martes, 20 de diciembre de 2011

Dolor y deriva de aquel diciembre trágico Por Martín Sabbatella


Impresiona el recuerdo de esas víctimas húmedas, mojadas por la ráfaga de los hidrantes, por el sudor de las corridas, por el calor de diciembre, por la sangre de sus propias heridas.
Volver la mirada sobre aquel diciembre de 2001 genera sensaciones diversas. El dolor que crece por la sangre en la calle, por los muertos sobre el asfalto, en la vereda; por los jóvenes desafiando a un poder conservador, continuista y represivo, que se había vuelto impotente y prepotente; un pueblo desoyendo a un mandatario insensato que le tiraba nafta al fuego con la ilusión de apagarlo. Se mezclan las postales trágicas: policías montados contra militantes de a pie, nubes de gas lacrimógeno, balcones habitados, piquetes y cacerolas, pobres y ahorristas. Y enfrente, un gobierno neoliberal y corrupto, acorralado por su propia violencia, sentado en el vacío, optando siempre por el ajuste y la exclusión, traicionando la esperanza que había sabido generar en una parte de la sociedad.
En la calle, el estallido, la efervescencia, la rebelión, el descontento y las ganas de terminar con ese estado de las cosas. La potencia del hartazgo, el fastidio de uno y de millones que se cansan, que no sienten ni por asomo estar bien representados. Las demandas colectivas y populares mezcladas con las individualistas. La certeza de que esa ebullición televisada se lleva puesto a un presidente que eligió completar la obra de la dictadura y el menemismo; se lleva puesto el recurso de la resignación permanente, el “no se puede”, el siempre menos.
La incertidumbre de si es pura y dura bronca, sin un horizonte preciso, o si logrará parir una salida superadora. Si, en definitiva, el “que se vayan todos” es un grito utilizado por la antipolítica o si es una invitación a que nos metamos todos y se vayan los que se tienen que ir.
Ese devenir del descontento social, el derivar político del estallido escandaliza a algunos y tranquiliza a otros. En la Argentina de 2001 o en la Grecia de 2011, algo logra imponerse después de la tormenta, orientando la situación hacia nuevos horizontes, hacia una nueva etapa. Una etapa que, tal vez, como ocurrió aquí, sea notoriamente mejor que la anterior y que, con el tiempo, logre sintetizarse en un proyecto colectivo que dé respuestas efectivas a aquellas inquietudes y necesidades que patearon el tablero.
Primero, el dolor por los muertos como recuerdo imborrable, terrible. Luego, la deriva política del descontento social, el “nuevo” orden que empieza a andar entre el país desgarrado por la exclusión, por la incapacidad y por la muerte.
A diez años de aquella crisis gravísima, el presente reconforta y esperanza. Si aquello fue el comienzo del fin de una era siniestra para el país, este diciembre que vivimos nos encuentra en un momento extraordinario, andando un camino de transformaciones rumbo a un horizonte de más Democracia y más inclusión. Aquel país tenebroso, endeudado, dependiente, recesivo, que forzaba exilios, derivó en una Patria de pie, que se abre paso, que enfrenta con dignidad la soberbia ortodoxa; una Patria que decide crecer, y que invita a volver a los y las que se habían ido.
Aquel Estado demolido por la ineficiencia, por la corrupción, por el abandono, volvió a legitimarse con respuestas concretas, con intervenciones contundentes sobre la realidad social, económica e institucional.
Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández de Kirchner después, lograron demostrar en sus gestiones que lo público es de todos, que el Estado puede ser y es parte de la solución y no del problema y que la Democracia es mucho más profunda, más amplia y más intensa que una rutina de elecciones.
La recuperación del sentido de la política como herramienta transformadora de la realidad, motivada por el entusiasmo militante y la capacidad de gestión de Néstor y Cristina, tuvo su correlato en el pueblo. Miles de argentinos y argentinas, en toda la extensión del territorio, lejos de abandonar el espacio público y refugiarse en sus vidas privadas, se entusiasmaron con esta nueva dimensión de la Democracia. Desde aquel conmocionado y fatal 2001, a este 2011 lleno de vida y de esperanza surgieron centenares de expresiones políticas populares que intervienen de una u otra forma llenando de participación la representación democrática.
La juventud es protagonista de la hora; juntándose, soñando entre muchos y muchas, bancando al proyecto nacional y popular, metiéndose en un barrio, en una plaza, en un sindicato, en un municipio; logrando desterrar para siempre la apatía, el individualismo, el “sálvese quien pueda”.
Más allá de quienes desearon lo contrario, la crisis se resolvió en Democracia.
En el medio se dieron cita otros dolores, como rebotes espantosos de aquella década infame y su diciembre trágico. El asesinato brutal de Maximiliano Kosteky y Darío Santillán, como rémoras de un pasado que se resiste a morir y que a veces intenta volver matando. Cómo obviar a Mariano Ferreyra, a los militantes de pueblos originarios baleados en el norte del país o al desaparecido Jorge Julio López, entre otras víctimas.
Así y todo, sin olvidar ni perdonar las muertes de esta década, este país es otro y es mejor. Con la memoria y el reconocimiento a quienes dejaron la vida en las jornadas del 19 y 20 de diciembre, con más justicia, con más igualdad, con más democracia, con más participación, con más hombres y mujeres siendo protagonistas de su destino. 

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