¿Quiénes son los reales patoteros?
Publicado el 6 de Noviembre de 2010“Bajar el nivel de confrontación” y “contener la ofensiva de Moyano” son frases que bien podrían remplazarse con “frenar la discusión del reparto de ganancias”. ¿Por qué los editoriales jamás critican a al sector empresarial?
Hay que evitar los excesos verbales de Moyano.” Fue esa la frase más escuchada desde las cúpulas empresarias en las coberturas de cuanto coloquio o reunión donde participaran los hombres más poderosos del país. Y por supuesto el latiguillo fue amplificado a viva voz y sin profundidad por los medios del establishment, concentrados como nunca en instalar la consigna de que lo que hay que hacer es “bajar el nivel de confrontación”.
“Están cebados”, citó El Cronista a un directivo en referencia al afán de la CGT por discutir el proyecto para distribuir entre los trabajadores el 10% de las ganancias que ellos mismos generan. Según explicó la nota, los empresarios creen que “los efectos de la iniciativa serían ‘contraproducentes’ para el país, ya que impedirían ‘el clima de paz social que es necesario para que la empresa y sus trabajadores prosperen’”. La frase, si no de “patotera”, podría calificarse cuanto menos de amenazante. El lunes pasado, Clarín transcribió una conversación con un empresario que, muy enojado, expresó: “La UIA y la CGT rompieron la escalada, hubo un acuerdo de cortarla. Nos estábamos yendo a la m…, un enfrentamiento así no tiene retorno. Pero en la cancha se ven los pingos. Moyano no es el hombre bueno y negociador que nos quieren mostrar ahora.”
El domingo, en tanto, La Nación publicó un comentario de un miembro de la UIA, quien, especulando sobre la influencia que distintos funcionarios podrían tener sobre la presidenta, señaló que “si el que gana es (Carlos) Zannini, gana la pingüinera, y ahí sonamos. Pingüinera y kirchnerismo significan lo mismo para todos: menos diálogo, tal vez mayor soberbia”. Vale recordar también que, si bien el diputado Héctor Recalde, autor del citado proyecto, reconoció que probablemente éste no será tratado en lo que queda de 2010, sí organizó reuniones con las entidades empresarias para darles la posibilidad de conversar sobre la iniciativa. Estas, no obstante, postergaron la cita en varias oportunidades, en lo que hasta La Nación calificó como un “desplante”.
Por eso llama la atención que, ante tantas descalificaciones, sigan insistiendo los editoriales en tildar de “patotero” al sindicalismo sin escribir una sola crítica hacia la “polémica” actitud del sector empresario. Estas notas amplifican el reclamo corporativo de “bajar la confrontación”, pero raras veces lo ponen en el contexto de la discusión por el reparto de ganancias, un hecho que resulta fundamental para comprender el trasfondo del problema. En otras palabras: en algunos artículos, la proposición “bajar el nivel de confrontación” podría sustituirse con “aplazar el debate sobre la distribución de las ganancias”.
Por el contrario, una de las frases más repudiadas fue aquella en que Moyano aseguró que “sacaría a los pibes a la calle” si Julio Cobos fuese presidente. Es cierto que, de buenas a primeras, la insinuación puede no caer muy simpática. Y también es verdad que, escuchado sin atención y a vuelo de pájaro, el enunciado suena a pelea más que a concordia. Pero puestos a reflexionar, tampoco resulta verosímil una imagen de “los pibes en la calle” si lo que hay es trabajo digno, sueldos decentes y la promesa de distribución de utilidades. Por eso, hacia el interior de una empresa, es raro pensar que alguien proteste simplemente por deporte. Esa es una suposición falaz. Pero la imagen de “los pibes en la calle”, en otro sentido, podría también remitir a la idea de un colectivo de trabajadores unido, compacto, solidario y capaz de forjarse una identidad común. Y entonces lo opuesto a eso no sería, precisamente, “la paz social”, sino antes bien organizaciones sindicales débiles y, por lo tanto, funcionales a los intereses de las compañías.
La semana pasada, Eduardo van der Kooy escribió en Clarín un artículo en el que, hablando del “estilo” de Moyano, cuestionó “los aprietes, el clientelismo y la vetusta práctica de las movilizaciones como símbolo de poder”. El tema es que, aunque se pretenda instalar lo contrario, la movilización es una vía de protesta legítima mediante la cual determinados grupos sociales cuentan con la posibilidad de manifestar su descontento de manera pública. Sea cual fuere la definición, el caso es que no estamos hablando de nada “vetusto” ni asimilable tampoco al “apriete”, de la misma manera que “sindicalismo” no equivale necesariamente a “patota”.
“Bajar el nivel de confrontación” puede sonar a deseo muy bonito, pero en la práctica esa consigna pareciera estar enmascarando otros fines. Tal vez no esté tan mal que el gobierno se atreva a “confrontar” cuando es necesario. De otra forma, más que un gobierno, lo que tendríamos sería apenas una junta para administrar los intereses del empresariado.
“Están cebados”, citó El Cronista a un directivo en referencia al afán de la CGT por discutir el proyecto para distribuir entre los trabajadores el 10% de las ganancias que ellos mismos generan. Según explicó la nota, los empresarios creen que “los efectos de la iniciativa serían ‘contraproducentes’ para el país, ya que impedirían ‘el clima de paz social que es necesario para que la empresa y sus trabajadores prosperen’”. La frase, si no de “patotera”, podría calificarse cuanto menos de amenazante. El lunes pasado, Clarín transcribió una conversación con un empresario que, muy enojado, expresó: “La UIA y la CGT rompieron la escalada, hubo un acuerdo de cortarla. Nos estábamos yendo a la m…, un enfrentamiento así no tiene retorno. Pero en la cancha se ven los pingos. Moyano no es el hombre bueno y negociador que nos quieren mostrar ahora.”
El domingo, en tanto, La Nación publicó un comentario de un miembro de la UIA, quien, especulando sobre la influencia que distintos funcionarios podrían tener sobre la presidenta, señaló que “si el que gana es (Carlos) Zannini, gana la pingüinera, y ahí sonamos. Pingüinera y kirchnerismo significan lo mismo para todos: menos diálogo, tal vez mayor soberbia”. Vale recordar también que, si bien el diputado Héctor Recalde, autor del citado proyecto, reconoció que probablemente éste no será tratado en lo que queda de 2010, sí organizó reuniones con las entidades empresarias para darles la posibilidad de conversar sobre la iniciativa. Estas, no obstante, postergaron la cita en varias oportunidades, en lo que hasta La Nación calificó como un “desplante”.
Por eso llama la atención que, ante tantas descalificaciones, sigan insistiendo los editoriales en tildar de “patotero” al sindicalismo sin escribir una sola crítica hacia la “polémica” actitud del sector empresario. Estas notas amplifican el reclamo corporativo de “bajar la confrontación”, pero raras veces lo ponen en el contexto de la discusión por el reparto de ganancias, un hecho que resulta fundamental para comprender el trasfondo del problema. En otras palabras: en algunos artículos, la proposición “bajar el nivel de confrontación” podría sustituirse con “aplazar el debate sobre la distribución de las ganancias”.
Por el contrario, una de las frases más repudiadas fue aquella en que Moyano aseguró que “sacaría a los pibes a la calle” si Julio Cobos fuese presidente. Es cierto que, de buenas a primeras, la insinuación puede no caer muy simpática. Y también es verdad que, escuchado sin atención y a vuelo de pájaro, el enunciado suena a pelea más que a concordia. Pero puestos a reflexionar, tampoco resulta verosímil una imagen de “los pibes en la calle” si lo que hay es trabajo digno, sueldos decentes y la promesa de distribución de utilidades. Por eso, hacia el interior de una empresa, es raro pensar que alguien proteste simplemente por deporte. Esa es una suposición falaz. Pero la imagen de “los pibes en la calle”, en otro sentido, podría también remitir a la idea de un colectivo de trabajadores unido, compacto, solidario y capaz de forjarse una identidad común. Y entonces lo opuesto a eso no sería, precisamente, “la paz social”, sino antes bien organizaciones sindicales débiles y, por lo tanto, funcionales a los intereses de las compañías.
La semana pasada, Eduardo van der Kooy escribió en Clarín un artículo en el que, hablando del “estilo” de Moyano, cuestionó “los aprietes, el clientelismo y la vetusta práctica de las movilizaciones como símbolo de poder”. El tema es que, aunque se pretenda instalar lo contrario, la movilización es una vía de protesta legítima mediante la cual determinados grupos sociales cuentan con la posibilidad de manifestar su descontento de manera pública. Sea cual fuere la definición, el caso es que no estamos hablando de nada “vetusto” ni asimilable tampoco al “apriete”, de la misma manera que “sindicalismo” no equivale necesariamente a “patota”.
“Bajar el nivel de confrontación” puede sonar a deseo muy bonito, pero en la práctica esa consigna pareciera estar enmascarando otros fines. Tal vez no esté tan mal que el gobierno se atreva a “confrontar” cuando es necesario. De otra forma, más que un gobierno, lo que tendríamos sería apenas una junta para administrar los intereses del empresariado.
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