El amor y la política, Por Norberto Galasso
En la historia de nuestro pueblo latinoamericano, se reiteran los casos de importantes figuras políticas unidas por una fuerte relación sentimental y al mismo tiempo, por un mismo ideal de redención social o nacional.
Pero, como la Historia no sólo la escriben los que ganan sino especialmente “los hombres que ganan” y no las mujeres, resulta que muchas admirables luchadores han quedado en el olvido o son apenas reconocidas sin otorgársele la debida importancia.
Una de estas mujeres fue Manuela Sáenz, quien luchó junto a Simón Bolívar. Como se sabe, Bolívar fue traicionado por su vicepresidente, Francisco de Paula Santander -indignidad que suele ocurrir en nuestra América Morena- y precisamente a Santander se lo acusó por el golpe comando del 25 de septiembre de 1828 en el cual intentaron asesinar a Bolívar, ocasión en la cual Manuela impidió el crimen, enfrentando a los conjurados y dando así tiempo a la fuga del Libertador.
Manuela salvó así a su hombre y al mismo tiempo a su líder político, a quien acompañó en una lucha que le había valido, años atrás, una condecoración del General San Martín.
Otro caso semejante es el de Elisa Lynch, en la cual encontró su gran compañera el mariscal Francisco Solano López, en su trágica epopeya de la Triple Alianza.
Aunque escocesa de nacimiento, Elisa unió su destino al de la Patria Grande Latinoamericana martirizada por aquel infame genocidio y cuando quince años después de la tragedia -luego de sufrir toda clase de humillaciones por parte de las damas aristocráticas- arribó al puerto de Buenos Aires, la abucheó un grupo de mitristas hasta que le abrió paso a bastonazos el poeta Carlos Guido Spano para rescatarla y protegerla.
En estas historias se puede ir más lejos, como cuando las guerrillas altoperuanas impidieron una y otra vez el avance de las fuerzas realistas. Allí combatió también una pareja, consolidando su amor en la lucha por la libertad: Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla.
Una y otra vez enfrentaron a la reacción, pero en 1816, en la acción de Villar, Padilla fue muerto y degollado, siendo clavada su cabeza en lo alto de una pica en el pueblo de la Laguna. La Juana no pudo soportar semejante ignominia y tiempo después, al frente de sus amazonas, ocupó la Laguna y recuperó la cabeza de su esposo. Luego, acompañó la lucha de las guerrillas de Güemes en el Norte, ya con el título de Teniente Coronel que le otorgó el General Belgrano.
También se puede ir más cerca y recordar la entrega total de Evita junto a Juan Domingo Perón, donde la pasión por el compañero de lucha, se consolidaba en el común proyecto político de emancipación social.
Y por supuesto, se reitera en el matrimonio Kirchner, en estos días: más allá de la maledicencia de los diversos opositores, algunos para quienes no gobernaba él entre 2003 y 2007 sino que era ella la que dirigía; otros, para los cuales no era ella la verdadera presidenta entre 2007 y 2010 sino él quien gobernaba desde las sombras, míseras chicanas de quienes personificaban en el matrimonio su rechazo al avance popular, cuando resultaba evidente la complementariedad de ambos en la acción política.
También en este caso, las circunstancias produjeron la muerte de uno de ellos y la soledad del otro, soledad que sólo puede superarse con la presencia popular en las calles.
Néstor, a pesar del alerta de los médicos, no puso límite alguno a su militancia llevado hacia la muerte por su consecuencia porque, como él decía, no había llegado a la presidencia para abandonar sus convicciones sino para empujar en el camino de los cambios necesarios.
Esta vez no fue, como en el 52, que el hombre quedó solo prosiguiendo la lucha sino que, en cambio, Cristina vive su lucha por superar su dolor mientras redobla esfuerzos para continuar el camino que había comenzado con Néstor en las luchas estudiantiles del pasado.
En sus palabras de estos días, Cristina ratificó la clave de esa identidad en la lucha: “El nos diría seguramente: seguir adelante, para eso vinimos, a cambiar la Argentina”.
En todos estos casos, se ensamblan los afectos personales profundos con la identidad en el proyecto político de liberación.
Quizás todavía haya muchos que no lo entiendan porque se lo impide su cerrado sentido de clase que abomina de todo progreso popular y de los líderes que lo representan, y que, además, en su formación enciclopedista, conocen seguramente los entretelones de alcoba de las corruptas dinastías europeas, pero no comprenden estas historias de la propia patria, donde el amor no se expresa en predominio alguno entre dos seres que se complementan en la lucha política, sino que se sublima en una sola palabra: Compañeros.
Pero, como la Historia no sólo la escriben los que ganan sino especialmente “los hombres que ganan” y no las mujeres, resulta que muchas admirables luchadores han quedado en el olvido o son apenas reconocidas sin otorgársele la debida importancia.
Una de estas mujeres fue Manuela Sáenz, quien luchó junto a Simón Bolívar. Como se sabe, Bolívar fue traicionado por su vicepresidente, Francisco de Paula Santander -indignidad que suele ocurrir en nuestra América Morena- y precisamente a Santander se lo acusó por el golpe comando del 25 de septiembre de 1828 en el cual intentaron asesinar a Bolívar, ocasión en la cual Manuela impidió el crimen, enfrentando a los conjurados y dando así tiempo a la fuga del Libertador.
Manuela salvó así a su hombre y al mismo tiempo a su líder político, a quien acompañó en una lucha que le había valido, años atrás, una condecoración del General San Martín.
Otro caso semejante es el de Elisa Lynch, en la cual encontró su gran compañera el mariscal Francisco Solano López, en su trágica epopeya de la Triple Alianza.
Aunque escocesa de nacimiento, Elisa unió su destino al de la Patria Grande Latinoamericana martirizada por aquel infame genocidio y cuando quince años después de la tragedia -luego de sufrir toda clase de humillaciones por parte de las damas aristocráticas- arribó al puerto de Buenos Aires, la abucheó un grupo de mitristas hasta que le abrió paso a bastonazos el poeta Carlos Guido Spano para rescatarla y protegerla.
En estas historias se puede ir más lejos, como cuando las guerrillas altoperuanas impidieron una y otra vez el avance de las fuerzas realistas. Allí combatió también una pareja, consolidando su amor en la lucha por la libertad: Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla.
Una y otra vez enfrentaron a la reacción, pero en 1816, en la acción de Villar, Padilla fue muerto y degollado, siendo clavada su cabeza en lo alto de una pica en el pueblo de la Laguna. La Juana no pudo soportar semejante ignominia y tiempo después, al frente de sus amazonas, ocupó la Laguna y recuperó la cabeza de su esposo. Luego, acompañó la lucha de las guerrillas de Güemes en el Norte, ya con el título de Teniente Coronel que le otorgó el General Belgrano.
También se puede ir más cerca y recordar la entrega total de Evita junto a Juan Domingo Perón, donde la pasión por el compañero de lucha, se consolidaba en el común proyecto político de emancipación social.
Y por supuesto, se reitera en el matrimonio Kirchner, en estos días: más allá de la maledicencia de los diversos opositores, algunos para quienes no gobernaba él entre 2003 y 2007 sino que era ella la que dirigía; otros, para los cuales no era ella la verdadera presidenta entre 2007 y 2010 sino él quien gobernaba desde las sombras, míseras chicanas de quienes personificaban en el matrimonio su rechazo al avance popular, cuando resultaba evidente la complementariedad de ambos en la acción política.
También en este caso, las circunstancias produjeron la muerte de uno de ellos y la soledad del otro, soledad que sólo puede superarse con la presencia popular en las calles.
Néstor, a pesar del alerta de los médicos, no puso límite alguno a su militancia llevado hacia la muerte por su consecuencia porque, como él decía, no había llegado a la presidencia para abandonar sus convicciones sino para empujar en el camino de los cambios necesarios.
Esta vez no fue, como en el 52, que el hombre quedó solo prosiguiendo la lucha sino que, en cambio, Cristina vive su lucha por superar su dolor mientras redobla esfuerzos para continuar el camino que había comenzado con Néstor en las luchas estudiantiles del pasado.
En sus palabras de estos días, Cristina ratificó la clave de esa identidad en la lucha: “El nos diría seguramente: seguir adelante, para eso vinimos, a cambiar la Argentina”.
En todos estos casos, se ensamblan los afectos personales profundos con la identidad en el proyecto político de liberación.
Quizás todavía haya muchos que no lo entiendan porque se lo impide su cerrado sentido de clase que abomina de todo progreso popular y de los líderes que lo representan, y que, además, en su formación enciclopedista, conocen seguramente los entretelones de alcoba de las corruptas dinastías europeas, pero no comprenden estas historias de la propia patria, donde el amor no se expresa en predominio alguno entre dos seres que se complementan en la lucha política, sino que se sublima en una sola palabra: Compañeros.
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