Once años. ¡Once años! ¿Recordarán las personas que intervinieron en la vida de esta niña sus sentimientos, sus pensamientos de cuando tenían once años? ¿Jugaban a las muñecas, a las bolitas, tomaban la Primera Comunión? Fueran de la religión o creencia que fueran, ¿no les enseñaban acaso que un niño/a no es lo mismo que un adulto/a? Muchos sintieron la palmada del adulto/a, o el “callate la boca”, en ocasiones injusto, sólo ejercicio de la fuerza sobre la/el niña/o indefensa/o.
Seguramente vieron –aunque quizás no quisieron saber– que en su entorno había adultos/as que acosaban niñas/os, tal vez los acosaron a ellos también, tal vez los azotaban siguiendo la colonial costumbre. Pero avanzó el siglo XX y fue llamado el “siglo de los niños” porque la humanidad reconoció que los niños (y también las niñas) tienen cuerpo, pensamiento, palabra, incluso derecho a la palabra y lo plasmó en la legislación internacional.
No obstante, cierta infancia sigue siendo la condición más sometida, desconocida como sujeto, manipulada, acallada. Especialmente si se trata de mujeres. En esa situación se encuentra la pequeña de once años que dijo “quiero ser como era antes”. En esas palabras expresó que su cuerpo y sus sentimientos son de niña y pidió que se cumpliera con su derecho a un aborto que no es punible. Supo decir su voluntad contra quienes, además del violador (de quien debe ocuparse la Justicia), se apropiaron de su cuerpo, de su niñez, de su vida futura.
Esta no es solamente la discusión sobre la despenalización del aborto (práctica que numerosos sectores religiosos, sociales y políticos consideramos necesario legalizar). Se trata (además) de los más elementales derechos de la infancia, de las mujeres e incluso de la familia, el derecho a no ser acosados por fuera de la letra de la ley, ni sometidos a la imposición de valores por parte de quienes tienen más poder social, cultural o institucional.
Porque, es dable preguntarse ¿se buscará que progrese el embarazo de una niña de once años para luego hacer desaparecer la identidad de otro niño, sugiriendo ahora que entregue al bebé en adopción para luego cambiarle el nombre y el apellido? Preocupa, porque ese sería el próximo paso lógico a darse por parte de quienes detentan todavía la conservadora concepción del antiguo Patronato de Menores, esa institución de la beneficencia que fue afortunadamente suprimida por la Ley 26.061, de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes.
* Presidenta del Partido Frente Grande (FG) en el Frente para la Victoria (FpV).
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