En un mundo cada día más desigual, uno de los desafíos para la Argentina es transparentar el altísimo nivel de ganancias de empresarios locales y trasnacionales.
En octubre pasado, la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos dio un informe demoledor sobre cómo se profundizó la brecha entre la selecta minoría de ultra ricos y el resto de la población norteamericana. Vale la pena refrescar esos números porque la actual ofensiva del modelo neoconservador en los países europeos va de la mano de disciplinar con el mismo criterio que se llevó a cabo puertas adentro de la primera economía del mundo. Y, sobre todo, porque en un mundo con unas pocas corporaciones privadas transnacionales, América latina necesita ver sus propias fortalezas para no cejar en la idea de que otro mundo es posible. Las grandes corporaciones, estimuladas por el bajo costo laboral en economías en crecimiento como China e India, no ven con agrado que las convenciones colectivas de trabajo sean las herramientas para dirimir los niveles salariales. El capitalismo financiero en ofensiva también quiere la jibarización de los derechos económicos y sociales en el sur de América.
En Estados Unidos, desde 1982 hasta fines de 2010, los ingresos globales –deducidos los impuestos– crecieron en un 62%. Entre el 20% más pobre de la población norteamericana, los ingresos crecieron un modesto 18% mientras que el 1% más rico vio incrementar su riqueza en el orden del 275%. Sólo el 19% más rico (que completaría el primero y el segundo deciles en la escala socioeconómica) estuvo apenas un 3% por encima del promedio con un 65% de incremento de los ingresos. Quienes conforman entre el 21% y el 80% (el famoso “americano medio”) incrementaron sus ingresos en un 37%. Es decir, el 80% de la población trasladó sus ganancias no al 20% más rico sino al exclusivo 1% de supermillonarios. El mejor ejemplo de cómo la sociedad norteamericana perdió iniciativa para mantener en la agenda pública los temas impositivos –básicos en cualquier sociedad democrática– es que el principal aspirante a la candidatura presidencial en ese país, Mitt Romney, es un supermillonario, su riqueza la hizo con fondos de inversión especulativa (derivados financieros en la jerga) y sus declaraciones juradas consignan que sólo contribuyó al fisco en el orden del 15% porque sus negocios son considerados “inversión” y no ganancias, que en ese caso debería haber tributado el 35%. En la Argentina, uno de los debates indispensables se refiere a las ventajas de tener activos financieros o de participar de fondos fiduciarios destinados a distintas variantes especulativas.
Un reciente estudio de la Escuela Económica de París se dio a la tarea de configurar una base de datos de los ingresos de los hombres y mujeres más ricos del planeta. Conviene aclarar que no se trata de un instituto creado por Robespierre ni por los líderes del Mayo del ’68. Se trata de un laboratorio de investigación dirigido por académicos de los países centrales de las más diversas corrientes, mayoritariamente adversarios de los fundamentalistas del mercado, como el indio Amartya Sen o el norteamericano Joseph Stiglitz, ambos académicos en Harvard y Columbia, dos prestigiosas universidades de Estados Unidos. Uno de los capítulos está dedicado a Gran Bretaña y se centra en los ingresos entre 1997 y 2007. Analiza los ingresos del sector que representa el 0,1% de los británicos (es decir; 62.000 personas sobre una población de 62 millones), pasaron de ganar 646.000 libras anuales en 1997 a ganar 1.180.000. Es decir, casi duplicaron sus ingresos. El 90% de los británicos ganaba en 1997 un promedio de 10.567 libras y en 2007 ganaba 12.400 libras. Esto es que mientras los supermillonarios incrementaron casi el 100% sus ingresos, nueve de cada diez británicos sólo mejoró sus ingresos en menos del 20%.
En Estados Unidos, desde 1982 hasta fines de 2010, los ingresos globales –deducidos los impuestos– crecieron en un 62%. Entre el 20% más pobre de la población norteamericana, los ingresos crecieron un modesto 18% mientras que el 1% más rico vio incrementar su riqueza en el orden del 275%. Sólo el 19% más rico (que completaría el primero y el segundo deciles en la escala socioeconómica) estuvo apenas un 3% por encima del promedio con un 65% de incremento de los ingresos. Quienes conforman entre el 21% y el 80% (el famoso “americano medio”) incrementaron sus ingresos en un 37%. Es decir, el 80% de la población trasladó sus ganancias no al 20% más rico sino al exclusivo 1% de supermillonarios. El mejor ejemplo de cómo la sociedad norteamericana perdió iniciativa para mantener en la agenda pública los temas impositivos –básicos en cualquier sociedad democrática– es que el principal aspirante a la candidatura presidencial en ese país, Mitt Romney, es un supermillonario, su riqueza la hizo con fondos de inversión especulativa (derivados financieros en la jerga) y sus declaraciones juradas consignan que sólo contribuyó al fisco en el orden del 15% porque sus negocios son considerados “inversión” y no ganancias, que en ese caso debería haber tributado el 35%. En la Argentina, uno de los debates indispensables se refiere a las ventajas de tener activos financieros o de participar de fondos fiduciarios destinados a distintas variantes especulativas.
Un reciente estudio de la Escuela Económica de París se dio a la tarea de configurar una base de datos de los ingresos de los hombres y mujeres más ricos del planeta. Conviene aclarar que no se trata de un instituto creado por Robespierre ni por los líderes del Mayo del ’68. Se trata de un laboratorio de investigación dirigido por académicos de los países centrales de las más diversas corrientes, mayoritariamente adversarios de los fundamentalistas del mercado, como el indio Amartya Sen o el norteamericano Joseph Stiglitz, ambos académicos en Harvard y Columbia, dos prestigiosas universidades de Estados Unidos. Uno de los capítulos está dedicado a Gran Bretaña y se centra en los ingresos entre 1997 y 2007. Analiza los ingresos del sector que representa el 0,1% de los británicos (es decir; 62.000 personas sobre una población de 62 millones), pasaron de ganar 646.000 libras anuales en 1997 a ganar 1.180.000. Es decir, casi duplicaron sus ingresos. El 90% de los británicos ganaba en 1997 un promedio de 10.567 libras y en 2007 ganaba 12.400 libras. Esto es que mientras los supermillonarios incrementaron casi el 100% sus ingresos, nueve de cada diez británicos sólo mejoró sus ingresos en menos del 20%.
La depresión socialdemócrata. Un artículo publicado el miércoles en el diario español El País y firmado por el ex presidente socialista Felipe González resulta una alarma más sobre la grave situación del Viejo Continente. Dice, al principio: “Cuarto año de crisis y la perspectiva nos lleva a pensar en la famosa década perdida de América latina en los años ochenta del pasado siglo. A estas alturas se tiende a olvidar que el origen estuvo en la implosión de un sistema financiero desregulado, lleno de ingeniería financiera cargada de humo, sin relación con la economía productiva”. Conviene aclarar, sin cargar las tintas sobre González, que los socialistas españoles comenzaron con la desregulación y también fueron activos socios en los planes del FMI que promovió las privatizaciones que, curiosamente, llevaron a España a convertirse en un inversor principal en América latina. Más adelante, dice González: “Toda una gran paradoja: el modelo triunfante del neoconservadurismo desregulador que se inicia en los ochenta del siglo XX, domina la escena de la globalización hasta el estallido de 2008 y, como respuesta, la misma corriente ideológica, mayoritaria hoy en Europa, se olvida de las causas de la crisis y centra la estrategia en las consecuencias de la misma. Las fuerzas representativas del centro izquierda progresista se sienten arrinconadas y a la defensiva en la Unión Europea y acosadas por la presión de la derecha más extrema en Estados Unidos”.
Conviene detenerse en la diferencia de lo que fue la convulsionada Europa de los setenta –que le permitió a González llegar al gobierno– en contraste con las debilidades inocultables que marca el ex jefe del gobierno español. En Capitalismo global, el académico de orientación heterodoxa y antiliberal de la Universidad de Harvard, Jeffrey Friden, desarrolla lo que fueron las luchas gremiales y políticas en la mayoría de los países europeos tras la recesión y crisis de 1973-74. “Los sindicatos se movilizaron para protegerse frente a la erosión de sus salarios. Los mineros del carbón británicos disminuyeron el ritmo de trabajo y a continuación fueron a la huelga (1974) llegando a obligar al gobierno (laborista) a decretar la semana laboral de tres días.” Cabe recordar que ahora el Reino Unido tiene una desocupación sin precedentes en las últimas dos décadas sin que el gobierno haya dado un paso serio para gravar a los más ricos y crear puestos de trabajo. “Los sindicatos italianos forzaron la adopción de una escala móvil que ligaba los salarios a la inflación”, mientras que ahora, la deserción de Silvio Berlusconi dio paso a los ajustes más severos de las últimas décadas sin una resistencia abierta a las medidas de Mario Monti, ex Goldman & Sachs. En Alemania, el gobierno socialdemócrata “concedió una influencia decisiva (la codecisión, participación sindical en las cúpulas directivas de las empresas)”. Luego agrega que “la democratización en España y Portugal aumentó la influencia de la izquierda y del movimiento obrero”. La resistencia y la creciente participación de los pueblos europeos determinaron las conductas de los gobiernos que “crearon millones de empleos en el sector público y enviaron miles de millones de dólares a las economías con más dificultades. Entre 1971 y 1983 los gobiernos de los países industrializados aumentaron el gasto público del 33 al 42% del PIB”. En esos países (Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá y Japón) se generaban por año “un millón de empleos públicos”.
Lo que hoy sucede no es más que el resultado del triunfo absoluto de la liberalización de las finanzas que permite a la banca privada generar “productos” (títulos, acciones, bonos que se transan en las Bolsas) que se superponen y ganan terreno sobre las monedas. Hoy esos bancos, apoyados por el FMI, refinancian con papeles las deudas públicas y privadas en países que tenían –y todavía tienen– beneficios sociales producto del Estado de bienestar. Las multinacionales no son sólo el resultado de la superconcentración de unas pocas compañías, sino que su éxito depende en primer lugar de ingenierías de fusiones y adquisiciones en base a los derivados financieros. Los gobiernos de varios países del llamado Primer Mundo ahora tienen que entregar espacios estatales. Ya no se trata de YPF argentino o de la salud en Hungría o las cloacas de Polonia, sino de un avance feroz para seguir desmantelando conquistas surgidas de políticas públicas participativas en Europa.
Conviene detenerse en la diferencia de lo que fue la convulsionada Europa de los setenta –que le permitió a González llegar al gobierno– en contraste con las debilidades inocultables que marca el ex jefe del gobierno español. En Capitalismo global, el académico de orientación heterodoxa y antiliberal de la Universidad de Harvard, Jeffrey Friden, desarrolla lo que fueron las luchas gremiales y políticas en la mayoría de los países europeos tras la recesión y crisis de 1973-74. “Los sindicatos se movilizaron para protegerse frente a la erosión de sus salarios. Los mineros del carbón británicos disminuyeron el ritmo de trabajo y a continuación fueron a la huelga (1974) llegando a obligar al gobierno (laborista) a decretar la semana laboral de tres días.” Cabe recordar que ahora el Reino Unido tiene una desocupación sin precedentes en las últimas dos décadas sin que el gobierno haya dado un paso serio para gravar a los más ricos y crear puestos de trabajo. “Los sindicatos italianos forzaron la adopción de una escala móvil que ligaba los salarios a la inflación”, mientras que ahora, la deserción de Silvio Berlusconi dio paso a los ajustes más severos de las últimas décadas sin una resistencia abierta a las medidas de Mario Monti, ex Goldman & Sachs. En Alemania, el gobierno socialdemócrata “concedió una influencia decisiva (la codecisión, participación sindical en las cúpulas directivas de las empresas)”. Luego agrega que “la democratización en España y Portugal aumentó la influencia de la izquierda y del movimiento obrero”. La resistencia y la creciente participación de los pueblos europeos determinaron las conductas de los gobiernos que “crearon millones de empleos en el sector público y enviaron miles de millones de dólares a las economías con más dificultades. Entre 1971 y 1983 los gobiernos de los países industrializados aumentaron el gasto público del 33 al 42% del PIB”. En esos países (Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá y Japón) se generaban por año “un millón de empleos públicos”.
Lo que hoy sucede no es más que el resultado del triunfo absoluto de la liberalización de las finanzas que permite a la banca privada generar “productos” (títulos, acciones, bonos que se transan en las Bolsas) que se superponen y ganan terreno sobre las monedas. Hoy esos bancos, apoyados por el FMI, refinancian con papeles las deudas públicas y privadas en países que tenían –y todavía tienen– beneficios sociales producto del Estado de bienestar. Las multinacionales no son sólo el resultado de la superconcentración de unas pocas compañías, sino que su éxito depende en primer lugar de ingenierías de fusiones y adquisiciones en base a los derivados financieros. Los gobiernos de varios países del llamado Primer Mundo ahora tienen que entregar espacios estatales. Ya no se trata de YPF argentino o de la salud en Hungría o las cloacas de Polonia, sino de un avance feroz para seguir desmantelando conquistas surgidas de políticas públicas participativas en Europa.
La situación del empleo. Esta semana, mientras el poder concentrado internacional se reúne en el devaluado Foro Mundial de Davos, a pocos kilómetros de allí, en Ginebra, el miércoles, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dio a conocer el documento Tendencias Mundiales del Empleo 2012. Los datos son demoledores. Con gobiernos neoconservadores y políticas de liquidación del Estado en marcha, es difícil que la voz de la OIT haga mella en los planes de los supermillonarios, salvo que las acciones concertadas de los afectados –la mayoría de la población mundial– cobren más presencia. El mundo necesita crear “600 millones de empleos productivos durante la próxima década a fin de generar un crecimiento sostenible y mantener la cohesión social”. Frente a la perspectiva de un nuevo deterioro de la actividad económica “el desempleo afecta hoy en día a 200 millones de personas a nivel mundial”. Además, el informe advierte sobre la existencia de “900 millones de trabajadores que viven con sus familias por debajo de la línea de la pobreza de 2 dólares al día”. La crisis del empleo se grafica en que uno de cada tres trabajadores en el mundo –cerca de 1.000 millones de personas– está desempleado o vive en la pobreza. El documento fue presentado por el director general de la OIT, el chileno Juan Somavía, quien dijo que los gobernantes “deben actuar de manera determinada y coordinada para reducir el miedo y la incertidumbre que obstaculizan la inversión privada, a fin que el sector privado vuelva a poner en marcha el principal motor mundial de creación de empleo”. La apelación resulta demasiado generosa. Parece ser que en los círculos de los poderosos alguien recordó la consigna de los bolcheviques en la Revolución de Octubre: Todo el poder a los Soviets (que eran los consejos de obreros, campesinos y soldados). Un siglo después, una contrarrevolución conservadora ambiciona que todo el poder quede en manos de los supermillonarios.
Un avance mundial. El gran desafío de la política, en todas partes, es hacer frente a los niveles descomunales de ganancias de una selecta minoría que no está obligada a tributar en la medida de sus ingresos y a que los Estados nacionales avancen en frenar los perversos mecanismos creados por el sector financiero. La Argentina no escapa a este desafío. Desde ya que el avance de la economía productiva versus la especulativa y de valorización financiera es un hito histórico. No parece alcanzar con eso, en vistas de los niveles de concentración y extranjerización de la economía. La estructura impositiva y la normativa financiera están en el tapete tras el triunfo arrollador de Cristina Fernández de Kirchner en octubre. Tras el descanso de la Presidenta y el receso parlamentario hasta el 1º de marzo, la Argentina debería abocarse a varios temas de fondo. Si eso sucede, se incrementarán las tensiones con los grandes bancos, las corporaciones cerealeras, petroleras, mineras, del acero e incluso las automotrices. El celo puesto en las importaciones o la compra de dólares al menudeo pueden ser medidas que preanuncien algo más directo a los grandes capitales, pero también pueden constituir un plan que no se decida a avanzar en la dirección de transparentar los altísimos niveles de ganancias de los supermillonarios en la Argentina, algunos de ellos nativos y otros representantes y directivos de empresas extranjeras. En varios países latinoamericanos el debate avanza. Es preciso que haya más intercambio, más contagio y, sobre todo, más acciones. Al respecto, no es un dato menor que Cristina Fernández de Kirchner, en su primera aparición pública después de la cirugía, haya sido tan cáustica al referirse a los dueños de las petroleras y sus vacaciones en Punta del Este .
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