No es que nunca se vio, sino todo lo contrario. Pero la insistencia de chocar contra la misma piedra es digna de respeto.
Aunque ya venía amenazando poco antes de las elecciones, el clima de que "algo anda mal" no tardó ni un par de días en expandirse tras el 54 por ciento. El vehículo fue, es y será, cada vez que pueda o tenga que ser, el dólar como pasión argentina; como refugio hacia el cual escapar, o en el que guarecerse por si las moscas, según la convicción de sectores de una clase media que es la destinataria exclusiva del humor mediático. En la creación o amplificación de atmósferas conflictivas, importa tres pitos lo que ocurra con aquellos cuyo poder adquisitivo tiene nada que ver, en forma directa, con la cotización de la divisa estadounidense. En los grandes medios que motorizan expectativas desfavorables no existen ni la estabilidad del empleo, ni la asignación universal por hijo, ni el impacto de ésta en los índices de escolaridad, ni que precios crecientes no es igual a precios altos. Ni, menos que menos, los indicadores populares de que la política volvió a sentirse como algo que no discurre, necesariamente, por su sujeción a los agentes del poder económico. Esto no significa cargar culpas o responsabilidades decisorias en el papel de la prensa opositora; ni ignorar que en efecto hay dificultades en el flanco externo de la economía, por mucho que "problemas" y "algo anda mal" no sea la misma cosa. Es cierto que las importaciones crecen más que las exportaciones y que lo girado al exterior por las multinacionales se incrementó, porque también lo hicieron sus ganancias y por los requerimientos de sus casas matrices debido a la crisis financiera mundial. Es cierto que eso debe reubicar el alerta por el grado de extranjerización de la economía argentina. Y es cierto que el gobierno argentino, como lo explica Enrique Martínez en un análisis de circulación electrónica, cometió un error. "Reglamentar la compra de dólares, aun en muy pequeña cantidad (...), avivó fantasmas del pasado sin necesidad y, rápidamente, fue aprovechado por quienes quieren sabotear esta política con una intención muy clara: conseguir que Argentina tome deuda externa nuevamente, y reinicie la rueda perversa que ya sabemos a dónde conduce (...) Un error que en política no es admisible: tomar una decisión sin prever qué hará el adversario sobre ella. La prensa hostil, más varios operadores cambiarios, reaccionaron con agilidad y sembraron el temor, porque en ese burbujeo es donde más ganan." Basta citar alguna cifra, como la que habla de que los exportadores sojeros, desde hace alrededor de dos semanas, liquidan un 40 por ciento menos de lo que les corresponde impositivamente. Y también es cierto, como especifica el titular del INTI, que debe diferenciarse a quien guardó o guarda dólares en el colchón de quien busca colocarlos en un banco del exterior, usualmente por una vía irregular. "Cierta prensa malintencionada llama a ambas cosas 'fuga de capital', cuando en rigor sólo la segunda lo es. La primera forma de ahorro les quita recursos a los bancos, pero eso es mucho menos grave que llevarse el dinero fuera del país."
En línea análoga con esos manipuleos mediáticos, el recorte en los subsidios del Estado a las empresas de servicios públicos, como a compañías financieras y de seguros, juegos de azar, puertos y aeropuertos, etcétera, fue presentado cual demostración del estrangulamiento que atravesarían las arcas fiscales. La impertérrita gata Flora sale a escena una vez más, tras su insistencia de hace tiempo con lo imperioso de que el Gobierno recorte ese tipo de beneficios. Ahora que lo hace, por las cuentas requirentes de ajuste pero en un marco que puede impedir su traslado a las porciones sociales más desprotegidas, resulta que es símbolo de soga casi al cuello.
En sentido más universal acerca de las andanzas discursivas de la derecha, no sólo en plano periodístico, en Página/12 del martes pasado hay una excelente entrevista del colega Javier Lewkowicz a Pablo Bortz, economista argentino de la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda. La nota merece ser leída en su totalidad porque, tanto desde la sencillez explicativa como por los datos y conclusiones que brinda Bortz, echa muy buena luz estructural sobre la presunta insensatez del "rescate" que la Unión Europea le (se) propone para la caldera griega. Pero el remate, sobre todo, es neurálgico. A la pregunta de qué efecto produce a nivel político la crisis económica, Bortz señala que "los partidos de ultraderecha, que luego de la Segunda Guerra Mundial no tenían gran relevancia, ahora han crecido en muchos distritos hasta ser, casi, opción de gobierno (...) La derecha hizo (...) un discurso muy inteligente. Si en Argentina apela a 'Doña Rosa' (bueno, podría decirse que apelaba), en Holanda inventaron a 'Hank y Greta', una pareja cincuentona que 'paga impuestos para que en las universidades estudien vagos y los extranjeros les quiten el trabajo a los nativos' (...) Dicen que Grecia es el ejemplo de descontrol fiscal, se quejan de 'los vagos griegos', pero Grecia no paga en pensiones, como porcentaje del PBI, más que Alemania o Austria. En cambio, los griegos trabajan un 40 por ciento más, en horas, que los alemanes y los holandeses". Y entonces sigue el apunte que, como bien dice Bortz, nadie menciona. "Grecia tiene un importante gasto militar, (...) por el conflicto con Turquía por Chipre. Y no por casualidad, sus principales proveedores de armas son Alemania y Francia. De hecho, (...) hubo un rescate de 100 mil millones de euros, condicionado a que Grecia compre 20 mil millones en armas."
¿Esto vendría a ser el "anarco-capitalismo financiero"? No, esto es capitalismo en el más puro de sus estados. El periodista podría observar, acerca de eso, un matiz de diferencia con el discurso impactante que dio la presidenta argentina esta semana, en Francia, durante la cumbre de los desarrollados más los emergentes. Vale reparar, como marcaje excedente de la nota de color, que volvió a prescindir de hasta un mero ayudamemoria como sostén de su oratoria excepcional: imaginemos, por un segundo, que delante de esa crema de presidentes y primeros ministros hubiera tenido que exponer cualquiera de los espectros de nuestra oposición. Fuera de eso, Cristina ratificó su confianza en el sistema, aludiendo a la necesidad de un capitalismo más serio que, en vez de controlar a los países a ver cómo ajustan, regule a los que verdaderamente deben regularse. Obama y Sarkozy se rindieron mediáticamente a los pies de esta jefa de Estado que les chanta en la cara cuánto están equivocándose, pero asoma alguna dosis de ingenuidad --de cínica brillantez, es probable-- en la pretensión de que se corrijan. La mirada o demanda del suscripto es un tanto rebuscada, políticamente hablando, porque la correlación de fuerzas internacional es la que es. Debería bastar con que Cristina llegó hasta el límite de correrlos por izquierda. Pero si pasamos a lo ideológico, estaría claro que el capitalismo ya no tiene respuestas de justicia social y que se impone una instancia superadora. Un foro como el G-20 no da para decir eso, con toda seguridad. Jamás debe perderse de vista la distancia abismal entre la responsabilidad de un líder político y las facilidades de un comentarista. Y por lo pronto, se advierte en el discurso presidencial la idea subyacente de que, así como están, no van a ninguna parte que no sea horrible para la mayoría y las mayorías de los pueblos. Cristina es lo más a la izquierda que haya surgido de mucho tiempo a esta parte, en este país y en el subcontinente, desde una concepción de estadista respetada. Y encabeza aquí la única herramienta política que, hoy por hoy, es capaz de consolidar un rumbo de reparación para esas grandes mayorías, sin que eso quiera decir más que eso.
A la hora de fijarse o alarmarse por el barullo con la compra autorizada de dólares, sin ir más lejos, es mejor tenerlo en cuenta porque a la película de joder con la economía y la desconfianza de la clase media, a falta de opciones políticas de derecha que tengan votos, también ya la vimos.
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