viernes, 4 de mayo de 2012

LAS TAPAS DE LOS DIARIOS CIPAYOS Y LA DE LOS NAC. & POPULAR!!!

Portada de La Nación (Argentina)

Una explosión de nacionalismo

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Hubo una diputada que votó ayer entre lágrimas. La vida, dijo, había sido demasiado generosa con ella como para permitirle participar de la expropiación de YPF. El nacionalismo ha hecho estragos en la historia de la humanidad, pero sigue siendo una bandera predominante entre los políticos latinoamericanos. En cualquier caso, el kirchnerismo ratificó ayer que conserva el poder de la iniciativa política. Es un mago que se está quedando sin conejos y sin galera, pero sus opositores están aún peor, porque nunca han tenido el arte de la magia.
La Argentina es un país de símbolos. Las Malvinas estremecen cada tanto el corazón de gran parte de los argentinos, aunque nadie (mucho menos sus políticos) se planteó nunca una estrategia seria para acercarse a esas islas en el confín del mundo. YPF exacerba ahora las emociones, aunque sólo controla el 30% del mercado argentino de petróleo y gas. Más todavía: la propiedad constitucional del petróleo y el gas es de las provincias argentinas, que concesionan su explotación a empresas privadas. La soberanía petrolera, declamada ahora por el kirchnerismo, es una noticia que no existe.
Es notable que una porción importante de la oposición se haya dejado llevar por la estrategia del kirchnerismo, que consiste en hacerse de recursos ajenos cuando ya no le quedan recursos propios. A la alianza que lideran los socialistas le ha sido siempre difícil la oposición al kirchnerismo: son democráticos y prolijos, pero en el fondo les gusta la melodía que tocan los que mandan ahora. La reacción más inexplicable es la de los radicales, sobre todo porque el kirchnerismo no respetó ninguno de los pasos constitucionales de una expropiación y, encima, intervino por decreto una empresa por primera vez en la historia.
¿Qué les pasó a los radicales? ¿Fueron víctimas de un "chantaje emocional", como lo calificó el diputado Oscar Aguad, el líder de la media docena de diputados radicales que se sublevaron entre 40 obedientes? Había muchos más diputados radicales dispuestos a desobedecer la increíble orden partidaria. Uno a uno fueron cayendo seducidos por promesas de que podrán nombrar en la Cámara de Diputados a más empleados que los que ya tienen.
La práctica es innoble, pero no explica la decisión del radicalismo. Podría haber hecho un proyecto propio de expropiación respetando los mecanismos de la Constitución. Podría también haber votado por el proyecto de Ricardo Gil Lavedra, que promovía que las provincias le quitaran a YPF la concesión de los pozos en los que no se invirtió y los licitara de inmediato con otras petroleras. El valor de YPF está en sus pozos. Sin ellos, la petrolera no valdría un dólar.
A radicales y socialistas les fue imposible descifrar una conclusión elemental del conflicto. Si fuera cierto todo lo que el Gobierno dice de la conducción privada de YPF, los funcionarios serían cómplices del vaciamiento y de la falta de inversión. El Gobierno avaló la gestión de Repsol y de la familia Eskenazi hasta hace apenas cuatro meses. Si no fuera cierto, entonces se estaría ante una monumental arbitrariedad del Estado cometida contra una empresa privada. El núcleo del problema era ése y no la explosión melodramática del nacionalismo.
El bloque de senadores radicales (y, sobre todo, el senador Gerardo Morales) se llevó hacia el apoyo al kirchnerismo a la conducción del partido y, luego, al bloque de diputados. Ricardo Alfonsín dijo un discurso con palabras que parecían pronosticar, durante su desarrollo, que votaría por el rechazo, pero al final votó a favor del proyecto oficial. "El de mi partido fue un negocio que nadie entiende, salvo que alguien haya hecho un negocio", deslizó, enigmático, un diputado del radicalismo.
El peronismo disidente tuvo menos deserciones (tres o cuatro de un total de 23 diputados). El Pro, de Mauricio Macri, concretó el anunció de su jefe, el primero en advertir la enorme trascendencia negativa de la decisión de confiscar YPF. No fue casual que ayer mismo muchos legisladores del peronismo disidente comenzaran a trabajar en una alianza electoral con Macri para las legislativas del próximo año. Elisa Carrió mostró lo que ya se sabe de ella: estando sola es cuando mejor lucen su oratoria y su coraje.
Sin embargo, la lección de la aritmética parlamentaria es implacable con la patética impotencia opositora, incapaz de construir una posición común, aunque en cualquier caso hubiera sido sólo testimonial. El kirchnerismo tiene votos suficientes como para aprobar con mayoría simple cualquier ley en el Congreso.

MENSAJES SIGNIFICATIVOS

Lejos del nacionalismo y de las lágrimas, el Gobierno se movía ayer con algunos mensajes significativos. En oficinas gubernamentales de Washington se recibió la inquietud de Cristina Kirchner de que ella quiere que sean empresas petroleras norteamericanas las que se hagan cargo de la explotación de los yacimientos de gas no convencional de Vaca Muerta o de parte de ellos.
En una nueva vuelta de tuerca al relato (en la que España es ahora el imperio y los Estados Unidos son los hermanos americanos), el kirchnerismo llegó a una conclusión obvia: tiene la propiedad de YPF y de sus pozos, pero no tiene plata para hacer nada. La eclosión de la crisis energética está en la próxima esquina.
¿Habrá empresas norteamericanas dispuestas a invertir en petróleo y gas en la Argentina? "Están pidiendo el oro y el moro para poner un dólar en el país", confió un funcionario oficial. Esas empresas, como cualquier otra, tienen cuatro problemas en el país de los Kirchner: imprevisibilidad impositiva, limitaciones para liquidar sus ganancias, trabas en el mercado cambiario para hacerse de dólares y, además, la teoría de Axel Kicillof de que las empresas sólo deben tener un pequeño margen de ganancias.
Las petroleras norteamericanas estarían pidiendo un régimen especial para ellas, como el que se les dio en su momento a las mineras. Es cierto que no se puede invertir fácilmente en un país en el que hasta los empresarios nacionales están sacando su capital fuera del país, pero ¿el kirchnerismo podría hablar de soberanía petrolera si accediera a ese régimen especial para las petroleras norteamericanas?
Empresas distribuidoras de gas y de electricidad podrían estar entre las próximas expropiadas. El Gobierno recurriría a ese procedimiento antes de que las compañías se declararan en bancarrota. Todas las distribuidoras de energía están muy cerca de la quiebra y, en algunos casos, sólo tienen recursos para un par de meses más.
Están cayendo empujadas por una marea de casi nueve años de tarifas subsidiadas, de intervencionismo estatal y de populismo electoral. El Gobierno no quiere empresas sin caja (YPF sí la tiene), pero preferiría una nueva ola de epopeya nacionalista antes que enfrentarse con la certidumbre del fracaso





Portada de El Cronista Comercial (Argentina)

La política pesa más que el color de la bandera

Hernán de Goñi Subdirector Periodístico hdegoni@cronista.com
Muchos países han definido a la industria petrolera como estratégica, conservando la explotación y administración de dichos recursos en manos del Estado. La Argentina arrancó en ese pelotón, pero a raíz de sus cíclicas crisis, tuvo modelos variables de acercamiento al sector privado. Perón, en su segunda presidencia, hizo un acuerdo con la Standard Oil que no prosperó. Frondizi abrió aún más las puertas al capital extranjero y Menem directamente privatizó YPF, en una búsqueda de fondos y respaldos para mantener a flote la convertibilidad.
El punto es que, más allá del modelo que se defienda, la búsqueda y producción de petróleo demanda altísima inversión. Cuando los precios internacionales han permitido que este ciclo se renueve, países como Venezuela y México lograron generar una renta que derramó en el resto de la economía. Brasil fue más allá y está a punto de dar un salto cualitativo, porque Petrobras ha captado el interés de los grandes jugadores globales para explotar sus reservas off shore.
La Argentina ya tiene otra vez una petrolera estatal. Pero eso no equivale a resolver el problema. Si no logra una gestión profesional y transparente que atraiga más inversores, será más dependiente de sus propios fondos, lo que en definitiva equivale a instalar un techo a sus necesidades de crecimiento.





Portada de Crónica (Argentina)
Portada de Página/12 (Argentina)

Soberanía y reparación

Por Mario Wainfeld
La sesión insumió dos jornadas, el tablero electrónico marcó una mayoría pluripartidaria y representativa por demás: 208 votos contra 32. Un rotundo común denominador para recobrar soberanía. Festejos en las galerías y en la Plaza... todo conformó un marco condigno para una ley histórica que comienza la reparación de un desvarío que se prolongó, con peripecias, durante veinte años. La expropiación de las acciones de Repsol es el extremo visible e inminente de un proceso. La recuperación de la soberanía hidrocarburífera recién empieza, con un paso de gigante. Las demás empresas, nativas o extranjeras, que ya operan, y las que vendrán, deberán irse adecuando a un nuevo paradigma, con el Estado nacional (en consorcio con las provincias) como protagonista central. Así lo expresó, con todas las letras, el jefe del bloque oficialista Agustín Rossi en su vibrante discurso de cierre.
El (justamente) vilipendiado Grupo Petersen Eskenazi no saldrá indemne de la partida. La decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner coloca una bisagra en la historia política y económica argentina, con el petróleo y el gas como sustrato, pero no como límite. El eco de la movida del presidente boliviano Evo Morales el 1º de mayo demuestra que la jugada es pionera de otras que la sucederán. No se trata, para nada, de un delirio solitario, ni en el frente interno, ni en el internacional.
El Frente para la Victoria (FpV) acompañó con la disciplina y el peso del número que lo caracterizan. Sólo votaron en contra el PRO de Mauricio Macri y un desmigajado conjunto de peronistas federales carentes de conducción actual o futura disponible. Una derecha irredenta y confesa que, dato no menor, carece de armado nacional. El radicalismo bancó una discusión interna y la rebeldía mediática de Oscar Aguad, que buscó sus minutitos de fama. Los medios dominantes lo trataron como a una vedette en ascenso. Para ellos, cualquier gesto “garpa” si es antikirchnerista.
El Frente Amplio Progresista y Proyecto Sur, consistentes con sus principios clásicos, avalaron la ley en general. La Coalición Cívica expresó su desamparo actual, Elisa Carrió potenció su soledad, que ya era record.
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La lista larga. Casi nadie quiso privarse de exponer. Muchos diputados leyeron, contrariando las costumbres y las reglas. Unos cuantos tuvieron que acortar sus parlamentos e insertar el texto íntegro en las actas. Según el cómputo del presidente del cuerpo, Julián Domínguez, hay 33 bloques en Diputados, un guarismo que deslumbra, no para bien. El sistema electoral es (enhorabuena) generoso con los partidos minoritarios, lo que posibilita que la representación en Diputados sea más policroma que en otras democracias. Por cuestionable añadidura, la praxis del Congreso es transigente con los desgajamientos de los bloques ad infinitum, lo que no es ilegal, pero tal vez no mejora la calidad institucional. Nadie puede creer que haya más de 30 proyectos políticos distinguibles en la Argentina.
Los cierres de los jefes de bloque del FpV y la UCR (el Chivo Rossi y Ricardo Gil Lavedra) no alcanzan a sintetizar una sesión con más de cien voces, pero sí delinearon fronteras. El radical no ahorró denuestos al Gobierno: “Fracaso de la política, falsedad del relato”, corrupción, destrucción del Estado. Pero, en el breve tramo final, privilegió habilitar “un nuevo capítulo” y distinguir al contingente gobierno del Estado, que se fortalece con la medida.
Rossi ensalzó la acción de los dos gobiernos kirchneristas, refirió que “las decisiones no se toman en un termo” sino en un contexto determinado. E hilvanó la ley aprobada con otros logros del oficialismo: remoción de la Corte, desendeudamiento, fin de las AFJP, ley de medios. Y aunque fustigó a los adversarios políticos, realzó que, aun en el escenario adverso de 2009, el FpV consideró que su enemigo eran (y son) los poderes corporativos y no la oposición política. Ni bien terminó, el recinto estalló en una ovación. Esperar el score, a diferencia de tantos otros momentos, fue puro goce.
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¿Qué hiciste tú en los ’90, papá? Los boinas blancas, los socialistas y la izquierda no kirchnerista reivindicaron su oposición a las leyes de la etapa menemista. Los oficialistas y el federal en tránsito Felipe Solá explicaron sus posiciones de antaño, con una narrativa variada. En general dominó un relato que diferenciaba el primer paso dado en 1992 de lo que vino después, que sería la genuina desnacionalización. Como evocó Solá, la memoria boina blanca solapa al gobierno de Fernando de la Rúa, insospechado de cualquier iniciativa soberana, ni qué decir de retomar el control de YPF.
Los compañeros peronistas, entiende el cronista, tampoco las tienen todas consigo en la valorización del ’92. A tres años de su primer gobierno, era claro cuál era el norte (valga la expresión) del menemismo: terminar de desbaratar al Estado benefactor, de desguazar al Estado, de entregar el patrimonio público. Su primer movimiento anticipaba lo que advendría, a quien quisiera verlo sin anteojeras.
Fernando Solanas rememoró esos tiempos, sus luchas, el ataque armado que sufrió y pasó facturas al peronismo tanto como al radicalismo. El Pacto de Olivos, consignó, redondeó el designio privatizador con la Constitución de 1994. Pero Pino no se asiló en el pasado, ni en las diferencias. Estuvo a la altura de la jornada y de su trayectoria remarcable en esta materia. Pidió “grandeza” para entender que “se apoya una iniciativa feliz”. Reclamó “ir por todo”, un slogan no tan distinto en su enunciación al kirchnerista. Defensor convencido y tenaz del patrimonio público, dio la sensación de captar que otros ayudaban a concretar sus banderas. Otros que supieron congregar mayorías que a él le han sido esquivas. Lució conforme, hasta conmovido. Fue más convincente que muchos radicales o ciertos federales que quisieron mechar elogios y críticas sin tanto sustento en su propia trayectoria reciente.
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Desencuentros y reencuentro. Solanas, como el diputado Víctor De Gennaro, entre otros, han pugnado, en minoría y hasta en soledad, por reivindicaciones que el kirchnerismo transformó en realidades, con sus variantes y su estilo. En trances como el actual resurge la impresión de que sus diferencias en los años recientes son desmesuradas, cotejadas con sus coincidencias objetivas. Excede el espacio de esta columna discurrir sobre motivos y responsabilidades del tremendo antagonismo. Sí es prudente señalar que, en una historia larga, todos se equivocan o nos equivocamos o somos incongruentes alguna vez. La izquierda (filo peronista o no), por ejemplo, se fue a la banquina cuando se coaligó a las patronales agropecuarias, incluida la Sociedad Rural.
Otro punto relevante es que los dirigentes políticos que erraron el vizcachazo en los ’90 (no es el caso del menemismo que consiguió lo que se propuso) no fueron marcianos, ni usurpadores. Carlos Menem fue revalidado en el ’91 y en el ’93 tras poner todas sus cartas sobre la mesa y reelecto por goleada en 1995. El Pacto de Olivos fue refrendado por el voto popular para la Constituyente del ’94. Los pueblos, ay, se equivocan en ocasiones, lo que no excusa la falta de visión de los líderes políticos que tienen la misión de ver más allá, de otear el horizonte. Sus tropiezos dan cuenta de los “climas de época”, del estado de conciencia colectiva, de la ideología dominante (hiperindividualista y desencantada a fin del siglo pasado, como también deslizó Rossi) que dejan su impronta en gobernantes y gobernados, en cualquier etapa democrática.
El kirchnerismo fue el mejor intérprete de la crisis de 2001 que puso en entredicho a las políticas del pasado, tanto a las de la transición democrática cuanto a la dictatorial. Registró un cambio ciudadano, que acicateó y condujo, a veces como vanguardia. En ese sino llegaron políticas de reparación y restauración entreveradas con otras novedosas, aunque todas caracterizadas por su rechazo a los errores previos. La recuperación de la soberanía, vía YPF por ahora, enhebra con acciones previas. Y sintoniza con las mayorías populares, que las acompañan y sustentan.
El futuro es siempre abierto y cabe interrogarse si el virtuoso viraje general es apenas el remanido “péndulo” de la historia argentina, los “corsi e ricorsi” de que hablaban los clásicos. Una suerte de moda, entonces, que dejaría paso a otra, de sentido contrario. O si es un salto cualitativo, producto de la experiencia vivida, del doloroso saldo de experimentos nefastos. Puesto de otro modo: si se sostendrán por mucho tiempo los avances en autonomía nacional, resurrección del Estado, generación de empleo, alianzas con los países hermanos. Hay indicios que ayudan a ser razonablemente optimistas. La sintonía entre las medidas del siglo XXI y los intereses mayoritarios, la politización creciente de ciudadanos (en especial jóvenes), la capacidad de actuar del Gobierno, la básica sensatez que parece haber recuperado la oposición, la consistente aprobación popular. Igual, partidos son partidos, todos se dirimen en el rectángulo de juego, que es la arisca realidad. El que recomenzó en estos días, con la mayoría del sistema político pateando para el arco que corresponde, no es la excepción.
mwainfeld@pagina12.com.ar





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