domingo, 17 de julio de 2011

Buenos Aires, entre el sueño y la pesadilla Por Ricardo Forster


Sucedió en Buenos Aires aquello que tenía que suceder? ¿Es el macrismo el “único” responsable de esa acumulación de votos que lo puso al borde de la victoria en primera vuelta o es posible encontrar responsabilidades más allá de los que se embanderan con el amarillo y blanco que siempre nos trae reminiscencias vaticanas? ¿Fue el inefable Durán Barba, maestro titiritero detrás del escenario de las marionetas danzantes del jefe de la ciudad y sus acompañantes, el artífice, magia publicitaria mediante, del triunfo? ¿Le cupo a la campaña, muy deshilachada, del FPV una parte no menor de la derrota transformada, por el arte de las frases de ocasión, en la “mejor elección de la historia” del propio FPV? ¿Hay, acaso, una incomprensión, arrastrada desde lejos, por parte del kirchnerismo, de la trama compleja y contradictoria que se expresa en Buenos Aires y en sus habitantes? ¿Sigue persistiendo entre la mayoría de los porteños el imaginario de los años noventa? ¿Es acaso Buenos Aires “lo real verdadero” de ese país que no termina de abandonar su lógica individualista y su cualunquismo arraigado en amplísimos sectores medios? ¿Se ha convertido, efectivamente, en una ciudad hegemonizada por el sentido común de una derecha transversalmente desplegada y capaz de capturar, en un movimiento de pinzas que nos recuerda al menemismo, a la señora de Recoleta con el vecino de Villa Soldati, al portero de Almagro con el ejecutivo de Belgrano, al canillita de Villa del Parque con el carnicero de Lugano e, incluso, al taxista que escucha Radio 10 con el habitante de alguna de las villas del sur de la ciudad? ¿Estamos ante una derecha capaz de llegar donde antes no lograba llegar y con los recursos sofisticados de los engranajes del marketing, de la publicidad, de las tecnologías audiovisuales, de la protección de la corporación mediática y de la elaboración de lenguajes capaces de interpelar de otro modo a una parte caudalosa de la ciudadanía? ¿Es apenas un traspié pasajero en la larga marcha de una ciudad que supo ser otra cosa, que supo guardar en su interior la memoria de una igualdad cada vez más amenazada por el despliegue de un capitalismo depredador en el doble sentido de lo material y de lo cultural simbólico? ¿Es expresión, el voto macrista, de una sociedad fragmentada y que se ha puesto de espaldas a lo público, despreocupándose de la educación y de la salud públicas allí donde lo que proliferan son las escuelas privadas y las prepagas y las obras sociales? ¿Constituye Buenos Aires, o al menos una parte significativa de sus habitantes, la continuidad de la tradición brutalmente antipolítica que hunde sus raíces en nuestros abuelos inmigrantes que desde un comienzo sospecharon de la “política criolla”? ¿Es la derecha, aggiornada, la que mejor representa el sentido común extendido, ese que siempre es políticamente incorrecto y que cuando se lo libera asume la forma cloacal del lenguaje del prejuicio y del racismo? ¿Estamos, tal vez, asistiendo al último deshilachamiento del progresismo porteño? 

Preguntas y más preguntas que no resultan sencillas de responder pero que al enunciarlas al menos nos permite iniciar una indispensable reflexión crítica de todo aquello que posibilitó la casi inevitable continuidad de un gobierno calamitoso por cuatro años más. Y esto más allá, o más acá, de que no sea trasladable a nivel nacional lo que acaba de ocurrir en Buenos Aires, porque a aquellos que amamos esta ciudad no nos consuela, mientras la vemos encaminarse a su propio vaciamiento, al olvido de lo mejor de sí misma que es, también, lo mejor de nosotros mismos, que el voto de Cristina no esté en riesgo. Seguramente que la mayoría del país, incluyendo a los porteños que no votaron a Macri, como sucedió en el 2007 (en un escenario electoral relativamente parecido en el que también se perdió previamente la ciudad y luego Santa Fe) le darán su apoyo masivo a la Presidenta; lo que nos preocupa, lo que me preocupa, es nuestra/mi ciudad, la de Borges y la de Arlt, la de Gardel y la de Piazzolla, la de Quinquela Martín y la de Berni, la de Martínez Estrada y la de Scalabrini Ortiz, la de Spinetta y la de Charly García, la de los barrios que luchan a brazo partido contra la avanzada criminal de la especulación inmobiliaria y la que nos remite a nuestra infancia y nuestra adolescencia de escuela pública y de callejeos interminables. 

“No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”, palabras del poeta que hoy no puedo dejar de rememorar. Palabras que logran capturar ese sentimiento extraño, tumultuoso y paradojal que nos produce una ciudad que guarda en su interior distintas ciudades. Más allá de un resultado electoral, Buenos Aires nos ofrece, para quien quiera mirar con ojos abiertos y críticos, la compleja trama de una actualidad que no se deja asir por perspectivas estrechas y simplificadoras. Hay en su interior, entre los pliegues de su memoria y de su presente, rasgos y experiencias que deberían ser auscultadas a la hora de intentar explicar el expandido voto hacia la derecha macrista. 

El triunfo de Mauricio Macri, amplio, mucho más de lo esperado y acercándose al 50 por ciento que hubiera eliminado la segunda vuelta, mueve a la reflexión y a la pregunta inquietante de todos aquellos que no pueden dejar de interrogar cómo fue posible que una gestión entre mala y mediocre para ser generosos (y que no dejó de estar salpicada por escándalos y procesamientos), articulada alrededor de frases tan pegadizas como ahuecadas y una estética de discoteca kitsch (astutamente diseñada desde el laboratorio del publicista Durán Barba que, una vez más, logró darle forma triunfal a la pobreza franciscana en ideas y en retórica del Pro), haya podido interpelar, como lo hizo, a un amplio espectro del electorado porteño que fue reclutado no sólo en los barrios ricos sino, y en un porcentaje muy alto, en las barriadas populares, aquellas más duramente sacudidas por la desidia de un gobierno que prácticamente no hizo nada por sacar al sur de la ciudad de su historia de abandono y pobreza. 

Algo de otro orden sucedió en la elección del domingo, algo más profundo que habita las entrañas de Buenos Aires y que no se clausura, argumentativamente, con aquello del “gorilismo” ancestral de los porteños que hizo de la ciudad casi un coto cerrado para el peronismo. Reducir el triunfo del macrismo, su capacidad para interpelar y seducir incluso a votantes de Cristina, a la historia de desencuentros entre la mayoría de los porteños y el movimiento creado por Juan Perón resulta entre anacrónico y reduccionista allí donde la época, la nuestra, la actual, introduce otros elementos que poco y nada tienen que ver con aquella marca histórica cuyo momento más trágico fueron las bombas arrojadas por la aviación naval sobre la Plaza de Mayo causando centenares de muertos y finalmente el triunfo y apogeo bajo la Libertadora del más acérrimo antiperonismo. Un profundo desgarrón entre la clase media devenida “gorila” y los sectores populares volcados masivamente al peronismo dibujaría por mucho tiempo la matriz de una ciudad siempre ardua y compleja. Pero, y eso habría que desplegarlo mejor, que en las actuales circunstancias hay otros elementos que ya no pueden explicarse por la tradicional antinomia peronismo-antiperonismo o el ancestral gorilismo de las clases medias porteñas. Las marcas dejadas por la dictadura y, sobre todo, la sedimentación de la cultura menemista siguen allí como señales de una realidad para nada lineal a la hora de sacar rápidas conclusiones sobre el triunfo de Macri en todas las comunas de la ciudad. 

Se trata, sin dudas, de una compleja alquimia de transformaciones sociales, urbanas, económicas y culturales que han calado muy hondo en la sensibilidad de una parte de los porteños hasta el punto de lograr una extraña empatía entre un privilegiado habitante del norte con un empobrecido y hasta marginado habitante del sur. Una alquimia que permite que se entrecrucen las estéticas y las palabras, los pasos de baile y la ilusión de un déjà-vu noventista, todo bien condimentado con un discurso forjado en los talleres de la desideologización y la antipolítica. Una variante porteña del cualunquismo, aquel movimiento surgido de las clases medias bajas italianas que apoyaron al fascismo mussoliniano y que se definieron por una sospecha atávica hacia la política. Entre nosotros lo que se sigue expresando con especial potencia es una mezcla de gorilismo, prejuicio social, racismo, resentimiento y banalización neomenemista. El macrismo ha sabido capturar esa oscura mezcla cuya metáfora más horrible la pudimos ver en las retóricas racistas durante los días en los que se ocupó el Indoamericano. La larga sombra de las cacerolas de diciembre de 2001 más las que emergieron durante el conflicto con la Mesa de Enlace siguen desplegándose en el interior del sentido común de una parte significativa de los habitantes de Buenos Aires. 

Durán Barba, el verdadero ideólogo del macrismo, focalizó la campaña en todos aquellos recursos destinados a diferenciar la propuesta de Macri de cualquier contaminación “política”; su maestría, si la podemos llamar así, fue penetrar el núcleo antipolítico que persiste en un amplio sector de ciudadanos porteños juntándolo, como resulta obvio, con esa base de derecha histórica que tiene la ciudad. Todo confluyó para darle este primer triunfo, holgado, al macrismo: el voto anti K de la clase media acomodada (voto ancestralmente gorila), el voto despolitizado y banal de una franja de jóvenes formados en las estéticas de los noventa tinellizados, el voto vómito del resentimiento de algunos sectores de clase media baja y popular cuyo objeto de odio se dirige centralmente “a los negros de mierda”, a los bolivianos y paraguayos y cuyo terror pesadillesco es terminar en una villa miseria y, por último, pero no menor, el voto de aquellos que viven en su propia burbuja, descreídos de todo lo que tenga que ver con la política y profundamente ganados por un individualismo sin fisuras en el que no parece penetrar ninguna bala que les recuerde que hay un otro y que existe algo así como el espacio público. La matriz cultural simbólica desplegada por el neoliberalismo sigue activa entre nosotros y eso volvimos a comprobarlo este último domingo. Como en otras ocasiones un largo viaje en taxi por Buenos Aires nos permita entender, escuchando con atención el discurso del conductor, lo que se guarda en el interior profundo de nuestra ciudad. 

Como cierre, no apresurado de este comentario poselectoral, queda recordar que un porcentaje no menor al 40 por ciento no votó un candidato de derecha y sigue sintiéndose expresado mayoritariamente por el FPV y por lo que en general denominamos alternativas progresistas, nacional populares y de izquierda. Como para no olvidar que no todo es amarillo en esta ciudad que sigue moviéndose entre el amor y el espanto. Para insistir con una campaña que debe dejar volar la imaginación, que debe ser capaz de reencontrarse con los fantasmas de una ciudad que guarda en su interior las innumerables voces del arte y de la vida, de los sueños y de las rebeldías, de jornadas gloriosas y de dolores y horrores nunca olvidados. Pero también para amplificar exponencialmente nuestra capacidad de interpelación buscando los recursos que nos permitan llegar a quienes no hemos podido o sabido alcanzar. Remar contracorriente constituye un gesto de la voluntad y, también, una oportunidad para decir más libremente lo que pensamos y lo que deseamos, para soltarnos y desacartonarnos reinventando, ahora, en estas semanas y habiendo perdido las garantías, una campaña que logre expresar mejor lo que no supimos decir y transmitir a los ciudadanos de esta ciudad entrañable y terrible, próxima y lejana, la ciudad de nuestros amores y de nuestras pesadillas, la tierra de nuestros afectos y el laberinto de nuestras búsquedas incansables. Esa Buenos Aires nunca podrá ser macrista, “y si esta numerosa Buenos Aires / no es más que un sueño / que erigen en compartida magia las almas, / hay un instante / en que peligra desaforadamente su ser / y es el instante estremecido del alba, / cuando son pocos los que sueñan el mundo / y sólo algunos trasnochados conservan, cenicienta y apenas bosquejada, / la imagen de las calles / que definirán después con los otros” (J.L. Borges). Soñamos, con Borges y tantos otros, con rescatar y reconquistar esa ciudad del alba.

FUENTE elargentino.com

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