(Imagen:San Martin Óleo sobre tela. Daniel Hernández, Salón de Sesiones, Congreso de la República, Lima, Perú)
San Martín y la emancipación hispanoamericana
La Historia Oficial o Liberal sacralizó a San Martín como el Padre de la Patria
(por supuesto, de la “patria” según la entiende el liberalismo conservador).
Varios historiadores de esta influyente corriente analizaron la figura del pró-
cer. Entre otros, Bartolomé Mitre (Historia de San Martín); Ricardo Rojas (El
santo de la espada), y José Pacífico Otero (Historia del libertador don José
de San Martín). En general, la interpretación de estos autores resulta coincidente, aunque Rojas, dada su inquietud nacionalista de juventud, le otorga
algún perfil distinto. De estas obras vendrá luego la divulgación a través de
Alfredo Grosso, Ricardo Levene, Juan C. Astolfi, Luis Domínguez, José C.
Ibáñez, Bernardo Gonzáles Arrili y el resto de la historiografía escolar y las
revistas infantiles tipo Billiken.
El bronce así modelado no recibió crítica, ni replanteo alguno por parte de los
historiadores “mitromarxistas” (corriente liberal de izquierda), ni de la Historia
Social.
Todos ellos coinciden en “ese San Martín” que la clase dominante espació en
retratos, estatuas, nombres de plazas y calles por todo el país.
De esta forma se presenta un San Martín:
1. Argentino. Nacido en Yapeyú, el 25 de febrero de 1778.
2. Después de residir 4 años en Yapeyú pasa a Buenos Aires y dos
años más tarde, se embarca para España.
3. Su vida entre los 6 y los 34 años se desarrolla en España. La Historia
Oficial se refiere muy poco a este período. (Apenas hace alguna referencia a la batalla de Bailén).
4. En 1812, a los 34 años, percibe “un llamado de la tierra natal” y viaja a
Buenos Aires.
5. En Buenos Aires, aunque la Historia Oficial lo reconoce distraídamente,
lucha contra el ejército en el cual actuó durante veintidós años y llegó
a teniente coronel. Se convierte en el argentino que libera a su patria y
a dos países hermanos. (Mitre la llama: “Revolución argentina
americanizada”).
6. Hubiese continuado su lucha liberando países, por su exclusiva cuenta
y empeño, si no se cruzaba en su camino un “ambicioso” Simón de
Bolívar ante el cual San Martín renuncia, mostrando altos valores
morales, dejándole a este la gloria de culminar la emancipación del
continente.
7. Mitre manifiesta que la campaña sanmartiniana se gesta para otorgar
independencia a los países y que cada uno de ellos se constituye
independientemente (coincide, muy casualmente, Halperín Donghi) y
que, por el contrario, “el delirio”, “la ambición” y el carácter prepotente
y “expansivo” de la revolución colombiana liderada por Bolívar pretendía constituir una sola nación..
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8. Incorporan al panteón oficial a San Martín como un prócer liberal.
Esta es la imagen sanmartiniana que se impuso hasta la actualidad.
Por otro lado, para los revisionistas rosistas:
1. San Martín era un católico fervoroso. Ni masón, ni liberal. Por lo
tanto no puede alineárselo junto a Rivadavia y Sarmiento. (Según ellos, estos personajes son perjudiciales, no por su visión
colonial y entreguista, sino por su agnosticismo).
2. San Martín admiraba a Rosas, lo cual está comprobado por las
cartas que se entrecruzaron. Dejan por sentado que era hombre de orden, autoritario y nacionalista.
3. La línea histórica debe ser: Saavedra, San Martín y Rosas. Es
decir: conservadora, religiosa, defensora de la tradición y el
orden.
Para la corriente federal-provinciana, socialista o latinoamericana, San Martín solo es comprensible desde una óptica global latinoamericana. Esta
cosmovisión lo ubica por encima de las fronteras de las patrias chicas. Se
presenta con una fuerte influencia guaranítica (conformada en sus primeros
años). Luego, es modelado culturalmente en España. Brega por la liberación
de lo que hoy constituyen la Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Sostiene con firmeza el triunfador de Maipú: “Soy del partido americano”.
Por eso cruza los Andes dirigiendo un ejército argentino-chileno. Es general
chileno, general peruano y Protector del Perú.
Desde la visión histórica de la patria chica historia argentina, resultaría un
intruso no bien cruza los Andes, como también lo sería un siglo y medio después Ernesto “Che” Guevara en Cuba y Bolivia. Ambos revolucionarios coincidían en que América Latina es una sola nación desmembrada que es necesario reconstruir.
Infancia y juventud
Nacido en Yapeyú (1777 ó 1778) José Francisco de San Martín transcurre
su infancia, hasta los 4 años, en esa zona guaranítica. Pasa luego con su
familia a Buenos Aires, donde reside dos años, para luego embarcar hacia
España. En Málaga, alrededor de 1783, comienza su nueva vida.
Escolar a los 6 años. Cadete en el Regimiento de Murcia a los 12. Soldado,
después, que batalla por tierra y por mar. Asciende en el escalafón militar
hasta capitán.
Por entonces, hasta los cuarteles españoles llega el viento renovador de la
Francia revolucionaria.
El 2 de mayo de 1808, el pueblo español se levanta contra el invasor francés.
Algunos jefes militares e intelectuales -los afrancesados- simpatizan con el
agresor. El jefe de San Martín, el general Solano, muestra reticencia para.
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atacar a los franceses y es ultimado a fines de 1808 en un incidente en que
participa San Martín intentando calmar a la gente exaltada.
San Martín se coloca junto al pueblo y a los militares que resisten, la Junta
Central de Sevilla, a través de la cual esa revolución nacional se torna democrática.
Contra los franceses se bate en duras batallas como Arjonilla (junio de 1808)
y Bailén (julio de 1808), donde triunfan las fuerzas españolas y es ascendido
a teniente coronel. Sin embargo, a pesar de estos triunfos, hacia 1811, las
fuerzas napoleónicas ocupan casi toda la península. En ese mismo año, San
Martín pasa a Cádiz, el último reducto español.
Su regreso
En 1812, pide permiso para viajar a América a ocuparse de asuntos familiares. ¿Razones “telúricas”? ¿El “llamado de la selva misionera”? Es poco creí-
ble. Motivos más consistentes lo determinan: viene a América a continuar su
lucha por la revolución democrática, por los Derechos del Hombre, por las
banderas de la Revolución Francesa, que juzga derrotada en España. No
viene a luchar contra España porque tampoco la naturaleza de la Revolución
de Mayo fue separatista ni antihispánica, sino democrática y popular.
Esto explica que en documentos y declaraciones recogidas por testigos, San
Martín se refiera al enemigo como “absolutista”, “realista” y no como “espa-
ñol” (¡Si él lo era en gran medida!). Así los mencionan como “godos” (por
reaccionarios), “maturrangos” (por malos jinetes), “maruchos” (por carecer
de valentía), “chapetones” (por torpes) o simplemente “europeos”.
El 9 de marzo de 1812 arriban a Buenos Aires San Martín y otros oficiales del
ejército español y entre ellos algunos que nada tienen que ver con “el llamado
de la selva misionera”, como Francisco Chilavert, español de nacimiento,
capitán del ejército español, y Eduardo Kainnitz, barón de Holmberg, tirolés,
teniente coronel de las guardias valonas.
Los auténticos móviles de esta presencia en el puerto de Buenos Aires surgen con nitidez de los siguientes documentos:
*La Gazeta de Buenos Aires anuncia la llegada de estos oficiales en términos
que merecen leerse detenidamente: “El 9 del corriente ha llegado a este puerto la fragata inglesa George Canning, procedente de Londres, en 50 días de
navegación; comunica la disolución del ejército de Galicia y el estado terrible
de anarquía en que se halla Cádiz, dividido en mil partidos y en la imposibilidad de conservarse por su misma situación política. La última prueba de su
triste estado son las emigraciones frecuentes a Inglaterra y aún más, a la
América septentrional. A este puerto han llegado, entre otros particulares que
conducía la fragata inglesa, el teniente coronel de caballería don José de San
Martín, primer ayudante de campo del General en jefe del ejército de la isla,.
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Marqués de Coupigny, el capitán de infantería Francisco Vera, el alférez de
carabineros reales don Carlos Alvear y Balbastro, el subteniente de infantería don Antonio Arellano y el primer teniente de guardias valonas Barón de
Holmberg. Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al gobierno y
han sido recibidos con la consideración que ofrecen por los sentimientos que
protestan en obsequio de los intereses de la patria”.
*Otro documento -emitido por el Primer Triunvirato y dirigido al general
Pueyrredón- avala también la tesis de que aquí y allá se libraba una misma
guerra, como asimismo que la revolución española estaba a punto de ser
vencida definitivamente: “No olvide usted en este lance, de manifestarle la
miserable situación de España. En la fragata inglesa George Canning, que
hace tres días llegó a este puerto, han venido 18 oficiales facultativos y de
crédito que desesperados de la suerte de España quieren salvarse y auxiliar
a que se salven estos preciosos países. El último ejército español de 28.000
hombres, al mando de Aslake, fue derrotado por Suchet y de sus resultas
ocupa Valencia, Murcia, Asturias y gran parte de Galicia. Las Cortes sin cortejo, en Cádiz, sin partido, dominante por los franceses. Las tropas que le
sitian son la mayor parte de regimientos españoles del ejército de José (el
hermano de Napoleón) y todo anuncia la conquista total de un día para otro”.
Aquí se ratifica que vienen fugados -“para salvarse” - pero da otro elemento
de juicio: “quieren salvarse ellos” (como oficiales españoles derrotados) y
auxiliar a que se salven “estos preciosos países”, con lo cual está reconociendo que una misma y única es la causa que defendían allá y la que vienen
a defender aquí: la revolución democrática desencadenada en 1808 (y en
América en 1810, como parte de la misma) en peligro de ser aplastada, tanto
sea por la restauración monárquica y clerical hispánica, como también por la
dictadura de Napoleón.
*Un tercer documento complementa esta interpretación. Manuel Moreno, representante diplomático en Londres, le escribe a Tomás Guido: “Mi querido
Guido: [... ] Después de tu salida, he escrito a Buenos Aires por varias ocasiones y actualmente lo hago por la George Canning en que se dirigen los
amigos Larrea, Aguirre, Zapiola, Alvear, Vera, Chilavert y otros cuantos oficiales escapados de Cádiz. En el mismo barco, el cual saldrá dentro de seis
días, van dos familias inglesas y una española, la de Alvear, a establecerse
en nuestro país”.
San Martín en Buenos Aires
Apenas llegado, su principal tarea consiste en organizar el Regimiento de
Granaderos a Caballo.
Alvear lo vincula socialmente, pues San Martín carece en Buenos Aires de
toda vinculación amistosa o familiar..
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El 19 de septiembre de 1812 contrae matrimonio con María de los Remedios
Escalada, nacida el 20 de noviembre de 1798. Es decir, una niña de 14 años,
lo que llevaría a suponer que se trata de un matrimonio por conveniencias
mutuas (Él tenía 34 años). El teniente coronel se apoya en una encumbrada
familia porteña y esta, a su vez, supone “adquirir” para su servicio, desde el
poder, a un alto jefe militar.
El 8 de octubre de 1812 se produce su primera acción pública. Junto con
Alvear colocan sus tropas frente a la Casa de Gobierno y exigen la renuncia
del Primer Triunvirato. Actúan conjuntamente con la “Sociedad Patriótica”,
dirigida por Bernardo de Monteagudo. A su vez, San Martín y Alvear constituyeron la Logia Lautaro, cara clandestina de dicha “Sociedad Patriótica”.
El 3 de febrero de 1813 triunfa en el combate de San Lorenzo. San Martín
atiende solícitamente al capitán Zabala, jefe de los invasores. Lo invita a almorzar y parece haberlo persuadido ideológicamente, pues el capitán espa-
ñol se incorpora, años más tarde, al Ejército de los Andes.
San Martín en el norte de Cuyo
Agravada sus disidencias con Alvear, la Logia muestra dos bandos en pugna.
San Martín se aleja nombrado a cargo del Ejército del Norte en reemplazo del
general Manuel Belgrano, quien ha sido derrotado en Vilcapugio y Ayohuma.
Llegado al norte, se convence que por allí será imposible derrotar a los espa-
ñoles. Conoce a Martín Miguel de Güemes y aprueba su lucha de guerrillas,
que San Martín ya había conocido y valorado en España.
En 1814, solicita licencia y pasa a la provincia de Córdoba para mejorarse de
sus dolencias. Allí, en Saldán, nace la idea de llegar a Lima, vía Chile. ¿Conocía San Martín el plan inglés, que descubrió el doctor Rodolfo Terragno en
Londres en los últimos años, preparado por Thomas Maitland, en 1880, que
proponía tomar Buenos Aires, luego Mendoza, cruzar los Andes, tomar Chile
y pasar finalmente a Perú por mar?
Quizá sí. Sin embargo, ello no puede llevar a suponer un San Martín agente
inglés. Su oposición al Primer triunvirato, su negativa a apoyar a los
directoriales, su odio a Rivadavia y su apoyo a Rosas en los conflictos de
1838 y 1845 lo ubican en una clara posición antibritánica.
Hacia 1815/16, se declara separatista de España, independentista como no
lo manifestó nunca. La causa reside en la caída de Napoleón (julio 1814) y,
poco después, la vuelta de Fernando VII al trono de España, quien da un giro
a la derecha, persigue a los liberales y anula la constitución democrática de
1812.
Ya nada puede esperarse de la España democrática. De ahí el convencimiento de San Martín acerca de la necesidad de la independencia. La recla-.
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ma con urgencia. Así lo demuestran sus cartas a Godoy Cruz, diputado al
Congreso de Tucumán. Nombrado gobernador de Cuyo, se pone en la tarea
de levantar el Ejército de los Andes. Obtiene recursos de Buenos Aires a
través de su acuerdo con Pueyrredón, pues Buenos Aires también desea
romper con España. Pero la base del ejército está dada por la política econó-
mica que desarrolla en Cuyo.
Eduardo Astesano, en La movilización económica de los ejércitos
sanmartinianos, explica este importante proceso que en gran medida es similar al Plan de Operaciones de Mariano Moreno y al modelo de desarrollo
que practica Paraguay.
La independencia de Chile
Se sabe que el ejército de los Andes triunfó en Chacabuco fue sorprendido
en Cancha Rayada (donde también Manuel Rodríguez jugó un importante rol
para salvar las tropas y reorganizar las fuerzas) y alcanzó un triunfo importante en Maipú, en Abril de 1818.
Para la organización del Ejército de los Andes, San Martín recibió cierto apoyo del director Pueyrredón, en dinero y pertrechos. Pero lo fundamental lo
consiguió al poner en marcha la economía cuyana con un plan de fuerte
intervencionismo estatal.
Logrado el triunfo en Chile, la preparación de la expedición al Perú se complica porque en Buenos Aires retacea su apoyo. La burguesía comercial porte-
ña estaba preocupada por el artiguismo en la Banda Oriental y en todo el
litoral mesopotámico, y por la expedición española que se armó para recuperar las tierras americanas. Se encierra sobre sus problemas y no responde a
los reclamos de San Martín. Más aún, le exige que retorne con el Ejército de
los Andes para defender a Buenos Aires del peligro montonero. Este reclamo
se inicia en abril de 1819 y San Martín, durante casi un año y con diversas
excusas, difiere el cumplimiento de la orden porteña.
A mediados de 1819, con motivo de la escasez de recursos y de la amenazante expedición española, lanza una de sus proclamas más fervorosas: “ya
no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos [...]
la guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos
dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben
los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras
mujeres y si no, andaremos “en pelota” como nuestros paisanos los indios.
Seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales os daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos. La muerte es mejor que ser
esclavos de los “maturrangos”.”
La reiterada negativa de San Martín a cumplir las órdenes de volcar sus fuerzas en apoyo de Buenos Aires, con excusas diversas, provoca hondo dis-.
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gusto al Director Supremo y sus amigos. No resultaría extraño que Rondeau
hubiese decidido la destitución del General. Este suceso no aparece suficientemente claro y la Historia Oficial prefiere no menearlo para no dejar mal
parados a los directores. Pero lo cierto es que en julio de 1819 Rondeau
designa a Marcos González Balcarce para que viaje a Cuyo junto con el
abogado mariano Serrano en misión específica ante el general San Martín.
Esta misión, según algunos historiadores, consistiría en “preparar las tropas
que desde Cuyo marcharían contra los caudillos del litoral”, lo que en buen
romance significaría desplazar al General de la jefatura y llevarse el Ejército
hacia Buenos Aires. Según otros (Vicente Fidel López, por ejemplo) “Balcarce
debía cumplir en Cuyo las ordenes del Gobierno”. No aclara cuáles, pero la
circunstancia de llevar un abogado como acompañante sugiere que esas
órdenes irían en pliego cerrado y que la función del jurista era avalar la legitimidad de la misión de Balcarce, que no sería otra que asumir como Jefe del
Ejército de los Andes. El mismo Vicente Fidel López señala que durante el
viaje hacia Cuyo, Balcarce y Serrano son apresados por una partida montonera
y agrega: “quedando así frustrada la comisión que llevaba a Cuyo para dividir
el ejército con San Martín”.
San Martín, ante estas dificultades, presiona al gobierno chileno y logra que
le otorguen apoyo suficiente como para completar sus fuerzas, especialmente en barcos. Los mismos son puestos por el gobierno chileno al mando del
Almirante Cochrane, un escocés muy valiente pero muy ávido de dinero que
entraría luego en grave conflicto con el gran capitán. Mientras arma la expedición para pasar por mar al Perú, San Martín mantiene correspondencia con
los caudillos Estanislao López y José Artigas. Así intenta mediar en el conflicto del litoral, conducta que provoca profundo desagrado en los directoriales
porteños.
Desde abril de 1819 hasta Enero de 1820 prosiguen los reclamos porteños
para que regrese con el ejército. San Martín esquiva los reclamos, a veces
recurriendo a su deficiente estado de salud, pero lo cierto es que privilegia la
campaña americana sobre la orden porteña.
A este respecto, son interesantes las reflexiones de Vicente Fidel López en
su “Historia de la República Argentina”. Argumenta que San Martín estaba en
todo su derecho de no querer venir a Buenos Aires a enfrentar a los
montoneros, pero en ese caso debía renunciar y, en cambio, lo que hizo fe
“robarle el ejército” al gobierno directorial, llevándoselo consigo a Chile y a
Perú cuando la situación interna lo reclamaba en el litoral.
El 1 de febrero de 1820 el director Rondeau es derrotado por las montoneras
de Estanislao López y Francisco “Pancho” Ramírez, en la batalla de Cepeda.
El 2 de abril de 1820, San Martín, informado de la caída del gobierno, reúne a
sus oficiales en Rancagua y arguyendo que cayó el gobierno directorial, renuncia antes sus oficiales para que ellos elijan a su nuevo jefe..
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Allí se redacta el Acta de Rancagua, por la cual San Martín, por voluntad de
sus oficiales, pasa a ser jefe del ejército expedicionario. Así se crea un ejército hispanoamericano con soberanía flotante que no se subordina a gobierno alguno. Su objetivo es concluir con el absolutismo en América para lo cual
inicia en agosto de 1820 la marcha hacia el Perú.
La liberación del Perú
Hacia mediados de 1820, el ejército expedicionario marcha, por mar, hacia el
Perú. El 8 de septiembre desembarca en la Bahía de Paracas y establece su
cuartel general en Pisco. Desde allí, organiza la campaña de la sierra que
pone al mando de Arenales, mientras prepara un nuevo desembarco cerca
de Lima.
Considera resguardada la frontera norte de la Provincias Unidas a través de
los hombres de Martín Güemes.
La campaña para la liberación del Perú se caracteriza por los movimientos
tácticos realizados por San Martín, dirigidos, en general, a evitar grandes
choques frontales con el ejército absolutista. Se propone minar las fuerzas
de estos, al cercarlos con un juego de pinzas que se complementaría con el
avance de un ejército (previa reestructuración del Ejército del Norte dispersado en el motín de Arequito) para lo cual cuenta con el apoyo de Juan Bautista Bustos, Felipe Ibarra y otros jefes provinciales. Por otra parte, la revolución liberal encabezada por Riego en España, en 1820, le permite a San Martín una política de persuasión, de capacitación de oficiales del ejército enemigo. Algunos de esos jefes, años atrás, sus compañeros de armas en Espa-
ña, se hallan influidos por ideas liberales y democráticas, como las suyas.
De allí las negociaciones, las entrevistas y las propuestas. Esta táctica alcanza éxito en ciertas oportunidades como cuando un batallón, el Numancia,
se pasa al ejército sanmartiniano, aunque no logra persuadir a los jefes espa-
ñoles de la conveniencia de un armisticio donde se reconozca la independencia del Perú.
Mientras la campaña de Arenales en la sierra se jalona con diversos combates, San Martín sin dar batalla y con diversos desplazamientos de las fuerzas
que operan sobre la costa, logra la retirada hacia el interior por parte del ejército enemigo y entra en Lima el 10 de julio de 1821. El 15, el Cabildo Abierto
proclama la voluntad general de declarar la independencia del Perú, que se
jura en la plaza principal de Lima el 28 de julio.
El 2 de agosto, San Martín es proclamado Protector del Perú.
Todo indica que San Martín se ve obligado a gobernar, más allá de sus deseos. Le escribe a O’ Higgins: “El Perú es libre... Ya yo veo el término de mi
vida pública y voy a tratar de entregar esta pesada carga a manos más seguras y retirarme a un rincón a vivir como hombre”..
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Su gestión de gobierno es breve, pues a los pocos meses delega el mando
para concertar su reunión con Bolívar.
Las medidas adoptadas durante su gobierno reproducen el programa democrático de la Asamblea del año XIII en Buenos Aires, lo cual indicaría su
consecuencia con las banderas que lo conmovieron en la España de 1808.
Sin embargo, choca con esta posición democrática la implantación de la Orden del Sol. También llama la atención el envío de dos emisarios, García del
Río y Parossien, a negociar en Europa, la implantación de una monarquía en
el Perú. (Se supone que constitucional, al estilo de “el rey reina pero no gobierna” y se hallaría determinada por el vuelco hacia las viejas formas de
gobierno producido a partir de 184 en el Viejo Mundo).
La gestión de San Martín como Protector del Perú no ha sido aún estudiada
minuciosamente, en base a las resoluciones de Gobierno adoptadas en ese
período. Entre ellas, cabe destacar el tratado de Perú-Colombia que establece la ciudadanía latinoamericana, por encima de las fronteras.
El misterio de Guayaquil
Las reuniones entre San Marín y Bolívar, el 26 y 27 de julio de 1822, fueron
secretas y dieron lugar a extensas polémicas. La versión más infantil la dio el
mitrismo, que reduce esta gran reunión política de dimensión latinoamericana a
la supuesta caracterología psicológica de los dos personajes. De esta manera,
al desinterés, ascetismo y generosidad de San Martín se opondría la ambición y
el aventurerismo de Simón Bolívar, quien le habría arrebatado la gloria de culminar la campaña de liberación.
Las razones del paso atrás dado por San Martín dejándole a Bolívar la conclusión de la campaña son mucho más hondas. Algunos historiadores que profundizaron el tema (como A. J. Pérez Amuchástegui) juzgaban que el ejército enemigo, retirado al interior del Perú, era mucho más poderoso de lo que juzgaba
Bolívar y por esa razón, le reclamaban a Bolívar no solo la devolución de fuerzas
militares que le habían prestado, sino un apoyo muy apreciable en combatientes
(que San Martín estimaba que Bolívar disponía y que este quizá, no disponía).
Por otra parte, el ejército de San Martín se hallaba muy debilitado por enfermedades y disensiones internas, especialmente un grado de indisciplina muy alto que,
dirá luego San Martín, hubiera llevado a tener que fusilar a algunos oficiales para
recuperar el orden y la cohesión.
Más allá de estas diferencias, el gran distingo que debe hacerse es que el ejército de San Martín no contaba con respaldo político suficiente en la medida en que
Buenos aires se hallaba desinteresada de la campaña hispanoamericana. De
allí, su urgencia en asegurar apoyo político y económico para lo cual envía a
Gutiérrez de la Fuente a Buenos Aires, pero obtiene una respuesta negativa del
grupo rivadaviano. Bolívar, en cambio, estaba respaldado por la Gran Colombia..
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Rechazada por Bolívar la propuesta de San Martín de convertirse en su segundo (pues habría dos cabezas en el ejército, con la consiguiente debilidad
en las decisiones), San Martín entiende que Bolívar se halla en mejores condiciones para proseguir la campaña. Entonces, se retira del escenario militar
para renunciar, poco después, al cargo político de Protector del Perú, dando
por concluida su gesta libertadora.
Para el mitrismo, una honda animadversión debió quedar en San Martín, pues
Bolívar “Le había robado la gloria”. Si esto fuera así, solo una psicología muy
enferma podría exponer en su casa durante su exilio, como lo hizo San Martín, un retrato de Bolívar recordándole el agravio, todas las horas y minutos
de su vida. Por el contrario, San Martín lo admiraba profundamente y de ahí el
retrato, aún cuando disintiera con Bolívar en la cuestión Guayaquil (San Martín quería dejar al pueblo la decisión de integrarse o no al Perú y, Bolívar lo
incorporó de hecho para evitar desmembramientos).
San Martín en Mendoza
Reside en Mendoza desde el 4 de febrero de 1823 hasta el 20 de noviembre
de 1823, fecha en que parte hacia Buenos Aires para embarcarse con destino a Europa. En esos nueve meses es hospitalizado por el gobierno
rivadaviano y se convence de la imposibilidad de vivir en su país. Por ende,
parte al exilio. Escribe: “A mi regreso del Perú, el gobierno que existía en
Buenos Aires me era notoriamente hostil”.
Por entonces se cartea con Juan Facundo Quiroga.
Por esa época, Remedios se encuentra gravemente enferma en Buenos Aires, pero San Martín no puede viajar para verla: “Ignora, usted, por ventura
que en el año 1823 por ceder a las instancias de mi mujer de venir a darle el
último adiós, resolví en mayo, venir a Buenos Aires, se apostaron partidas en
el camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el
piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”.
Remedios muere el 3 de agosto sin que San Martín haya podido visitarla.
En octubre, Estanislao López le escribe: “Sé de una manera positiva por mis
agentes en Buenos Aires que, a la llegada de V.E. a aquella capital, será
mandado juzgar por el gobierno en un Consejo de Guerra de oficiales generales, por haber desobedecido sus órdenes en 1819, haciendo la gloriosa campaña a Chile, no invadir a Santa Fe y seguir la expedición libertadora al Perú...
siento el honor de asegura a V.E. que a su solo aviso, estaré con la provincia
en masa a espera a V.E., en El Desmochado, para llevarlo en triunfo hasta la
plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir,
con toda seguridad, por Entre Ríos hasta Montevideo”. San Martín contesta:
“No puedo creer en tal proceder. Iré solo, como he cruzado el pacífico... Pero
si la fatalidad así lo quiere, yo daré por respuesta mi sable, la libertad de un.
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mundo, el estandarte de Pizarro y las banderas de los enemigos que ondean en
la Catedral, conquistada con aquellas armas que no quise teñir en sangre argentina. ¡No! Buenos Aires es la cuna de la libertad. El pueblo de Buenos Aires hará
justicia»
En otra carta, comenta: “A los dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno
que en aquella época mandaba en Buenos Aires, no solo me formó un bloqueo
de espías, entre ellos uno de mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco
noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las provincias”.
Asimismo, el gobierno le suspende a su hija la pensión que le habían otorgado. A
su vez, “el espantoso ‘Centinela’ (recuerda San Martín) principió a hostilizarme,
sus carnívoras falanges se destacan y bloquean mi pacífico retiro”
El historiador Pacífico Otero refiere, citando a un marino francés, que el gobierno
de Martín Rodríguez temía que San Martín hiciera una revolución y “lo observaba de cerca, controlando sus movimientos, para arrestarlo ante la primera tentativa”. José María Rosa señala que los partidarios de Rivadavia “postergaron la
reunión del Congreso Constituyente por temor a que San Martín fuese elegido
Jefe Supremo”. San Martín llega en diciembre a Buenos Aires y al poco tiempo,
el 10 de febrero de 1824, se embarca con su hija rumbo a Europa. Años después, en diversas cartas, manifiesta su animadversión por Rivadavia y su círculo: “Me consta que en todo el tiempo de la administración de Rivadavia, mi correspondencia ha sufrido una revista inquisitorial la más completa. Yo he mirado
esta conducta con el desprecio que merecen sus autores”; “La administración
de Rivadavia ha sido desastrosa [...]; él me ha hecho una guerra de zapa para
minar mi opinión suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el
de establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras
imposturas, como su innoble persona”.
A estas cartas, O’Higgins responde en términos similares: “un enemigo tan feroz
de los patriotas como Rivadavia”; “El hombre más criminal que ha producido el
pueblo argentino [...] Este hombre despreciable no solo ha ejercido su encono
contra usted”.
Esta enemistad es la que conduce a San Martín a reclamarle a dos amigos
suyos, en Londres, en 1825 que actúen como padrinos para retarlo a duelo a
Rivadavia. El duelo no llega a producirse, pues los amigos lo disuaden por el
escándalo que desprestigiaría a las Provincias Unidas.
Tal es la relación San Martín-Rivadavia, aunque sus retratos aparezcan juntos
en los colegios, como si hubieran perseguido idénticos objetivos. En cambio,
expresaban, en sus personas, el antagonismo frontal entre el proyecto de emancipación, unificación y crecimiento hacia adentro (San Martín), y el proyecto de
subordinación, desmembramiento y economía atada al mercado mundial
(Rivadavia)..
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Norberto Galasso
El exilio
San Martín se encuentra en Europa cuando estalla la guerra de las Provincias Unidas contra el Brasil. Según carta a su amigo Tomás Guido, encontrándose Rivadavia en el poder, no ofrece sus servicios. En cambio, al caer
Rivadavia y asumir Dorrego, decide volver para poner su espada al servicio
de la patria. Así, en noviembre de 1828, se embarca con destino a Buenos
Aires. Pero cuando el barco hace escala en Río de Janeiro, los primeros días
de diciembre, se informa del levantamiento de Lavalle. Y poco después, del
fusilamiento de Dorrego. El 6 de febrero de 1829 llega ante el puerto de Buenos Aires pero se niega a desembarcar. Lavalle le ofrece hacerse cargo del
gobierno, pero San Martín no acepta y pasa a Montevideo. Desde allí, el 13
de abril, le escribe a O’ Higgins: “El objeto de Lavalle era el que yo me encargarse del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las
demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre, pero usted conocerá
que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión sin que quede otro arbitrio
que el exterminio de uno de uno de ello. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a usted le constan
los inmensos males que estos hombres han hecho, no solo a este país, sino
al resto de América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las
persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, peor, es necesario
enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado”.
Mientras los periódicos unitarios lo atacan, parte nuevamente hacia Europa,
ahora sí, a su exilio definitivo.
Su reconocimiento a Rosas
En los primeros años de su exilio, San Martín sufre penurias financieras. Más
adelante, se encuentra con su amigo de juventud, Alejandro Aguado, quien lo
protege económicamente y al morir, en 1842, le deja un legado importante.
Instalado en Gran Bourg, juzga concluida su vida pública. Pero en marzo de
1838, una escuadra francesa bloquea el puerto de Buenos Aires. Ante esta
situación, ya sexagenario, se ofrece a Rosas para luchar contra la agresión
extranjera.
Así comienza la correspondencia con Rosas, quien le reconoce sus méritos
y le rinde reiterados homenajes. En una de esas cartas, San Martín escribe:
“Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espí-
ritu de partido, se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una.
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San Martín y la emancipación hispanoamericana
condición peor que la sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal
felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.
Rosas le agradece el ofrecimiento de regresar para servir militarmente a la
patria, pero no lo juzga necesario. Asimismo, lo designa embajador ante el
Perú, a lo cual responde San Martín que no puede aceptar pues es
generalísimo del ejército del Perú.
En carta a Gregorio Gómez, San Martín manifiesta diferencias con la gestión
interna de Rosas: “Yo no puedo aprobar la conducta del General Rosas cuando
veo una persecución general contra los hombres más honrados del país, por
otra parte, el asesino del doctor Maza me convence que el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia”, pero agrega: “A pesar de esto yo
no aprobaré jamás que ningún hijo del país se una a una nación extranjera
para humillar a su patria”.
El 23 de enero de 1844, dicta su testamento regalándole su sable de la lucha
emancipadora a Juan Manuel de Rosas: “En el nombre de Dios Todopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo: digo yo, José de San
Martín, Generalísimo de la República del Perú y Fundador de su libertad,
Capitán General de Chile y Brigadier General de la Confederación Argentina,
que visto el mal estado de mi salud declaro por el presente Testamento lo
siguiente: [...] el sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rozas, como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el
honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que
trataban de humillarla [...]. Hecho en París, a 23 de enero del año mil ochocientos cuarenta y escrito todo él de mi puño y letra. José de San Martín”.
Esta decisión ha sido enturbiada por muchos historiadores de la corriente
liberal, aduciendo que San Martín no estaba en su sano juicio, debido a su
avanzada edad.
Luego, cuando se produce una nueva intervención en el Plata, a través de la
escuadra anglo-francesa, San Martín le escribe a Guido: “Es inconcebible
que las dos más grandes naciones del universo se hayan unido para cometer
la mayor y más injusta agresión que pueda cometerse contra un estado independiente; no hay más que leer el manifiesto hecho por los enviados inglés y
francés para convencer al más parcial, de la atroz injusticia con que han
procedido, y se atreven a invocarla los que han permitido, por el espacio de
cuatro años, derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta
de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos
por tiempo indefinido: Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me
equivoco, yo soy del partido americano”.
Inicia entonces una acción diplomática, denunciando el atropello anglo-francés. Publica su reclamo en los periódicos y hace llegar un alegato al Parla-.
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mento francés. Asimismo, se cartea con dirigentes políticos denunciando el
hecho: “escandalosa, infame e injustísima intervención de la Francia e Inglaterra en los negocios interiores del Río de la Plata”.
En esta época continúa intercambiando correspondencia con Rosas. Es visitado por Sarmiento, hecho que Pastor Obligado recoge en sus Tradiciones
y que pasa a los textos escolares brindando la imagen de un “San Martín
abuelo cariñoso que le da a jugar la medalla que ganó en Bailén a su nietita”.
Pero en la cual se omite parte del relato, que es justamente la dura discusión
entre San Martín y Sarmiento acerca de Rosas y las intervenciones extranjeras.
Sarmiento escribirá luego: “anciano abatido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor de la independencia amenazada y su ánimo
noble se exalta y ofusca”. Y agregará en otro recuerdo: “veía fantasmas de
extranjeros”.
Muere El Gran Capitán
Hacía ya más de dos décadas del inicio de su exilio cuando, a las 3 de la
tarde del 17 de agosto de 1850, fallece en Boulogne Sur Mer uno de los dos
Grandes Capitanes de la Emancipación Latinoamericana.
“Indio misionero” para el odio unitario, “gallego bruto” para la oligarquía porte-
ña, “agente inglés” para el nacionalismo reaccionario, “santo de la espada” y
“bronce liberal” para los textos escolares, este alto oficial de los ejércitos
chileno, peruano y argentino solo resulta comprensible y valorable más allá
de las patrias chicas, es decir, a la luz de la historia de la Patria Grande
Latinoamericana.
Historiador y ensayista político.
Egresado de la Facultad de Ciencias Económicas.
Docente del Profesorado.
FUENTE: REVISTA PERONISTAS.
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