domingo, 9 de enero de 2011

“Tiene manos manchadas de sangre” Por Estela de Carlotto


“Tiene manos manchadas de sangre”



Yo tengo una historia personal con el señor Bignone. Cuando era secretario del Estado Mayor del Ejército, en diciembre de 1977, me recibió solo y con un arma sobre su escritorio, en el edificio del Comando en Jefe de esa fuerza. Yo había sido compañera de su hermana, Marta Bignone, en una gestión docente del Consejo Nacional de Educación. Eso me facilitó ser recibida. Fui a pedirle por la vida de Laura, que estaba secuestrada.
Él se volvió muy loco, como un asesino, y me dijo que se trataba de “terroristas que se van al exterior y nos desprestigian. Acá tenemos un lugar para recuperarlos, pero ellos siguen conspirando”. Le dije a Bignone que si mi hija había cometido un delito, que la juzguen y la condenen. Él se volvió más loco todavía y me dijo que estuvo en las cárceles uruguayas y vio cómo los tupamaros se fortalecían allí encerrados. “Por eso –continuó– acá hay que ‘hacerlo’.” Me estaba diciendo de alguna manera que iban a matar a mi hija.
Entonces le pedí que si a Laura ya la habían matado me entregaran su cuerpo así no me volvía loca buscándola por los cementerios. Él ahí me tomó algunos datos más.
Este hombre fue el último presidente de facto. Fue absurda su presencia en la Casa de Gobierno entregándole la banda presidencial a Alfonsín, porque tenía que estar preso. Pero esas historias se están resolviendo. Hoy Bignone está en la cárcel juzgado y condenado por crímenes de lesa humanidad. Es tan responsable como Videla, Massera y Agosti de haber hecho desaparecer a 30 mil personas.
Bajo la faceta de ser un “buen” abuelo, escribió un libro para sus nietos. Está claro que fue parte de la peor historia de la Argentina. Y por supuesto que tiene sus manos manchadas de sangre.
 
Yo tengo una historia personal con el señor Bignone. Cuando era secretario del Estado Mayor del Ejército, en diciembre de 1977, me recibió solo y con un arma sobre su escritorio, en el edificio del Comando en Jefe de esa fuerza. Yo había sido compañera de su hermana, Marta Bignone, en una gestión docente del Consejo Nacional de Educación. Eso me facilitó ser recibida. Fui a pedirle por la vida de Laura, que estaba secuestrada.
Él se volvió muy loco, como un asesino, y me dijo que se trataba de “terroristas que se van al exterior y nos desprestigian. Acá tenemos un lugar para recuperarlos, pero ellos siguen conspirando”. Le dije a Bignone que si mi hija había cometido un delito, que la juzguen y la condenen. Él se volvió más loco todavía y me dijo que estuvo en las cárceles uruguayas y vio cómo los tupamaros se fortalecían allí encerrados. “Por eso –continuó– acá hay que ‘hacerlo’.” Me estaba diciendo de alguna manera que iban a matar a mi hija.
Entonces le pedí que si a Laura ya la habían matado me entregaran su cuerpo así no me volvía loca buscándola por los cementerios. Él ahí me tomó algunos datos más.
Este hombre fue el último presidente de facto. Fue absurda su presencia en la Casa de Gobierno entregándole la banda presidencial a Alfonsín, porque tenía que estar preso. Pero esas historias se están resolviendo. Hoy Bignone está en la cárcel juzgado y condenado por crímenes de lesa humanidad. Es tan responsable como Videla, Massera y Agosti de haber hecho desaparecer a 30 mil personas.
Bajo la faceta de ser un “buen” abuelo, escribió un libro para sus nietos. Está claro que fue parte de la peor historia de la Argentina. Y por supuesto que tiene sus manos manchadas de sangre.

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