martes, 18 de octubre de 2011
Por qué voy a votar a Cristina Por Hernán Brienza
En la prensa estadounidense hay una sana costumbre periodística: una semana antes de cada elección, los editorialistas de los diarios democráticos realizan un pacto de credibilidad con sus lectores. Ese contrato de lectura consiste, sencillamente, en decir públicamente a quién van a votar en los comicios. Lo hacen para que quienes compran el diario sepan desde dónde escriben y desde dónde opinan a esos “escritores públicos” –tradición que nos llega desde principios del siglo XIX– que formatean la opinión pública. En mi caso particular, muchos dirán que mi pronunciamiento no tiene mucho de valentía. Y es posible que sea cierto. Decir que uno va a votar por quien sabe que va a ganar por una ventaja abrumadora no es ningún acto de arrojo. Sin embargo, si uno analiza la política a mediano plazo, si conoce cómo funciona la lógica clausuradora de los medios “independientes” (¿hegemónicos? ¿liberal-conservadores?), se dará cuenta que tampoco será gratuita esta confesión. También, si uno conoce como funciona el Club del Silenciamiento del Periodista No Pseudo Progresista comprenderá que tarde o temprano por está nota me pasarán una abultada factura. Pero esta nota también es una invitación para que los demás editorialistas se permitan la honestidad intelectual de decir desde dónde escriben y cuáles son sus preferencias, y que expliquen cuáles son sus verdaderas alianzas de poder, sus candidatos reales, sus alianzas de sectores. No me refiero a la decisión estética de posicionarse en el No Lugar, los que, por ejemplo, adhieren al Partido de los que Nunca Llegamos a Nada Así Podemos Seguir Criticando a los que Hacen sino a un diseño real sin utopismos estetizantes.
Pertenezco a la supuesta “generación perdida”. Fuimos educados por la dictadura militar que prohibía desde la teoría matemática de los conjuntos, hasta los cuentos de Elsa Bornemann. Transitamos la adolescencia entre el fervor de las hormonas, la primavera democrática y la desilusión por la economía de guerra y la Obediencia Debida. Fuimos disciplinados por la desocupación en los ’90 y muchos formamos parte de ese ejército de reserva que sirvió para beneficiar a los empresarios y para depreciar los salarios y las condiciones de trabajo de aquellos que estaban adentro del mercado. La juventud la iniciamos con la muerte de Walter Bulacio por una polícia –también maldita–, la transitamos militando como podíamos en algunos partidos, en las ONG, mutuales, actividades culturales solidarias y guiados por el único tesoro de pertenecer a la murga de los renegados que, cada tanto, se reunía en la liturgia liderada por Patricio Rey. Vimos como nuestra juventud se terminaba abruptamente el 20 de diciembre, agonía que concluyó con las muertes de Maximiliano Kostecki y Darío Santillán. Arribamos al kirchnerismo cínicos, cansados, vacíos. Aún cuando algunos formáramos parte de ese 22% original, con cada acto de gobierno positivo sonreíamos irónicamente, con desconfianza, como si los Kirchner sólo lo hicieran por propia conveniencia. Luego empezamos a sospechar que tarde o temprano nos iban a defraudar, que ya llegaría su Punto Final y su Obediencia Debida. Y sin embargo, cuando la racionalidad política indicaba que era el momento de desensillar, ellos decidieron enfrentar a la patrulla policial en la noche más oscura de la política argentina, como podría decir Jorge Luis Borges. Huyeron para delante enfrentando las bayonetas de la partida que iba por ellos. Entre ese 2008 y 2009, muchos sentimos, como el sargento Cruz en el Martín Fierro, que no podíamos dejar que se matara así a un par de valientes.
Los logros del kirchnerismo en estos ocho años han sido, en mi opinión, los siguientes:
1) Reconstituir la representatividad y la autoridad de la presidencia.
2) Reestablecer la centralidad y la sustantividad de la política frente a los poderes de facto.
3) Instalar una dinámica de inclusión social e integración social que no se detiene desde hace ocho años. (Pequeña digresión: No hay igualitarismo más radical que la posibilidad de que un chico morochito, pobre, hijo o nieto de tobas, que vive en el Chaco profundo, tenga la misma posibilidad de jugar en red –o sea, ni siquiera digo aprender, informarse, formarse, quebrar la brecha digital, sino apenas jugar en red– que un porteñito pequeño burgués de Palermo Chico, por ejemplo.
4) Mantener los números macroeconómicos en orden, cosa que no habían podido lograr ni los gobiernos populares, más afectos al gasto público, ni las administraciones ortodoxas, que con la excusa de la disciplina fiscal transferían recursos e ingresos de los sectores más pobres a los más concentrados de la economía. Incluso han logrado un óptimo paretiano que consiste en que no haya sectores productivos que salgan perdedores de este modelo.
5) Consolidar el Estado de Derecho en la Argentina, en una triple dirección: en el funcionamiento del aparato Estatal y la división de poderes, en el respeto irrestricto de los derechos individuales –civiles y políticos– y en la aplicación de justicia en los juicios por violaciones a los Derechos Humanos. Este punto es fundamental para la legitimidad del Orden Jurídico nacional por la sencilla razón de que hasta 2003, en nuestro país, tenía menos consecuencias penales torturar, violar y matar a 30 mil personas que robarse un par de autoestéreos o fumarse un porro.
6) Restaurar la identidad nacional desde la pluralidad y restablecer el orgullo a millones de argentinos de pertenecer a una misma comunidad.
Votaré a la presidenta de la Nación el domingo que viene por estas “realidades efectivas”, pero también en vistas a lo que se viene en el futuro. Me refiero al porvenir no como una zona de promesas pseudo quijotescas e impracticables enunciadas por supuestos corazones puros –los “puros” siempre son más peligrosos y dañinos que los “realistas”, claro– sino como líneas políticas que, en mi opinión, llevarán a mi país a una posición de respetabilidad en los próximos años. Votaré a Cristina Fernández por las siguientes razones:
1) Es la única líder –por capacidad personal, pero también como conductora del peronismo– que tiene la posibilidad de garantizar el Pacto Social entre el Movimiento Obrero Organizado –herramienta fundamental– y las organizaciones empresarias que necesita el país para alcanzar niveles de productividad históricos. Hecho fundamental para los posibles nubarrones internacionales que se avecinan.
2) Su convocatoria a la unidad nacional y la moderación en su estilo –sin renunciar a la solidez de sus convicciones y su legitimidad popular como fuente de poder político– aseguran un clima de certidumbres políticas y económicas en el que cualquier actor puede prever sus próximos pasos y establecer estrategias a mediano plazo.
3) Nada indica que la presidenta de la profundización del modelo de redistribución de la riqueza no sea la persona más indicada para seguir profundizando en esa dirección. Pero voy a ser muy pesimista. Supongamos que por equis motivo el Estado argentino debe hacer un ajuste inevitable, ¿qué es preferible? ¿Qué ese ajuste lo lleven adelante quienes realizaron la feroz transferencia de ingresos en los ’90, los que redujeron en un 13% las jubilaciones y los salarios, o la presidenta que, como ella misma dijo, “lidera un gobierno que defiende los intereses de los trabajadores”?
4) Sugiero que Cristina Fernández de Kirchner es la política de concepciones más modernas y progresistas que existe en este momento. En términos ideológicos, institucionales, políticos y económicos. Su apuesta a la ciencia y la tecnología demuestra que diseña política en términos estratégicos. Y también creo que de ser necesario un nuevo diseño institucional, la presidenta lo encarará con un desprendimiento pocas veces visto en nuestro país.
5) Confío, en términos personales, en su capacidad como articuladora de los diferentes actores e intereses políticos y sociales para los próximos años. Porque considero que en los próximos años, la Argentina tendrá un rol protagónico en Latinoamérica y en el mundo sí y sólo sí se logran articular sus fuerzas productivas, científicas y culturales.
Es posible que esta nota peque de cierta ingenuidad. Es posible que ningún periodista recoja el guante y nadie sincere sus elecciones afectivas en materia política. Yo creo que es necesario transitar un nuevo camino en el periodismo argentino, agotadas las mentiras de la independencia, de la objetividad, de la neutralidad, de la asepsia y la profilaxis periodísticas apuesto al único valor en el que verdaderamente creo de nuestro oficio: el de la honestidad intelectual.
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