Cristina no está sola
Publicado el 31 de Octubre de 2010
Es difícil asimilar la idea, por la diferencia de género. Por esta cuestión tan profundamente misógina que tenemos los argentinos. Pero la primera vez que un presidente de estas tierras perdía a su compañera, a su socia, a su bastión sentimental y político, fue el 26 de julio de 1952, cuando Evita dijo basta y abandonó a Perón. Ese día, a las 20:25, dejó viudos a sus descamisados y por segunda vez a Perón, que ya había perdido a su primera mujer, Aurelia Eugenia Tizón.
Ahora es Néstor el que dejó a Cristina, sin tanto preaviso como Eva, y casi con el doble de edad. Es Cristina, la presidenta, la que queda al frente como quedó Perón, convirtiéndose en la segunda presidenta de nuestra Historia que enviuda en el poder. Y son muchos los que hoy especulan con el nivel mortífero que puede tener la partida del otro que completa y sostiene; construye y promueve, como le pasó a Perón. Un cable escrito por la embajada de los Estados Unidos en la Argentina describe para el Departamento de Estado, en Washington, esa situación de mediados de julio de 1952. Se pregunta, como lo hacían muchos, si Perón sería capaz de sostener el poder ante la pérdida de Eva. Así, se mostraban inquietos por descifrar si ese hombre soportaría la ausencia de la mujer que había amalgamado como nadie los espíritus más humildes del país, y podía movilizarlos en nombre de su General.
Hoy también son muchos los que quieren lo imposible: determinar qué nivel de fortaleza tendrá Cristina. Algunos ya le pusieron palabras, más cargadas de deseo que de realidad. Porque nadie puede saberlo. Todos pueden especularlo, imaginarlo, dejarlo por escrito en esta primera versión de la Historia que hoy estamos esbozando, pero tendrán que pasar muchos años para que sepamos la verdad. Lo que queda claro hoy es que algo cambió y no sólo porque la que manda es una mujer. Las patas en la fuente también tienen las uñas pintadas. Ya no fueron hombres cansados los que buscaron alivio, como aquel día del ’45 que transpiraron lealtad, sino chicas, pibas, las que agotadas de avanzar de a milímetros en una fila caprichosa que las llevaría hasta su líder, necesitaron descalzarse y arremangar los jeans para buscar amparo en el agua. Las patas en la fuente de 2010 tienen cara de mujer. Como la de la presidenta. Y no por eso, por su condición de género, puede asociársela a la debilidad, a la fragilidad. Eso sería demasiado burdo, simplista, reaccionario para los tiempos que se arremolinan.
Durante casi toda una vida, durante 35 años inclaudicables, Cristina dibujó un proyecto político junto a su compañero, que hoy no está. Pero el pueblo le reclama que deje marcado a fuego ese destino. Que lo profundice. Que siga más allá de su socio. Que lo trascienda. Que lo inmortalice. Durante los últimos tres días, todos los que rindieron honores frente a ella la arroparon con ese deseo, con esa esperanza. Sin mirar si su fortaleza lleva pollera o pantalón.
Los diarios Clarín y La Nación, en el lenguaje mudo que grita una foto, no. Quisieron decirle a la sociedad que el protagonista era el féretro y que ella, cabizbaja, está sola y en retirada. Basta mirar en detalle la foto para entender lo que digo. En el encuadre cenital que los socios del terror reproducen (¿casualmente?) en su tapa del viernes 29, ella está sola. El féretro, que esconde la derrota de su adversario, gana la escena. Y ella está en movimiento, yéndose.
No se ilusionen. Ni lo intenten.
Yo estuve ahí. Lo vi. Como millones de argentinos. Y esa no es la realidad. Magnetto la desafía por ser mujer. Era una de las razones por la que no quería que fuera presidenta.
Esas dos tapas, casi clonadas, no son más que una desbocada transferencia fotográfica. Porque todos vimos que Cristina estaba rodeada por su familia, su círculo más íntimo y querido, sus funcionarios, los presidentes de los países vecinos, las Abuelas, las Madres… los miles y miles de argentinos de clase media, de descamisados, de hombres y mujeres, de pibes y pibas que le gritaron, le agradecieron y le reclamaron fuerza. Los mismos que fueron invisibilizados por los medios hegemónicos durante los últimos siete años, dejaron además otra exigencia. Por pudor, porque el dolor puede más o por cierta prudencia, de esa exigencia todavía no se habla, por lo menos, lo suficiente. Pero no se puede ocultar: “Andate, Cobos.” “Andate, Cobos” y, vos sí, dejála sola. Eso vienen gritando los miles y miles que se siguen mirando a los ojos con cantos y palabras para reconocerse, para abrazarse.
Ese problema, Perón no lo tuvo. Ni Hortensio Quijano, ni Alberto Tessaire, sus vicepresidentes, le jugaron en contra. A Cristina, sí. Vaya si las cosas cambiaron. Y, quién tiene dudas, van a seguir cambiando. Eso repiten quienes con más coraje que lágrimas, ayer, dijeron una vez más: “Presente, Cristina, todos estamos con vos.” Sí, con vos, así, mujer como sos.
Ahora es Néstor el que dejó a Cristina, sin tanto preaviso como Eva, y casi con el doble de edad. Es Cristina, la presidenta, la que queda al frente como quedó Perón, convirtiéndose en la segunda presidenta de nuestra Historia que enviuda en el poder. Y son muchos los que hoy especulan con el nivel mortífero que puede tener la partida del otro que completa y sostiene; construye y promueve, como le pasó a Perón. Un cable escrito por la embajada de los Estados Unidos en la Argentina describe para el Departamento de Estado, en Washington, esa situación de mediados de julio de 1952. Se pregunta, como lo hacían muchos, si Perón sería capaz de sostener el poder ante la pérdida de Eva. Así, se mostraban inquietos por descifrar si ese hombre soportaría la ausencia de la mujer que había amalgamado como nadie los espíritus más humildes del país, y podía movilizarlos en nombre de su General.
Hoy también son muchos los que quieren lo imposible: determinar qué nivel de fortaleza tendrá Cristina. Algunos ya le pusieron palabras, más cargadas de deseo que de realidad. Porque nadie puede saberlo. Todos pueden especularlo, imaginarlo, dejarlo por escrito en esta primera versión de la Historia que hoy estamos esbozando, pero tendrán que pasar muchos años para que sepamos la verdad. Lo que queda claro hoy es que algo cambió y no sólo porque la que manda es una mujer. Las patas en la fuente también tienen las uñas pintadas. Ya no fueron hombres cansados los que buscaron alivio, como aquel día del ’45 que transpiraron lealtad, sino chicas, pibas, las que agotadas de avanzar de a milímetros en una fila caprichosa que las llevaría hasta su líder, necesitaron descalzarse y arremangar los jeans para buscar amparo en el agua. Las patas en la fuente de 2010 tienen cara de mujer. Como la de la presidenta. Y no por eso, por su condición de género, puede asociársela a la debilidad, a la fragilidad. Eso sería demasiado burdo, simplista, reaccionario para los tiempos que se arremolinan.
Durante casi toda una vida, durante 35 años inclaudicables, Cristina dibujó un proyecto político junto a su compañero, que hoy no está. Pero el pueblo le reclama que deje marcado a fuego ese destino. Que lo profundice. Que siga más allá de su socio. Que lo trascienda. Que lo inmortalice. Durante los últimos tres días, todos los que rindieron honores frente a ella la arroparon con ese deseo, con esa esperanza. Sin mirar si su fortaleza lleva pollera o pantalón.
Los diarios Clarín y La Nación, en el lenguaje mudo que grita una foto, no. Quisieron decirle a la sociedad que el protagonista era el féretro y que ella, cabizbaja, está sola y en retirada. Basta mirar en detalle la foto para entender lo que digo. En el encuadre cenital que los socios del terror reproducen (¿casualmente?) en su tapa del viernes 29, ella está sola. El féretro, que esconde la derrota de su adversario, gana la escena. Y ella está en movimiento, yéndose.
No se ilusionen. Ni lo intenten.
Yo estuve ahí. Lo vi. Como millones de argentinos. Y esa no es la realidad. Magnetto la desafía por ser mujer. Era una de las razones por la que no quería que fuera presidenta.
Esas dos tapas, casi clonadas, no son más que una desbocada transferencia fotográfica. Porque todos vimos que Cristina estaba rodeada por su familia, su círculo más íntimo y querido, sus funcionarios, los presidentes de los países vecinos, las Abuelas, las Madres… los miles y miles de argentinos de clase media, de descamisados, de hombres y mujeres, de pibes y pibas que le gritaron, le agradecieron y le reclamaron fuerza. Los mismos que fueron invisibilizados por los medios hegemónicos durante los últimos siete años, dejaron además otra exigencia. Por pudor, porque el dolor puede más o por cierta prudencia, de esa exigencia todavía no se habla, por lo menos, lo suficiente. Pero no se puede ocultar: “Andate, Cobos.” “Andate, Cobos” y, vos sí, dejála sola. Eso vienen gritando los miles y miles que se siguen mirando a los ojos con cantos y palabras para reconocerse, para abrazarse.
Ese problema, Perón no lo tuvo. Ni Hortensio Quijano, ni Alberto Tessaire, sus vicepresidentes, le jugaron en contra. A Cristina, sí. Vaya si las cosas cambiaron. Y, quién tiene dudas, van a seguir cambiando. Eso repiten quienes con más coraje que lágrimas, ayer, dijeron una vez más: “Presente, Cristina, todos estamos con vos.” Sí, con vos, así, mujer como sos.
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