La combinación de fuerza, naturalidad, franqueza, inteligencia y capacidad de expresión que demuestra Cristina son un valor agregado sin el cual el escenario actual sería sin duda distinto.
Hace exactamente ocho meses, al día siguiente de la muerte de Néstor Kirchner, el diario La Nación, a través de su columnista Rosendo Fraga, pintaba un panorama político caótico para el oficialismo. Según escribía Fraga, la presidenta tenía entonces “la oportunidad de modificar, rectificar, corregir, cambiar una serie de aspectos, estilos, orientaciones y políticas impuestas por su marido, que llevaron a una situación inédita, que un gobierno con la economía creciendo al 9% tenga la aprobación de sólo uno cada tres”. A su vez, advertía que el gobierno estaba “sólido en lo económico, pero enfrentado con el sector productivo más importante del país que es el campo; en conflicto también con el sector industrial; en mala relación con la Corte Suprema como lo evidencian los fallos recientes; enfrentado con el Congreso, como lo muestra el último veto; en conflicto con la Iglesia Católica; enredado en una suerte de guerra contra los principales medios privados del país y en trance de romper relaciones con el gobernador de la principal provincia”. Fraga es consultor en temas políticos de empresas fundamentalmente extranjeras. Sus ejecutivos no gustan de la retórica ambigua. Por eso, leídas ocho meses después, las palabras de este artículo no ofrecen lugar a dobles interpretaciones. Fraga quedó muy desubicado. Para consuelo suyo y tranquilidad de sus clientes, abundaron los malos diagnósticos. Soledad Gallego Díaz, corresponsal del diario español El País fue más lejos. Uno de sus primeros artículos fue titulado “La muerte de Kirchner deja un vacío de poder en la Argentina”. Allí Gallego Díaz advertía que, además de la presidenta, había cuatro personas con poder cuyos pasos había que seguir muy de cerca. Mencionaba a Hugo Moyano –por supuesto siempre como un peligro–, a Daniel Scioli –como una alternativa frente al vacío–, a Eduardo Duhalde y a Mauricio Macri. Estos últimos como quienes podían dar legitimidad a un posible gobierno encabezado por Scioli. El País es visto como un diario serio. Más de un político argentino pudo caer en la tentación de no darse cuenta que era el mismo libreto de los editoriales de Clarín pero firmados por una española.
Mientras las plumas corporativas profetizaban un vacío que se llenaría con personeros suyos, una multitud, de modo espontáneo, colmó por tres días la Plaza de Mayo. La despedida de Néstor Kirchner tenía miles de rostros que esperaban horas para el último adiós a quien devolviera la esperanza en la política y resultara un empujón fundamental en recuperar la dignidad. Había, sin duda, otro país, otra cultura política cuyo pulso era sentido y acompañado por Cristina.
Esta semana que pasó permite tomar dimensión de aquellas horas. En primer lugar, porque fue la misma Cristina la que dijo que la decisión de seguir adelante –esas fueron sus palabras para confirmar su candidatura– la tomó en aquellas horas. Y tan importante como conocer quiénes integran las listas de diputados y senadores nacionales del Frente para la Victoria está la evaluación de si hubo –o no– ganadores y perdedores en las fuerzas internas que componen el kirchnerismo. Nunca son sencillas las integraciones de listas porque, sencillamente, hay muchos más aspirantes que cargos para postular. Lo que está claro es que no hubo deserciones y que los consensos permitieron los equilibrios suficientes como para marchar hacia el 23 de octubre con mucha vitalidad. Dicho sintéticamente: si las elecciones fueran hoy y no dentro de cuatro meses, la fórmula Cristina Fernández de Kirchner – Amado Boudou ganaría en primera vuelta. Además, de los 51 diputados nacionales del FPV que terminan su mandato, con la actual intención de voto, el oficialismo puede aspirar a aumentar sus bancas en no menos de diez nuevos diputados. En el Senado, de los 32 legisladores que terminan su mandato, 15 son del FPV y, por lo menos, conservará esas bancas. Amén de rediscutir las presidencias de las comisiones estratégicas, el kirchnerismo no sólo sumará más diputados y senadores propios sino que se sentará a negociar con fuerzas opositoras bastante dispersas. En efecto, es bueno volver a los análisis que hacían ocho meses atrás quienes quisieron influir en el moldeo opositor para confirmar el nivel de improvisación de las fórmulas que pretenden llegar a la Casa Rosada y, además, colocar legisladores propios. Los tironeos que terminaron con alianzas insólitas como la de Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez y que generó que el socialista Hermes Binner recurriera a la senadora Norma Morandini, o que Fernando “Pino” Solanas terminara impulsando un binomio propio –Alcira Argumedo y Jorge Cardelli– muestran que, en vez de cultivar un espacio común, terminaron partidos en tres. Pero, a su vez, la integración de las listas en esos tres espacios replica otros tantos niveles de fragmentación. No sólo genera desconfianza en el electorado sino que los legisladores que lleguen a las dos cámaras no tendrán pertenencia sólida a bloques con identidad. Algo similar le pasó a la derecha peronista, que mostró a un Eduardo Duhalde que primero se peleó con Alberto Rodríguez Saá, y que terminó sufriendo la deserción de Graciela Camaño, esposa de su principal socio político, Hugo Barrionuevo. A su vez, la decisión de Adolfo Rodríguez Saá de presentarse al mismo tiempo como candidato a senador por San Luis –cargo que seguramente ganará– y a gobernador por la provincia de Buenos Aires podría ser tomada como un blooper si no resultara una falta de respeto a los ciudadanos bonaerenses. Elisa Carrió prefirió la soledad y el insulto y ahí quedó, relegada a ir al fondo de la tabla con Jorge Altamira, uno de los promotores de los conflictos en Santa Cruz.
Algunos políticos argentinos deberían leer menos las recomendaciones de Clarín y La Nación y preguntarse qué pasó en estos ocho años para que un radical ganara con el 70% de los votos en Misiones y fuera un aliado incondicional de la presidenta. O que en el otro extremo, en Tierra del Fuego, las dos candidatas que irán a segunda vuelta para definir la gobernación sean ambas aliadas de la presidenta y una de ellas, la actual gobernadora Fabiana Ríos, provenga del espacio político liderado por Elisa Carrió. Lo que los medios opositores calificaron como vocación hegemónica del kirchnerismo puede ser leído como una voluntad frentista. Cualquiera que entienda la política como fuerza transformadora de un orden establecido debe entender que es preciso contar con una amplia y heterogénea base social y con identidades políticas diversas para poder disputar la iniciativa a las grandes corporaciones que no desean los cambios.
El entusiasmo popular, el contagio de la militancia, la decisión de organizarse desde el territorio o los sindicatos son las fórmulas a las que recurre el kirchnerismo. Podría agregarse un dato decisivo en la construcción de un partido o movimiento popular capaz de poner en marcha los cambios: es el liderazgo. La combinación de fuerza, naturalidad, franqueza, inteligencia y capacidad de expresión que demuestra Cristina son un valor agregado sin el cual el escenario actual sería sin duda distinto. Esto tiene dos lecturas: la primera es que resulta una persona indispensable y la segunda es que sabe ser la intérprete y representante de los millones de argentinos que apuestan a seguir el camino empezado el 25 de mayo de 2003.
Mientras las plumas corporativas profetizaban un vacío que se llenaría con personeros suyos, una multitud, de modo espontáneo, colmó por tres días la Plaza de Mayo. La despedida de Néstor Kirchner tenía miles de rostros que esperaban horas para el último adiós a quien devolviera la esperanza en la política y resultara un empujón fundamental en recuperar la dignidad. Había, sin duda, otro país, otra cultura política cuyo pulso era sentido y acompañado por Cristina.
Esta semana que pasó permite tomar dimensión de aquellas horas. En primer lugar, porque fue la misma Cristina la que dijo que la decisión de seguir adelante –esas fueron sus palabras para confirmar su candidatura– la tomó en aquellas horas. Y tan importante como conocer quiénes integran las listas de diputados y senadores nacionales del Frente para la Victoria está la evaluación de si hubo –o no– ganadores y perdedores en las fuerzas internas que componen el kirchnerismo. Nunca son sencillas las integraciones de listas porque, sencillamente, hay muchos más aspirantes que cargos para postular. Lo que está claro es que no hubo deserciones y que los consensos permitieron los equilibrios suficientes como para marchar hacia el 23 de octubre con mucha vitalidad. Dicho sintéticamente: si las elecciones fueran hoy y no dentro de cuatro meses, la fórmula Cristina Fernández de Kirchner – Amado Boudou ganaría en primera vuelta. Además, de los 51 diputados nacionales del FPV que terminan su mandato, con la actual intención de voto, el oficialismo puede aspirar a aumentar sus bancas en no menos de diez nuevos diputados. En el Senado, de los 32 legisladores que terminan su mandato, 15 son del FPV y, por lo menos, conservará esas bancas. Amén de rediscutir las presidencias de las comisiones estratégicas, el kirchnerismo no sólo sumará más diputados y senadores propios sino que se sentará a negociar con fuerzas opositoras bastante dispersas. En efecto, es bueno volver a los análisis que hacían ocho meses atrás quienes quisieron influir en el moldeo opositor para confirmar el nivel de improvisación de las fórmulas que pretenden llegar a la Casa Rosada y, además, colocar legisladores propios. Los tironeos que terminaron con alianzas insólitas como la de Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez y que generó que el socialista Hermes Binner recurriera a la senadora Norma Morandini, o que Fernando “Pino” Solanas terminara impulsando un binomio propio –Alcira Argumedo y Jorge Cardelli– muestran que, en vez de cultivar un espacio común, terminaron partidos en tres. Pero, a su vez, la integración de las listas en esos tres espacios replica otros tantos niveles de fragmentación. No sólo genera desconfianza en el electorado sino que los legisladores que lleguen a las dos cámaras no tendrán pertenencia sólida a bloques con identidad. Algo similar le pasó a la derecha peronista, que mostró a un Eduardo Duhalde que primero se peleó con Alberto Rodríguez Saá, y que terminó sufriendo la deserción de Graciela Camaño, esposa de su principal socio político, Hugo Barrionuevo. A su vez, la decisión de Adolfo Rodríguez Saá de presentarse al mismo tiempo como candidato a senador por San Luis –cargo que seguramente ganará– y a gobernador por la provincia de Buenos Aires podría ser tomada como un blooper si no resultara una falta de respeto a los ciudadanos bonaerenses. Elisa Carrió prefirió la soledad y el insulto y ahí quedó, relegada a ir al fondo de la tabla con Jorge Altamira, uno de los promotores de los conflictos en Santa Cruz.
Algunos políticos argentinos deberían leer menos las recomendaciones de Clarín y La Nación y preguntarse qué pasó en estos ocho años para que un radical ganara con el 70% de los votos en Misiones y fuera un aliado incondicional de la presidenta. O que en el otro extremo, en Tierra del Fuego, las dos candidatas que irán a segunda vuelta para definir la gobernación sean ambas aliadas de la presidenta y una de ellas, la actual gobernadora Fabiana Ríos, provenga del espacio político liderado por Elisa Carrió. Lo que los medios opositores calificaron como vocación hegemónica del kirchnerismo puede ser leído como una voluntad frentista. Cualquiera que entienda la política como fuerza transformadora de un orden establecido debe entender que es preciso contar con una amplia y heterogénea base social y con identidades políticas diversas para poder disputar la iniciativa a las grandes corporaciones que no desean los cambios.
El entusiasmo popular, el contagio de la militancia, la decisión de organizarse desde el territorio o los sindicatos son las fórmulas a las que recurre el kirchnerismo. Podría agregarse un dato decisivo en la construcción de un partido o movimiento popular capaz de poner en marcha los cambios: es el liderazgo. La combinación de fuerza, naturalidad, franqueza, inteligencia y capacidad de expresión que demuestra Cristina son un valor agregado sin el cual el escenario actual sería sin duda distinto. Esto tiene dos lecturas: la primera es que resulta una persona indispensable y la segunda es que sabe ser la intérprete y representante de los millones de argentinos que apuestan a seguir el camino empezado el 25 de mayo de 2003.
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