(Por Alfredo Silletta) La Sociedad Rural Argentina calificó ayer de "temerarias" las declaraciones del ministro de Trabajo, Carlos Tomada, en las que calificó de infrahumanas las condiciones laborales de los empleados rurales. "No se comprende esa hostilidad hacia el sector agropecuario, que a través de sus diferentes actividades impulsa el desarrollo, genera empleo genuino y fomenta el arraigo en todos los pueblos del interior del país", afirmaba la entidad rural que sumada a la editorial del diario La Nación que, días atrás, afirmó que "no es correcto hablar de esclavitud" entre los cientos de trabajadores rurales (algunos niños también) detectados recientemente en distintas empresas de la provincia de Buenos Aires, sin agua potable, sin horario de trabajo, con alimentos en mal estado y trabajando de sol a sol.
Hace 64 años, en noviembre de 1944, el coronel Juan Domingo Perón, a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, promulgó una ley que produjo el rechazo furibundo de la Sociedad Rural: el Estatuto del Peón. Todo el campo salió a oponerse, no tanto porque le modificaría sus intereses económicos sino por-que transformaba el estilo de control por parte del patrón hacia el peón de campo. Por primera vez en la historia argentina no decidía el patrón de estancia, sino que sobre su voluntad estaba el Estado protector y sus leyes laborales.
Con su fino humor, Arturo Jauretche dirá: "Hay muchos tradicionalistas que propician el monumento al gaucho pero se oponen al Estatuto del Peón. Es que una cosa es el gaucho muerto y otra el gaucho vivo".
Hoy, el campo tampoco acepta que el Estado intervenga, quieren ser ellos los que decidan sobre el trato a sus empleados rurales.
No es en vano el odio de los poderosos a Perón y Evita. La irrupción del peronismo permitió terminar con la explotación del peón rural y fundamentalmente con la "esclavitud de las mujeres" argentinas del interior del país que eran traídas como sirvientas y que no tenían derecho a descanso.
Durante décadas, las mujeres del interior del país, las chinitas llegaban a la Capital para trabajar con "cama adentro", se convertían en esclavas de esos palacetes de Barrio Norte: cocinaban, lavaban los platos, planchaban, hacían las camas y fregaban todo el día. No tenían descanso ni un franco, quizás si la patrona estaba de buen humor, un par de horas el domingo por la tarde. No sólo eso, más de una vez eran "entregadas" a los placeres de los hijos adolescentes.
Fueron Perón y Eva quienes le dieron el Estatuto del Servicio Doméstico, con derecho a siesta y descanso. ¡Cuánto odio produjo Evita sobre los poderosos que perdían sus privilegios!
Después vino el crecimiento económico y las mujeres renunciaron al trabajo doméstico para trabajar en las fábricas que nacían a borbotones en el gran Buenos Aires.
Dos años después, el 23 de septiembre de 1947, Evita anunciaba la promulgación de la Ley Nº 13.010 que otorgaba el derecho al voto a las mujeres argentina.
Decía Evita, en La razón de mi vida, que "desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente". Hoy no la tenemos a Eva pero tenemos a una "Presidenta coraje", como acostumbraba a decir Néstor Kirchner, que también se desgarra con las injusticias y que se comprometerá para terminar con este flagelo de la explotación del peón rural.
diario Diagonales 11 de enero
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