Macri y los pobres: Criminalizados o superexplotados
El 9 de diciembre pasado, en su primera conferencia de prensa sobre la ocupación del Parque Indoamericano, Mauricio Macri se despachó con su famosa frase xenófoba: “Hay una inmigración descontrolada, porque junto a gente honesta que vino a trabajar desde países vecinos, también hay delincuentes que se aprovechan de la necesidad de la gente”. Como al jefe de Gobierno porteño le cuesta articular dos ideas, seguramente no se percató de las resonancias polisémicas de su balbuceante discurso. Porque, como se informa en esta misma página, entre los investigados por aprovecharse “de la necesidad de la gente” esclavizando a inmigrantes en talleres clandestinos de costura se encuentran nada menos que su mujer, la dulce Juliana Awada, y su flamante cuñado, Daniel Awada. Si el sometimiento a trabajo esclavo es un delito –que lo es– y quienes cometen delitos son delincuentes –que lo son–, resulta de una implacable lógica preguntarle a Macri si no hay delincuentes dentro de su familia.
Es posible que desde su precario entendimiento de nene de colegio privado –para el cual la única ley que existe es el incuestionable modo de vida de la gente como uno–, el jefe de Gobierno conteste con toda honestidad que no, que de ninguna manera. Porque es necesario que un delincuente –para realmente serlo– reúna por lo menos una de estas condiciones: ser pobre, tener la tez oscura y/o ser inmigrante de algún país limítrofe o del interior del país, que para él viene a ser lo mismo. Su mujer y su cuñado son blanquitos, indudablemente no carecen de dinero, ni tampoco han migrado desde algún país pobre y limítrofe. Ergo, es imposible que sean delincuentes.
Tal vez por eso, desde que Macri asumió la jefatura, el Gobierno porteño dejó de investigar la existencia impune de los alrededor de 3.000 talleres clandestinos que, según estimaciones de la cooperativa La Alameda, hay en la ciudad. Tal vez por esa misma razón, Daniel Awada resultó sobreseído en una causa por trabajo esclavo mediante una resolución del entonces juez Guillermo Montenegro, hoy ministro de Seguridad de la Ciudad Autónoma. También gente como uno, gente PRO.
Tal vez por eso, al propio Mauricio Macri no se le ocurre considerarse siquiera sospechoso de ser un delincuente, aun cuando está procesado por el juez Norberto Oyarbide –y su procesamiento fue confirmado por la Cámara– en la causa que investiga las escuchas ilegales realizadas desde la cúpula de la Policía Metropolitana. También está procesado en otra causa, por el manejo del mobiliario urbano. El 70% de los presos en las cárceles argentinas son procesados, como Macri, a la espera de una condena. Pero, claro, no son gente como uno, como él, ni como la dulce Juliana, ni como su cuñado Daniel.
Es una pena que los textos de Michel Foucault no integren la exigua biblioteca del jefe de Gobierno porteño. Tal vez ni siquiera lo haya escuchado nombrar, aunque sólo fuera para confundirlo con el otro Foucault, el del péndulo. De haber explorado apenas algunas páginas, Macri, por lo menos, entendería que –a su modo mediocre– está reproduciendo uno de los efectos estructurales del capitalismo: la pauperización de los márgenes sociales para su criminalización y/o su sobreexplotación.
Porque en la precaria cosmovisión de Mauricio Macri, para los más pobres de la Ciudad hay sólo dos posibilidades: el trabajo esclavo en talleres clandestinos o la represión feroz.
Es posible que desde su precario entendimiento de nene de colegio privado –para el cual la única ley que existe es el incuestionable modo de vida de la gente como uno–, el jefe de Gobierno conteste con toda honestidad que no, que de ninguna manera. Porque es necesario que un delincuente –para realmente serlo– reúna por lo menos una de estas condiciones: ser pobre, tener la tez oscura y/o ser inmigrante de algún país limítrofe o del interior del país, que para él viene a ser lo mismo. Su mujer y su cuñado son blanquitos, indudablemente no carecen de dinero, ni tampoco han migrado desde algún país pobre y limítrofe. Ergo, es imposible que sean delincuentes.
Tal vez por eso, desde que Macri asumió la jefatura, el Gobierno porteño dejó de investigar la existencia impune de los alrededor de 3.000 talleres clandestinos que, según estimaciones de la cooperativa La Alameda, hay en la ciudad. Tal vez por esa misma razón, Daniel Awada resultó sobreseído en una causa por trabajo esclavo mediante una resolución del entonces juez Guillermo Montenegro, hoy ministro de Seguridad de la Ciudad Autónoma. También gente como uno, gente PRO.
Tal vez por eso, al propio Mauricio Macri no se le ocurre considerarse siquiera sospechoso de ser un delincuente, aun cuando está procesado por el juez Norberto Oyarbide –y su procesamiento fue confirmado por la Cámara– en la causa que investiga las escuchas ilegales realizadas desde la cúpula de la Policía Metropolitana. También está procesado en otra causa, por el manejo del mobiliario urbano. El 70% de los presos en las cárceles argentinas son procesados, como Macri, a la espera de una condena. Pero, claro, no son gente como uno, como él, ni como la dulce Juliana, ni como su cuñado Daniel.
Es una pena que los textos de Michel Foucault no integren la exigua biblioteca del jefe de Gobierno porteño. Tal vez ni siquiera lo haya escuchado nombrar, aunque sólo fuera para confundirlo con el otro Foucault, el del péndulo. De haber explorado apenas algunas páginas, Macri, por lo menos, entendería que –a su modo mediocre– está reproduciendo uno de los efectos estructurales del capitalismo: la pauperización de los márgenes sociales para su criminalización y/o su sobreexplotación.
Porque en la precaria cosmovisión de Mauricio Macri, para los más pobres de la Ciudad hay sólo dos posibilidades: el trabajo esclavo en talleres clandestinos o la represión feroz.
Todavia estoy esperando una justicia justa .
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