domingo, 27 de marzo de 2011

Debates, tensiones, hegemonía y conspiración Por Ricardo Forster

Debates, tensiones, hegemonía y conspiración Por Ricardo Forster

Días de vértigo político que no ofrecen muchas posibilidades para el reposo ni para la despreocupación; días en los que distintos aspectos de la compleja realidad nacional se entremezclan generando un cuadro de notables sucesos en los que, cada uno, valdría para llenar las páginas periodísticas de varias semanas. Días argentinos que se cruzan, también, con acontecimientos internacionales de una envergadura impresionante en los que al furor de la naturaleza y a las impericias técnicas de los seres humanos se les suma el regreso de los fragores de la guerra en Libia. Días en los que sufre el pueblo japonés y surgen todo tipo de interrogantes respecto de la sustentabilidad del irrefrenable y ciego desarrollo tecnológico; días en los que la hipocresía de los países poderosos encabezados por Estados Unidos vuelve a manifestarse sin mediaciones y en los que se bombardea a las fuerzas de Khadafi buscando, no la democracia y la dignidad para el pueblo libio, sino el control del petróleo, tratando de sacarse de encima a quien hasta hace pocos meses era un aliado mimado y festejado por los europeos. Días en los que al vértigo de una realidad argentina siempre sorpresiva y muchas veces espasmódica se le agregó una situación mundial en donde pasamos de la histeria mediática que anunciaba una catástrofe atómica inminente que dejó paso, con la misma velocidad, a la arremetida bélica contra Khadafi que acabó, al menos por ahora, de despojar al Japón del dudoso mérito de ocupar el centro de la información al precio de convertir el sufrimiento y las incertidumbres en espectáculo amarillista.

Si quisiéramos trazar un punto imaginario de partida para nuestro análisis, y centrándonos, por falta de espacio, en nuestras propias vicisitudes nacionales, podríamos situarlo en esa fecha tan paradigmática y de tanta remembranza como lo es el 11 de marzo. Un amplio arco kirchnerista eligió el recuerdo del viejo triunfo de Héctor Cámpora en 1973 como punta de lanza de una enorme demostración de fervor y movilización militante, y lo hizo catapultando a la fuerza juvenil como ese nuevo actor político que volvió a escena después de décadas de ostracismo y a partir primero del impacto producido por la recuperación de la política, la épica que acompañó el conflicto contra las patronales agrarias, la apertura y la intensidad que se manifestaron en la lucha contra la corporación mediática y, más recientemente, en esas jornadas excepcionales atravesadas por el dolor ante la muerte de Néstor Kirchner.

Los jóvenes, portadores de sus propias historias y también herederos de otros tiempos argentinos, se hicieron presentes de un modo tumultuoso y aluvional en la vida política. Y en ese acto los acompañó, con un discurso encendido y más que interpelador, Cristina Fernández. No todos, en el interior de algo tan caudaloso como es el peronismo, se sintieron a gusto con esa convocatoria y con esa presencia juvenil. Más allá de lo que hoy aparece como el indiscutible liderazgo de la Presidenta, por debajo y por los costados hay un intenso debate y un fuerte juego de intereses para ir definiendo el camino hacia adelante (independientemente del carácter conspirativo que tuvo la operación mediático-judicial contra Hugo Moyano, también hay que leer la sobreactuación del dirigente sindical y de la CGT en el interior de este cuadro político y dentro de los reacomodamientos y tensiones propios de un movimiento en el que conviven diversidades y contradicciones). Hay un arco que va del discurso en Huracán al discurso en Avellaneda la misma tarde-noche del viernes 18 cuando en paralelo Moyano suspendía el paro del lunes; en ambos Cristina reforzó la idea de un frente capaz de nuclear no sólo a las fuerzas del peronismo en sus distintas corrientes sino que reforzó, también, la necesidad de abrirse a otras tradiciones políticas, multiplicando los actores que van confluyendo en el interior del kirchnerismo y que expresan la clara y persistente ruptura del discurso que homogéneamente venía bajando desde las usinas comunicacionales de la derecha corporativa y que, sobre todo, alcanzaba a la clase media. Habló, en los dos discursos, de unidad pero no de cualquier unidad, sino que lo hizo haciendo hincapié en la médula distribucionista del proyecto. Sus palabras fueron “igualdad, justicia y dignidad”, todo un programa que, como no puede ser de otro modo, involucra directa y decisivamente los intereses de los trabajadores. Y eso Moyano lo sabe: su suerte también está atada a la continuidad y a la profundización de lo inaugurado en mayo de 2003. Lograr quebrar esa alianza es un objetivo de primera magnitud para todos aquellos que aspiran a doblegar lo mejor de este tiempo argentino en el que tantas cosas que parecían olvidadas regresaron a escena.

Después vino el triunfo en Catamarca. Muy festejado por lo inesperado, como si allí, en las tierras catamarqueñas se hubiera puesto en evidencia lo que el peso de la realidad y de los acontecimientos del último año no dejaban de señalar más allá del esfuerzo de ocultamiento de los grandes medios de comunicación: el kirchnerismo avanzaba sobre un mapa social político que lo catapultaba hacia una fuerte consolidación de la imagen de Cristina, una consolidación que era inversamente proporcional a la erosión de una oposición famélica de ideas, fragmentada y cada vez más impresentable.

Catamarca, en todo caso, sinceró lo que con potencia se había manifestado en los días inmediatamente posteriores a la muerte de Kirchner. En esos parajes en los que pocos posan su atención salvo cuando suceden cosas decisivas (como lo fue el crimen de María Soledad y la caída de un sistema político de corrupción y complicidades), ahora se anticipó lo que parece ser una tendencia reafirmada el domingo siguiente en Chubut, donde si bien aparentemente terminó ganando el candidato de Das Neves, lo hizo por un margen tan exiguo y con sospechas de fraude que su triunfo parece tener toda la forma de lo pírrico, allí donde hasta hace pocas semanas la diferencia era de casi 30 puntos para quedar reducida a unos pocos cientos de votos. Sin dudas que la presencia de Cristina, el impacto de lo que viene desplegándose a nivel nacional, fueron factores decisivos para este pronunciado giro de una parte del electorado. Hay que recordar que Das Neves había ganado las dos últimas elecciones por más del 70 por ciento de los votos. Catamarca y Chubut anticipan lo que enloquece a la derecha: que en octubre se plebiscite la continuidad del gobierno de Cristina.

La oposición, lejos de salir fortalecida, se mira, no sin horror, ante el espejo que le devuelve la realidad y no termina de salir de su asombro. Mientras tanto los que mueven sus hilos por detrás, los que toman las decisiones importantes, los que escriben sus libretos, ya se han cansado de sus inoperancias y, como queda más que claro a partir del impresentable documento suizo, buscan horadar desde adentro. Su objetivo es debilitar la unidad del oficialismo generando internas despiadadas y sospechas intercambiables hasta alucinar con el desprendimiento de aquel que imaginan como el heredero, por derecha, del kirchnerismo. La sombra de un Scioli de oposición es el sueño, por ahora trasnochado, de la corporación mediática y de sus escribas “independientes”. Algo de eso olfatearon, como perros de presa que son, cuando los camioneros lanzaron el paro. Algo así como la señal de una ruptura deseada y anunciada.

En el interior de estas operaciones político-mediáticas es que hay que leer una parte de la reacción de Moyano; una reacción sobreactuada aunque no inexplicable que, para muchos, estuvo más dirigida contra el Gobierno que específicamente contra el grupo Clarín. Pero también es cierto que el camionero quiso salir a cortar una campaña que viene de lejos y que busca demonizarlo convirtiéndolo en una suerte de monstruo amenazante que no sólo se ocupa de sus negocios sino que, incluso, tiene maniatado al gobierno nacional. Un montaje que actúa tomando en cuenta el prejuicio atávico de la clase media y que busca romper la alianza estratégica que desde mayo de 2003 viene avanzando sobre un país que estaba acostumbrado al poder de las corporaciones económicas.

La CGT, el movimiento obrero organizado, es un aliado clave y decidido sin el cual todo se volvería más difícil y, tal vez, inviable. Eso lo saben los eternos conspiradores y buscan, con estos golpes de efecto mediático, romper esa alianza que, como bien señaló Edgardo Mocca en un artículo reciente, es la que marca la clave de la hegemonía kirchnerista en el mapa social, político y cultural argentino. En todo caso, muchas son las enseñanzas a extraer como para no hacerle el juego a la restauración conservadora. Primó la cordura en Moyano y también lo propio sucedió en el Gobierno que, con rápido reflejo, salió a bajar los decibeles y a reforzar el sentido de un acuerdo indispensable para seguir profundizando un proyecto de distribución más justa y equitativa de la riqueza producida en el país. Quienes en las últimas décadas han hecho todo lo posible para apropiarse de un modo aberrante de la riqueza acelerando la desigualdad y la injusticia están por detrás de todas estas maniobras. Es indispensable no confundirse y saber hacia dónde dirigir las críticas y las acciones de repudio.

Pero también es claro que entre el acto de Huracán y la reacción intempestiva de Moyano se pusieron de manifiesto las complejidades de un proceso político que tiene en su interior diversas aristas que, eso no deja de ser interesante, vienen a poner de manifiesto que lo no clausurado en el interior de la experiencia kirchnerista es el debate alrededor de qué es lo prioritario en este tiempo argentino sacudido por intensidades de distinto tipo. Lo que la derecha mediática intenta es transformar esos debates y esas discusiones en una suerte de antagonismo autodestructivo o en un avance de un sector, en este caso del sindicalismo, sobre la propia Presidenta para volver a espantar a aquellos sectores medios que han vuelto a acercarse al Gobierno sobre todo a partir del impacto emocional de la muerte de Néstor Kirchner. Les interesa sobreexponer las diferencias y las contradicciones allí donde apuestan todas sus fichas de jugadores avezados y tramposos a debilitar desde adentro a un proyecto que amenaza con arrasar electoralmente. Ellos saben que un movimiento que atraviesa distintos sectores sociales y que apunta a una hegemonía no exenta de contradicciones es permeable a las operaciones y a la exacerbación de las diferentes pertenencias. Esto es parte de la historia del peronismo, una de sus riquezas y, también, de sus debilidades. 

Lo que sabe Moyano, y reafirmó Cristina, es que la suerte de lo abierto en mayo del 2003 compromete e involucra de un modo decisivo al movimiento obrero que, si bien es una fuerza indispensable y núcleo estratégico del proyecto, también necesita de otros actores y de otros sectores sociales y políticos para garantizar sus propios intereses. Hoy el kirchnerismo es la mejor garantía para sostener a mediano y largo plazo un proceso ya no sólo de restitución de derechos sino que, a su vez, avance hacia una mayor centralidad e importancia de los trabajadores a la hora no sólo de redistribuir mejor la renta sino de abrir los espacios de poder político. Una alianza estratégica que puede ser minada desde el interior del campo popular con la complicidad y el fogoneo de los conspiradores de siempre pero, de vez en cuando, indirectamente ayudados por errores propios o travestismos de última hora.

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