martes, 28 de diciembre de 2010

La pobreza intelectual de la derecha conservadora

ELECCIONES 2011

La pobreza intelectual de la derecha conservadora

Publicado el 28 de Diciembre de 2010


 

La elite política que a partir de 1862 organizó el Estado Nacional a imagen y semejanza de la clase dominante, también supo construir el corpus teórico de su proyecto, pese a que este tuviera aristas aberrantes.
 
Había que ver a Eduardo Duhalde lanzar su candidatura en Costa Salguero. Un enorme plasma le agigantaba la imagen. El micrófono tipo vincha permitía su desplazamiento en el escenario como si fuera el mismísimo Billy Graham. Y, además, hacía uso de un sistema de telepronter para no perder el eje de sus dichos. El resultado fue espantoso; ese hombre, en realidad, parecía el actor que lo imitaba en la Casa del Gran Hermano. Tal impresión se vio robustecida por el carácter ramplón de su discurso. Ramplón y efectista. “El país está sediento de paz” y “No tengan miedo de hablar de represión, que no es matar a nadie”, fueron sus frases sobresalientes. Luego trascendió que semejante arenga había sido fruto de un entrenamiento intensivo efectuado durante el fin de semana en su quinta de San Vicente; allí –bajo la supervisión del publicista carioca João Santana– el pensamiento proselitista del ex presidente interino fue ideado por un calificado cuarteto: Eduardo Amadeo, Carlos Campolongo, Eliseo Verón y Miguel Ángel Toma. 
El hecho en sí es sólo una muestra de la pobreza intelectual que sacude a los más destacados referentes de la derecha conservadora.
Tal es el caso de Francisco de Narváez, cuyo ejemplo no deja de ser curioso: un acaudalado heredero que, de pronto, se obsesiona por gobernar un país sin tener una historia militante ni formación política y menos aun ideas originales. Quizás para suplir esas limitaciones haya comprado en un remate –por 140 mil dólares– la biblioteca personal de Perón y su uniforme de gala. Claro que no le va a la zaga el vicepresidente Julio Cobos, quien no tuvo pruritos en reconocer que el único texto que leyó en los últimos años es el Reglamento del Senado.
¿Y qué decir de Mauricio Macri? Es que él es ya famoso por cometer faltas de ortografía hasta cuando habla.
Al respecto, es notable que sus más remotos antepasados ideológicos hayan sido –en el aspecto cultural– exactamente lo contrario.
En la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, sujetos como Santana o Jaime Durán Barba hubiesen tenido que buscar otro empleo. Lo cierto es que la elite política, que a partir de 1862 organizó desde la base el Estado nacional a imagen y semejanza de la clase dominante, también supo construir el corpus teórico de su propio proyecto, pese a que este tuviera aristas aberrantes, como la Guerra de la Triple Alianza –en la que se exterminó la población masculina del Paraguay– o la Conquista del Desierto, sobre cuya naturaleza criminal no hay mucho que agregar. Ocurre que sus hacedores fueron hombres ilustrados, como Bartolomé Mitre. De hecho –además de haber fundado el 4 de enero de 1870 el diario La Nación–, su Historia de Belgrano (1887) y los tres tomos de la Historia de San Martín (1890) son consideradas nada menos que las obras pioneras de la historiografía oficial. Pero si el pensamiento de alguien tuviera una influencia decisiva en la organización del nuevo país, ese no fue otro que Sarmiento, puesto que en la polémica sobre la civilización frente a la barbarie –planteada por él en su obra Facundo (1845)–, se forjó el modelo de nación acuñado por el sector que en 1880 condujo a la presidencia al general Julio A. Roca. Esa camada –conocida como la Generación del ’80– tuvo hombres que en una misma vida fueron escritores, políticos, militares y funcionarios. En lo social, abogaron con sumo fervor por el positivismo, bajo el lema “Orden y Progreso”. Lo primero no era sino un eufemismo referido a las condiciones de calma que –en pleno auge inmigratorio– debía imperar entre las clases bajas para así garantizar lo segundo: la concentración de la riqueza. Reflejo de ello fue la Ley de Residencia, impulsada por Miguel Cané (el autor de Juvenilia) que propiciaba la deportación de extranjeros díscolos. No menos cuestionable era la opinión de Eduardo Wilde (autor de Viajes y observaciones por mares y tierras) ante el sufragio universal: “Es la victoria de la ignorancia universal”, fueron sus exactas palabras. Entre los grandes animadores de esta corriente se destacaron, además, Joaquín V. González (gobernador de La Rioja, senador y autor de La revolución de la independencia argentina ), Eugenio Cambaceres (diputado nacional y autor de En la sangre) y Lucio V. Mansilla (diplomático, y autor de Una excursión a los indios ranqueles ). La etapa política dominada por la Generación del ’80 se extendería hasta 1916, al vencer en las elecciones de ese año a Hipólito Yrigoyen.
El paso de aquellos hombres por la Historia dejaría una pequeña anécdota que los pinta por entero. En una tarde otoñal de 1890, Mansilla visitó a Mitre en su casona de la calle San Martín al 300, y este lo recibió con un anuncio: “Lucio, acabo de terminar de traducir La Divina Comedia.”La respuesta del recién llegado fue: “¡Muy bien, don Bartolo, hay que joder a esos gringos!”
Quizás, casi 12 siglos después, la llegada de un tipo como Macri a la jefatura del gobierno porteño haya sido una tardía venganza por esa traducción.

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