Venezuela celebra hoy los 200 años de la declaración de la Independencia. Tenían festejos armados desde tiempo atrás y la sorpresa de la llegada de Chávez ayer despertó una impresionante movilización desde todos los rincones del país.
Quiere el calendario, a veces, prestarse a analogías que sirven para pensar. Las efemérides son siempre un buen estímulo a la memoria. Y unas pocas veces sirven para mantener el rigor. Ayer fue el Día de la Independencia de los Estados Unidos de Norte-américa. La primera potencia del mundo lo celebra con un déficit fiscal que no soportaría ninguna auditoría del FMI. Al mismo tiempo que no reduce su presupuesto militar –tan alto como el de la suma de las nueve naciones que lo siguen en gastos de Defensa–, la administración de Barack Obama bajó significativamente la recaudación por impuesto a las ganancias. El razonamiento de la administración del Premio Nobel de la Paz 2009 es que de Afganistán, tras una década de ocupación y muertes, se sale de a poco: de los más de 100 mil soldados, este año sólo retirarán unos 5000. Con respecto a la carga fiscal, el gobierno de quien prometió un cambio radical, la idea fue reducirla, para no tirar el consumo a la baja en tiempos de cólera. Eso sí, la relación entre el producto bruto y la deuda es uno a uno, con lo cual Estados Unidos va en camino a Grecia, pero con el privilegio de ser el gendarme internacional y el principal generador de innovaciones tecnológicas. Estados Unidos, en el día de su Independencia, puede mirar con horror quiénes son los principales tenedores de bonos del Tesoro estadounidense. Se trata de China y Japón. Sus principales socios y competidores. China, que celebró los 80 años de creación del Partido Comunista hace pocos días, apenas tiene un 7% de endeudamiento en relación a lo que produce anualmente. Nadie duda de que, a este ritmo, en dos o tres décadas, no sólo se convertirá en la primera potencia, sino que también podrá igualar o superar la producción de invenciones tecnológicas de los laboratorios privados y públicos de Estados Unidos. Eso, desde ya, si los tiempos no se aceleran y sufren lo que muchos analistas estadounidenses ven como probable: una implosión al estilo de la que vivió hace exactamente 20 años su gran competidor, la Unión Soviética.
El mismo día en que los norteamericanos festejan la declaración de las 13 colonias en Virginia, Hugo Chávez volvía, sorpresivamente, de La Habana a Caracas. Los diarios gusanos de Miami y quienes los retransmiten en cadena, así como la televisión gusana de Atlanta habían intoxicado a millones de hispanoparlantes con el mensaje de que el presidente de la República Bolivariana debía dejar el cargo porque hay una cláusula constitucional que indica que Venezuela no puede ser gobernada a distancia. Mientras millones de latinoamericanos se enteraban, consternados, por la misma boca de Chávez, de que había sido sometido a dos durísimas intervenciones quirúrgicas debido a un tumor maligno en la zona pélvica, la prensa gorila y oligárquica batía a coro un parche vergonzoso: “Chávez reconoció que tiene cáncer.” En la memoria de muchísimos argentinos se despertó el dolor y la angustia del “viva el cáncer” que contaba Dalmiro Sáenz, cuando las familias patricias salían a pintar con brocha lo que era una costumbre popular. Pero, claro, los gorilas no podían dejar de disfrutar la enfermedad de Evita. Y más recientemente, cuando no paran los ataques tras la muerte de Néstor Kirchner. El mismo 27 de octubre del año pasado, los medios del Grupo Clarín y La Nación hablaron de vacío, trataron de implantar la idea de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no iba a poder gobernar sin su marido. Ahora, tras alimentar la debacle, pagan más caro su incomprensión de la robustez de los procesos populares.
Ayer, algunos medios argentinos daban vergüenza. El médico y periodista Nelson Castro no hizo otra cosa que difamar y sembrar cizaña al preguntarse machaconamente por qué no informaban el tipo de cáncer que “reconoce” Chávez. No se cansó de decir que el presidente de Venezuela no confiaba en el sistema médico de su país y que por eso se fue a operar a La Habana. Infamias de caranchos acompañadas por Jorge Lanata, que no podía estar en otro lugar que no fuera Caracas para mandar su reporte a Perfil hablando de “las Venezuelas” y queriendo acompañar a algún golpista con unas crónicas propias de Life en los primeros años de la Revolución Cubana.
UN GLORIOSO DÍA DE INDEPENDENCIA. Venezuela celebra hoy los 200 años de la declaración de la Independencia. Tenían festejos armados desde tiempo atrás y la sorpresa de la llegada de Chávez ayer despertó una impresionante movilización desde todos los rincones del país. No faltarán, seguramente, los artículos canallas que aseguren que todo fue una maniobra y lo de la cirugía era algo menor. Que todo fue populismo montado. Pero el curso de la historia marca otra cosa. Venezuela en los sesenta, cuando Nelson Rockefeller era vice de Richard Nixon, tenía como principal empresa petrolera una filial de la Standard Oil de la familia Rockefeller. También muchas fincas y la mayoría de los dirigentes políticos tradicionales vivían a la sombra de los intereses de los Rockefeller. Mientras tanto, se levantaban los primeros grupos revolucionarios, cuyos sobrevivientes hoy integran los cuadros del Partido Socialista Unido de Venezuela encabezado por Chávez y nutrido por las más diversas experiencias de participación popular. Entre los sumisos también estaban los socialdemócratas, cuya cara más visible era el recientemente fallecido Carlos Andrés Pérez, quien en su segundo mandato lanzó el plan de ajuste más feroz que conociera Venezuela. Un país petrolero que veía cómo salían las divisas de a millones, mientras que el socialdemócrata Pérez sometía a la pobreza al pueblo. Así, el Caracazo de febrero de 1989 fue el inicio del proceso de cambio. Eso sí, Pérez se puso al frente de la masacre que terminó con no menos de 2000 asesinatos en dos días. Luego, la resistencia llegó a los cuarteles y, en 1992, se alzaron varias unidades militares comandadas por el hasta entonces desconocido Hugo Chávez. Desde aquel intento fallido de derrocar a Pérez, la cara visible de los intereses multinacionales, hasta las elecciones de 1998, Chávez dejaba de ser un militar audaz para convertirse en un líder político de estatura. Y desde que ganó aquellos comicios hasta la fecha, jamás hubo proscripciones en Venezuela, jamás hubo represión. Ni siquiera con el golpe de Estado de 2002, cuando hasta lograron detener a Chávez y casi lo matan. La intervención de Fidel Castro, con detalles que jamás trascendieron, permitió que Chávez salvara su vida y volviera a ejercer el gobierno. En esos días, la alarma era que PDVSA avanzaba a su nacionalización completa. Y así fue después del golpe fallido. Alí Rodríguez, un cuadro político de militancia en los sesenta y setenta, quedaba a cargo de completar los cambios para terminar con el tutelaje gorila sobre la empresa petrolera. Desde entonces, claro está, PDVSA es la principal fuente de reasignación de recursos para avanzar sobre la pobreza y diversificar la economía venezolana.
Oliver Stone, que había peleado en Vietnam como soldado norteamericano, estrenaba Nacido el 4 de julio en 1989, el mismo año del Caracazo. Una película valiente, que llevaba a millones de espectadores la historia de Ron Kovic, un estadounidense que había nacido el mismo día de la Independencia de su país, que también había peleado en la invasión norteamericana a Vietnam y que volvía en silla de ruedas a su país porque la guerra le dejaba la médula partida. David Harris, periodista y activista por la paz, casado por entonces con la cantante Joan Baez, hizo un extenso y brillante artículo sobre la vida de Kovic para la revista The Rolling Stone. Oliver Stone tomó el piedrazo y lo contó en imágenes. Años después, el mismo Stone, sin recurrir al formato de ficción, decidió contar las vidas de Fidel Castro y de Hugo Chávez. El gran cineasta debía interpretar que no había mejores actores para esas historias que estos dos latinoamericanos. Ambos, este último fin de semana, se mostraron juntos, delgados, en tratamiento médico. Su apariencia de fragilidad agiganta las páginas de gloria y justicia que protagonizaron. Y que, ojalá, sigan protagonizando.
El mismo día en que los norteamericanos festejan la declaración de las 13 colonias en Virginia, Hugo Chávez volvía, sorpresivamente, de La Habana a Caracas. Los diarios gusanos de Miami y quienes los retransmiten en cadena, así como la televisión gusana de Atlanta habían intoxicado a millones de hispanoparlantes con el mensaje de que el presidente de la República Bolivariana debía dejar el cargo porque hay una cláusula constitucional que indica que Venezuela no puede ser gobernada a distancia. Mientras millones de latinoamericanos se enteraban, consternados, por la misma boca de Chávez, de que había sido sometido a dos durísimas intervenciones quirúrgicas debido a un tumor maligno en la zona pélvica, la prensa gorila y oligárquica batía a coro un parche vergonzoso: “Chávez reconoció que tiene cáncer.” En la memoria de muchísimos argentinos se despertó el dolor y la angustia del “viva el cáncer” que contaba Dalmiro Sáenz, cuando las familias patricias salían a pintar con brocha lo que era una costumbre popular. Pero, claro, los gorilas no podían dejar de disfrutar la enfermedad de Evita. Y más recientemente, cuando no paran los ataques tras la muerte de Néstor Kirchner. El mismo 27 de octubre del año pasado, los medios del Grupo Clarín y La Nación hablaron de vacío, trataron de implantar la idea de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no iba a poder gobernar sin su marido. Ahora, tras alimentar la debacle, pagan más caro su incomprensión de la robustez de los procesos populares.
Ayer, algunos medios argentinos daban vergüenza. El médico y periodista Nelson Castro no hizo otra cosa que difamar y sembrar cizaña al preguntarse machaconamente por qué no informaban el tipo de cáncer que “reconoce” Chávez. No se cansó de decir que el presidente de Venezuela no confiaba en el sistema médico de su país y que por eso se fue a operar a La Habana. Infamias de caranchos acompañadas por Jorge Lanata, que no podía estar en otro lugar que no fuera Caracas para mandar su reporte a Perfil hablando de “las Venezuelas” y queriendo acompañar a algún golpista con unas crónicas propias de Life en los primeros años de la Revolución Cubana.
UN GLORIOSO DÍA DE INDEPENDENCIA. Venezuela celebra hoy los 200 años de la declaración de la Independencia. Tenían festejos armados desde tiempo atrás y la sorpresa de la llegada de Chávez ayer despertó una impresionante movilización desde todos los rincones del país. No faltarán, seguramente, los artículos canallas que aseguren que todo fue una maniobra y lo de la cirugía era algo menor. Que todo fue populismo montado. Pero el curso de la historia marca otra cosa. Venezuela en los sesenta, cuando Nelson Rockefeller era vice de Richard Nixon, tenía como principal empresa petrolera una filial de la Standard Oil de la familia Rockefeller. También muchas fincas y la mayoría de los dirigentes políticos tradicionales vivían a la sombra de los intereses de los Rockefeller. Mientras tanto, se levantaban los primeros grupos revolucionarios, cuyos sobrevivientes hoy integran los cuadros del Partido Socialista Unido de Venezuela encabezado por Chávez y nutrido por las más diversas experiencias de participación popular. Entre los sumisos también estaban los socialdemócratas, cuya cara más visible era el recientemente fallecido Carlos Andrés Pérez, quien en su segundo mandato lanzó el plan de ajuste más feroz que conociera Venezuela. Un país petrolero que veía cómo salían las divisas de a millones, mientras que el socialdemócrata Pérez sometía a la pobreza al pueblo. Así, el Caracazo de febrero de 1989 fue el inicio del proceso de cambio. Eso sí, Pérez se puso al frente de la masacre que terminó con no menos de 2000 asesinatos en dos días. Luego, la resistencia llegó a los cuarteles y, en 1992, se alzaron varias unidades militares comandadas por el hasta entonces desconocido Hugo Chávez. Desde aquel intento fallido de derrocar a Pérez, la cara visible de los intereses multinacionales, hasta las elecciones de 1998, Chávez dejaba de ser un militar audaz para convertirse en un líder político de estatura. Y desde que ganó aquellos comicios hasta la fecha, jamás hubo proscripciones en Venezuela, jamás hubo represión. Ni siquiera con el golpe de Estado de 2002, cuando hasta lograron detener a Chávez y casi lo matan. La intervención de Fidel Castro, con detalles que jamás trascendieron, permitió que Chávez salvara su vida y volviera a ejercer el gobierno. En esos días, la alarma era que PDVSA avanzaba a su nacionalización completa. Y así fue después del golpe fallido. Alí Rodríguez, un cuadro político de militancia en los sesenta y setenta, quedaba a cargo de completar los cambios para terminar con el tutelaje gorila sobre la empresa petrolera. Desde entonces, claro está, PDVSA es la principal fuente de reasignación de recursos para avanzar sobre la pobreza y diversificar la economía venezolana.
Oliver Stone, que había peleado en Vietnam como soldado norteamericano, estrenaba Nacido el 4 de julio en 1989, el mismo año del Caracazo. Una película valiente, que llevaba a millones de espectadores la historia de Ron Kovic, un estadounidense que había nacido el mismo día de la Independencia de su país, que también había peleado en la invasión norteamericana a Vietnam y que volvía en silla de ruedas a su país porque la guerra le dejaba la médula partida. David Harris, periodista y activista por la paz, casado por entonces con la cantante Joan Baez, hizo un extenso y brillante artículo sobre la vida de Kovic para la revista The Rolling Stone. Oliver Stone tomó el piedrazo y lo contó en imágenes. Años después, el mismo Stone, sin recurrir al formato de ficción, decidió contar las vidas de Fidel Castro y de Hugo Chávez. El gran cineasta debía interpretar que no había mejores actores para esas historias que estos dos latinoamericanos. Ambos, este último fin de semana, se mostraron juntos, delgados, en tratamiento médico. Su apariencia de fragilidad agiganta las páginas de gloria y justicia que protagonizaron. Y que, ojalá, sigan protagonizando.
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