Los vendedores de humo, Por
Al iniciarse cada año, para beneplácito del establishment y de las corporaciones, astutos individuos lanzan vaticinios tremebundos. Trabajan para sus intereses egoístas con un denuedo inusitado, o pagado.
Por dónde comenzar el análisis de la ficción producida por los videntes de la economía? Son personas que poseen una pecera dentro de la cual han caído los políticos y los empresarios. Cada uno elige el anzuelo que se traga, pero no quiere salir de la pecera porque supone que la información económica está sólo dentro de ella. Al iniciarse cada año, para beneplácito del establishment y de las corporaciones, astutos individuos lanzan vaticinios tremebundos. Escupen hacia arriba sin pudor. Avisan que el desastre caerá inexorable sobre el país. Trabajan para sus intereses egoístas con un denuedo inusitado, o pagado. Bueno, así es cómo llegaron ahí. Por supuesto, evitan morder la mano que los alimenta. Piensan que todos les creerán si dicen que agitando una vaca dará helado y no leche. Pero cuando al terminar el año la lluvia de sus errores los empapa, ninguno hace autocrítica. Por pudor, deberían comerse sus palabras, manchados por la vergüenza. Sin embargo, apegados a la realidad virtual, eluden la realidad genuina, como el infiel sorprendido con otra mujer que dice a la suya: “Ves visiones, allí en la cama no hay nadie.” Y en la cama hay un país que creció alrededor del 9%. ¿Qué decir?
Los brujos caseros no dan excusas. Hallan más formas de perdonarse que el hombre de a pie. Hijos del primer economista, el escocés Adam Smith, aplican sus viejas ideas. Hace 235 años, en el libro La riqueza de las naciones, Smith justificó la ambición diciendo que una “mano invisible” guía al hombre a servir sus propios intereses, pues así sirve al interés público. Falacias. Pero advirtió: “Los hombres del oficio rara vez se reúnen; si lo hacen, terminan en una conspiración contra el público o en algún plan para elevar los precios.”
Porque los ricos siempre lloran. Seguramente, apenas pueden llegar a fin de mes. Por ello necesitan certezas. Los economistas saben encender la cerilla que inflama a esos codiciosos. Ninguna acción humana es neutra. Cuando una fuente brinda información, persigue un objetivo. La dirige en el sentido que más le conviene. ¿Qué pretenden los economistas al hacerla pública? Ególatras (¡el aspirante a ministro con Menem menospreció al premio Nobel Stiglitz!) quieren vender ante los empresarios su agencia (que es también un producto), hacer daño al gobierno, lograr influencia o ser mejor pagados. La noticia económica es un hecho que grafica el poder: la guerra en la cumbre decide qué decir y a quién. A veces las filtraciones se publican a cambio de dinero, para alzar o bajar el valor de un título. Otros manejan la acción psicológica como el jefe de una banda. Así atraen a gente íntegra, que los sigue. Siempre la información sirve a alguien que vende o compra. Lo esencial es decidir si es relevante y veraz. No hay conflicto, mientras se gane dinero. Cuando la plaza intuye que puede ganar más, nace la codicia. Y se vale del segundo poder, tras el económico: la prensa, que antes era el cuarto poder.
La derecha tiene un solo objetivo: obtener el mayor rédito en el menor tiempo. Como nuevos dioses, los albaceas de los opulentos exhiben sus actos de magia. Nada por aquí, nada por allá. Estos paladines mediáticos, que hace siete años desfilan por canales de cable yendo de fiasco en fiasco, opinaron en diciembre de 2009. M. A. Broda, príncipe de los gurúes (pronosticó en 2002 un dólar a $ 20 y al fracasar no se pegó un tiro), aseveró que la economía en 2010 crecería sólo el 3,5%, la desocupación subiría y el déficit fiscal llegaría al 2,5 %. Ojalá halle ese déficit, porque nadie lo vio. Reprobado. Mario Brodersohn, ex ministro radical, anunció con desdén agorero un crecimiento del 4%, desocupación del 11% y déficit del 1%. Erró en todo. Orlando Ferreres, vidente con pedigree de ex empleado de Bunge y Born, señaló suelto de cuerpo “no hay forma de crecer más del 3%”. Sacó un cero. Carlos Melconian, barbudo menemista y hábil correcaminos de pasillos de TV, hoy allegado a Macri, insistió con su hechicería veraniega. Afirmó soberbio: “El modelo está agotado. Puede ser que crezcamos un 3%.” ¡Qué contradicción! En Europa, de desarrollo negativo, ruegan en misa por una presidenta que con un “modelo agotado” haga crecer un país el 3%. ¡Un bombero para Melconian! FIEL, exquisita consultora, debió ganar la Palma en Cannes. Se atrevió a predecir: “Esto se cae. El boom del consumo de los bienes durables tiene corta vida.” ¡Y fue el año de más venta! De allí surgió López Murphy, amado por estatales y jubilados, a quienes en 15 días de gestión les recortó el 13% de haberes. Otro tema, dice un locutor.
No podía faltar la visión del CEMA, quien nos regaló al ex ministro Carlos Rodríguez: “No vamos a una crisis, vamos a un parate de actividad hasta que cambiemos por otro gobierno.” Dio miedo. Quizá es un profeta futurista, el Ray Bradbury de los economistas. Una pregunta: si el país se paró en 2010, ¿cómo creció el 8,5 %? Y si va a estar paralítico hasta octubre, ¿por qué incluso los opositores anuncian que este año crecerá? Nadie lo sabe, y menos Rodríguez. Hay que perdonarlos. El calor de diciembre nubla el cerebro. Para ellos sólo cuenta el mercado, el Estado les causa risa. Por eso, obvian admitir que parte del 8,5 % se debió a la inversión pública. Sus acertijos yerran por ideología, ni siquiera los matizan. Anunciaron caída a pique de las reservas, inflación en espiral, países negándose al canje de deuda e importación de trigo. Un bluf.
Es que estos señores no son inocentes. La discusión sobre el futuro consiste en proyecciones de las tendencias actuales. Jamás proyectan un aumento de la igualdad social. Trabajan para grupos opuestos a este modelo, que ganan cuando la ocasión es propicia. Siempre le sugieren al hombre común poner su dinero en el banco al 8% anual. No le informan cómo entrar y salir a tiempo de la Bolsa, donde los bien informados hacen su agosto: en un año subió el 51,8% y un bono rindió el 223 % anual. Allí el hombre común entra tarde.
Algo no es bueno o malo por principio. Lo esencial es saber si sirve, o si a la larga ayuda a los demás. Este denigrado Estado, camino al benefactor, protege a los jubilados, a los desnutridos y a las víctimas de prejuicios. Aunque le falta mucho por recorrer, luego de octubre buscará alcanzar la cumbre de su utopía, esa que intelectuales snobs creen obsoleta: unir al crecimiento una baja inflación y mayor redistribución de la riqueza en salarios, salud y vivienda.
Los bufones que piensan sólo en la ganancia deberían intuir que la igualdad no pasó de moda. Nietzsche calificó al burgués como el “más despreciable”. Quizá porque aspira a la felicidad (del dinero), nunca a la grandeza. Si uno camina con la frente alta, ¿cómo deja fuera de sus zapatos las salpicaduras de mierda? Con una nueva odisea. Los augures olvidan datos sin culpa, juran que salen a pescar con una ballena como cebo y que el modelo estalla. El pueblo ríe, no les cree. Nadie puede acostarse en una sábana si debajo hay carbón ardiendo. Salvo el mentiroso.
Los brujos caseros no dan excusas. Hallan más formas de perdonarse que el hombre de a pie. Hijos del primer economista, el escocés Adam Smith, aplican sus viejas ideas. Hace 235 años, en el libro La riqueza de las naciones, Smith justificó la ambición diciendo que una “mano invisible” guía al hombre a servir sus propios intereses, pues así sirve al interés público. Falacias. Pero advirtió: “Los hombres del oficio rara vez se reúnen; si lo hacen, terminan en una conspiración contra el público o en algún plan para elevar los precios.”
Porque los ricos siempre lloran. Seguramente, apenas pueden llegar a fin de mes. Por ello necesitan certezas. Los economistas saben encender la cerilla que inflama a esos codiciosos. Ninguna acción humana es neutra. Cuando una fuente brinda información, persigue un objetivo. La dirige en el sentido que más le conviene. ¿Qué pretenden los economistas al hacerla pública? Ególatras (¡el aspirante a ministro con Menem menospreció al premio Nobel Stiglitz!) quieren vender ante los empresarios su agencia (que es también un producto), hacer daño al gobierno, lograr influencia o ser mejor pagados. La noticia económica es un hecho que grafica el poder: la guerra en la cumbre decide qué decir y a quién. A veces las filtraciones se publican a cambio de dinero, para alzar o bajar el valor de un título. Otros manejan la acción psicológica como el jefe de una banda. Así atraen a gente íntegra, que los sigue. Siempre la información sirve a alguien que vende o compra. Lo esencial es decidir si es relevante y veraz. No hay conflicto, mientras se gane dinero. Cuando la plaza intuye que puede ganar más, nace la codicia. Y se vale del segundo poder, tras el económico: la prensa, que antes era el cuarto poder.
La derecha tiene un solo objetivo: obtener el mayor rédito en el menor tiempo. Como nuevos dioses, los albaceas de los opulentos exhiben sus actos de magia. Nada por aquí, nada por allá. Estos paladines mediáticos, que hace siete años desfilan por canales de cable yendo de fiasco en fiasco, opinaron en diciembre de 2009. M. A. Broda, príncipe de los gurúes (pronosticó en 2002 un dólar a $ 20 y al fracasar no se pegó un tiro), aseveró que la economía en 2010 crecería sólo el 3,5%, la desocupación subiría y el déficit fiscal llegaría al 2,5 %. Ojalá halle ese déficit, porque nadie lo vio. Reprobado. Mario Brodersohn, ex ministro radical, anunció con desdén agorero un crecimiento del 4%, desocupación del 11% y déficit del 1%. Erró en todo. Orlando Ferreres, vidente con pedigree de ex empleado de Bunge y Born, señaló suelto de cuerpo “no hay forma de crecer más del 3%”. Sacó un cero. Carlos Melconian, barbudo menemista y hábil correcaminos de pasillos de TV, hoy allegado a Macri, insistió con su hechicería veraniega. Afirmó soberbio: “El modelo está agotado. Puede ser que crezcamos un 3%.” ¡Qué contradicción! En Europa, de desarrollo negativo, ruegan en misa por una presidenta que con un “modelo agotado” haga crecer un país el 3%. ¡Un bombero para Melconian! FIEL, exquisita consultora, debió ganar la Palma en Cannes. Se atrevió a predecir: “Esto se cae. El boom del consumo de los bienes durables tiene corta vida.” ¡Y fue el año de más venta! De allí surgió López Murphy, amado por estatales y jubilados, a quienes en 15 días de gestión les recortó el 13% de haberes. Otro tema, dice un locutor.
No podía faltar la visión del CEMA, quien nos regaló al ex ministro Carlos Rodríguez: “No vamos a una crisis, vamos a un parate de actividad hasta que cambiemos por otro gobierno.” Dio miedo. Quizá es un profeta futurista, el Ray Bradbury de los economistas. Una pregunta: si el país se paró en 2010, ¿cómo creció el 8,5 %? Y si va a estar paralítico hasta octubre, ¿por qué incluso los opositores anuncian que este año crecerá? Nadie lo sabe, y menos Rodríguez. Hay que perdonarlos. El calor de diciembre nubla el cerebro. Para ellos sólo cuenta el mercado, el Estado les causa risa. Por eso, obvian admitir que parte del 8,5 % se debió a la inversión pública. Sus acertijos yerran por ideología, ni siquiera los matizan. Anunciaron caída a pique de las reservas, inflación en espiral, países negándose al canje de deuda e importación de trigo. Un bluf.
Es que estos señores no son inocentes. La discusión sobre el futuro consiste en proyecciones de las tendencias actuales. Jamás proyectan un aumento de la igualdad social. Trabajan para grupos opuestos a este modelo, que ganan cuando la ocasión es propicia. Siempre le sugieren al hombre común poner su dinero en el banco al 8% anual. No le informan cómo entrar y salir a tiempo de la Bolsa, donde los bien informados hacen su agosto: en un año subió el 51,8% y un bono rindió el 223 % anual. Allí el hombre común entra tarde.
Algo no es bueno o malo por principio. Lo esencial es saber si sirve, o si a la larga ayuda a los demás. Este denigrado Estado, camino al benefactor, protege a los jubilados, a los desnutridos y a las víctimas de prejuicios. Aunque le falta mucho por recorrer, luego de octubre buscará alcanzar la cumbre de su utopía, esa que intelectuales snobs creen obsoleta: unir al crecimiento una baja inflación y mayor redistribución de la riqueza en salarios, salud y vivienda.
Los bufones que piensan sólo en la ganancia deberían intuir que la igualdad no pasó de moda. Nietzsche calificó al burgués como el “más despreciable”. Quizá porque aspira a la felicidad (del dinero), nunca a la grandeza. Si uno camina con la frente alta, ¿cómo deja fuera de sus zapatos las salpicaduras de mierda? Con una nueva odisea. Los augures olvidan datos sin culpa, juran que salen a pescar con una ballena como cebo y que el modelo estalla. El pueblo ríe, no les cree. Nadie puede acostarse en una sábana si debajo hay carbón ardiendo. Salvo el mentiroso.
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