El resultado de estas elecciones desmiente algunos estereotipos respecto del voto según clases sociales y confirma otros. En las de 2009, parecía una verdad de sentido común que la clase media y la alta habían votado a la oposición, mientras que la clase baja aparecía como único sostén del oficialismo. Si los números de aquel entonces permitían dudar de esa rápida sociología electoral, los de la elección que acaba de terminar confirman su inexactitud. Pero además ilustran cambios efectivos en el comportamiento electoral. El más notable es la recuperación del oficialismo en aquellos distritos en los que había obtenido sus peores resultados en 2009, incluyendo las grandes ciudades y las zonas rurales de la región pampeana. Ya no hay bases para ese escarnio a la clase media de tono setentista que se escuchó hace dos años: el peronismo ha obtenido un gran caudal de votos de ese sector, triunfando incluso en la esquiva Capital y en los principales centros urbanos. El kirchnerismo recuperó incluso una buena cantidad de votos en distritos rurales de la Pampa Húmeda. Las opciones claramente de derecha, que en 2009 habían arrancado amplias porciones de voto incluso entre sectores bajos del Gran Buenos Aires, retrocedieron notoriamente. Existe, sin embargo, una tendencia de clase en el voto que no deja por ello de ser visible. Al oficialismo le ha ido sensiblemente mejor en distritos urbanos con fuerte peso de sectores trabajadores y pobres y visiblemente peor en los más ricos o en los de la región pampeana menos urbanizada. Para la derecha, el escenario fue exactamente el contrario. Este clivaje de clase puede verse en el siguiente cuadro, que compara el desempeño del oficialismo y el PRO en una de las comunas más ricas, en una de las más pobres y en una intermedia:
En la provincia de Buenos Aires, el panorama es similar. Udeso obtiene sus mejores porcentajes en zonas urbanas más ricas y en el campo, mientras que el oficialismo se impone contundentemente en las zonas urbanas más pobres y trabajadoras.
Si el kirchnerismo logra terminar de imprimir una identidad “progresista” al peronismo (que en el pasado nunca tuvo), desplazando a la oposición a una derecha anclada en el voto de clases más acomodadas, la política argentina finalmente se parecerá a la de la Europa del siglo XX, con un clivaje derecha-izquierda más o menos bien superpuesto a las distinciones socioeconómicas, algo que significaría un cambio notorio respecto del pasado nacional. Sin embargo, el sistema de partidos sigue siendo inestable. La incógnita del futuro será seguramente si el Frente Amplio Progresista logra mantenerse en el primer puesto de la oposición que sorpresivamente logró o si, por el contrario, lo harán las fuerzas de derecha, posiblemente acaudilladas por Macri. El lugar ideológico que finalmente asuma la UCR, con o sin el liderazgo de Alfonsín, tampoco resulta claro, aunque el aire progresista que supo tener en tiempos de su padre parece cada vez más lejano.
En el desempeño electoral de la izquierda trotskista, el corte de clase se percibe menos claramente. A pesar de las protestas, la reforma política “proscriptiva” parece haberla beneficiado. Forzada a dejar atrás rencillas internas que antes parecían insalvables, y sin otras fuerzas que le disputaran el voto anticapitalista ni el testimonial, obtuvo un porcentaje algo mayor que el que recibió la suma de los partidos de esa orientación en 2009 (3,02 por ciento en la provincia de Buenos Aires), aunque todavía por debajo de la línea de relevancia. Sus mejores logros no estuvieron necesariamente en los distritos de mayor pobreza o presencia trabajadora. El porcentaje en Capital estuvo bastante por encima del nacional (alimentado no por las comunas más pobres, sino por las más típicamente de clase media, como Caballito, Balvanera, Paternal, Almagro, Floresta y Coghlan). En el Gran Buenos Aires, la media de votos estuvo por encima de la provincial, pero repartida indistintamente en distritos pobres y ricos (incluyendo un excelente desempeño en Vicente López). En este escenario sigue vacante el espacio para una izquierda anticapitalista de nuevo tipo, que esté a la altura del legado de una tradición que supo ser una alternativa deseable, especialmente para los trabajadores.
* Historiador, investigador del Conicet.
.pagina12.com.ar
Estuve viviendo en Buenos Aires hace un tiempo que mi empresa me dió un Alquiler Temporario en Recoleta y hablando con los vecinos realmente se percibía una fuerte antipatía hacia el kirchnerismo. Incluso una antipatía superior a la que percibí en el campo de Entre Ríos de donde soy oriunda.
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