encontrar genialidades ajedrecísticas detrás de cada gesto o silencio que perpetra, cuando nada indica la existencia de talento político, o volumen de poder, superiores a los del Gardiner mendocino. Este país casi siempre depara sorpresas que invitan a no ser tajantes en los pronósticos, es verdad. Sin embargo, con esa salvedad, lo concreto hasta ahora es: a) que a la derecha se le cayeron los amasijos de torre con alfil, depositarios de sus complicadas esperanzas; y b) que en consecuencia se imponía distraer la atención en algún otro flanco del tablero.

 
Y ese costado, obvio, fue el Congreso. ¿Qué podía hacer la oposición frente a la realidad, fielmente objetiva, del juego de pinzas en que quedó aprisionada tras la muerte de Kirchner? Veamos. Manifestación fúnebre–popular, con una extensión cuantitativa y cualitativa que no se supo o no se quiso prever. Presidenta en acción, pero aún de luto. Rechazo de la aprobación presupuestaria en medio de un funeral reciente, más prestarse a la imagen ratificatoria de que sólo les importa el palo en la rueda. Y, para coronar, demostración de que cada cual atiende su quiosco porque ni siquiera son capaces de articular una táctica legislativa. Negar a secas que, desde el Gobierno, hayan pretendido coimear a ignotos opositores para favorecer el consentimiento al Presupuesto suena tan ridículo como descartar que ante semejante laberinto la oposición haya aprovechado a sus ignotos para inventar que quisieron coimearla. Y del mismo modo: puede asomar verosímil un intento oficialista a fin de quebrar al bando de enfrente con la Banelco. Pero también se manifiesta racional preguntarse para qué querría el Gobierno exponerse a ese riesgo, respecto de un tema en el que no le va la vida, ni muchísimo menos. Lo peor que le puede pasar es tener que manejarse con los recursos ampliados de los fondos 2010, en medio de una economía que a priori no sufre, ni hoy ni en el mediano plazo, tempestades estructurales de ninguna índole (excepto, tal vez, según sea el grado de la devaluación brasileña). Como todas éstas no son más que hipótesis, volvamos al principio deductivo de origen: observación y listo.

De acuerdo con tal parámetro, se mira y está Carrió presentándose como solitaria virgen incorruptible. Pinedo, un caballero de derechas, manda presa a buena parte de su propia tropa por haberse ausentado del recinto, en lugar de aportar para derrotar al oficialismo. Stolbizer carga contra Carrió. Los peronistas federales directamente no dicen mu, todavía enfrascados en si Reutemann es Maquiavelo redivivo o un cuidador de lechones. Y Clarín –fracasada al cabo aquella cena en que Magnetto intentó alinear a la patrulla, con la exigencia de que definieran algún liderazgo de algún tipo– se fue a apostar a la “ropa vieja”, como le decían las abuelas al rico mejunje ése que se integraba con las sobras: denuncias de coimas, investigación, institucionalidad, autoritarismo, provocaciones, crispación y la descarada operatoria para voltear a Boudou. ¿Con eso se da imagen de saber gobernar en un futuro? No, claro. Pero se entretiene, porque es la forma que les queda para producir realidad. En cierto sentido, no deja de ser una paradoja aleccionadora. Apostaron al bardo para zafar de ese intríngulis producido por la desaparición del tipo que les ordenaba el discurso. Y aconteció el haber demostrado, ellos mismos, que si lo de las coimas fuera cierto, resulta que se dejaron comprar. ¿Será ésa la calidad institucional con que aspiran a restaurar la República?

 
Antes de que todo esto volviera a desnudarse, se murió Massera. Una mayoría de las necrológicas periodísticas –con excepción del diario bahiense La Nueva Provincia, en tanto quintaesencia del fascismo criollo– habló del deceso de uno de los más grandes hijos de puta de la historia argentina. Sádico, verdugo, ladrón, megalómano, apropiador de bebés, símbolo máximo del terrorismo de Estado, aspirante a César post–dictatorial, fiestero de la ESMA. No quedaron adjetivos ni figuras descriptivas que no se le endilgasen justicieramente a este esperpento en realidad indescriptible, incluso por parte de los medios que le fueron serviles durante su horrendo apogeo. Lo que faltó, asimismo con las excepciones consabidas, es recordar que fue todo eso en función de un proyecto criminal para dejar al país en manos de sus mandantes civiles, de una clase dominante que chorreaba sangre de intereses económicos. Y que necesitaba de los genocidas para imponerlos.

 
Cambiaron los tiempos y esa derecha insaciable está sin partido militar. Los juzgaron, los condenaron, los indultaron, los desindultaron, volvieron a condenarlos y están presos. Les bajaron el cuadro de su fábrica de asesinos. Se quedaron sin armas. Sin grupos de tareas. Sin sótanos. Sin descargas eléctricas en la vagina de las embarazadas. Sin carne quemada. Se quedaron sin Massera. No hay nada que celebrar. O sí: lo que parece ser una creciente conciencia social, o activa, en torno de cuáles fueron las causas capaces de engendrar a monstruos de ese tamaño.
 
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