martes, 5 de agosto de 2014

El problema de la política Por Roberto Caballero


Si algo dejó en evidencia el conflicto activado por los fondos buitre es que la oposición cerril –es decir, la que reduce la política a la pulsión de cazar cleptómanos reales o imaginarios en el zoológico mediático– sólo alcanzó a balbucear "páguenle a Griesa" sin dimensionar las consecuencias de la sumisión a una sentencia lesiva de los intereses del país.
Entre el "capricho ideológico" que hace rato la tiene ensimismada y la "épica antikirchnerista" que amontona como el viento a sus referentes en el córner de la historia donde conviven, desgraciadamente, con banqueros y empresarios en su mayoría cómplices o beneficiarios de la crisis de la deuda, estos opositores –no todos– deambulan por sets televisivos abonando un "sentido común" de las cosas –"hay que pagar como sea", "la justicia estadounidense es un modelo", "aunque no la tenga, hay que darle la razón al juez"– que no contempla ninguno de los argumentos del gobierno, como si lo excluyera de la posibilidad de hacer o decir algo correcto.
El suyo es un relato de inmenso vacío. No traduce vocación de poder. Ni ansias de transformación. Desnuda apenas el propósito de administrar a futuro esa especie de consorcio de propietarios inamovibles a través del tiempo, que es como ven al bloque de poder económico. No quieren ser jefes de Estado, sólo gerentes dóciles.
La consultora Poliarquía, que no es oficialista, refleja un crecimiento sostenido de la imagen de Cristina Kirchner por su manejo de la crisis. Una encuesta sobre 1400 casos revela que en junio la valoración positiva era del 35%, la regular del 25%, la negativa del 31% y el 6% no sabía o no contestaba. Un mes después, los números son otros: 47% positiva, un 21% regular, un 25% negativa y los que no saben ni responden llegan al 7 por ciento.
La presidenta tiene antecedentes como buen piloto de tormenta, pero esta vez la rusticidad opositora se la hizo más fácil. Enfrente tuvo dirigentes que reprodujeron, con algunas leves variantes, el discurso de Paul Singer, un especulador que atenta contra el interés nacional por codicia. Es lógico entonces que crezca la imagen presidencial. Pasó cada vez que el kirchnerismo –como esa vez con la fragata Libertad retenida en Ghana– logró instalar en el debate público la cuestión de la soberanía reduciendo la incidencia de otros asuntos que los medios antikirchneristas sobredimensionan, a veces, hasta volúmenes ridículos.
Como si de golpe, el manto de irrealidad que fabrican estas usinas interesadas en erosionar el discurso oficial, cediera ante un sentimiento verdadero y potente que ilumina al conjunto de la sociedad. Nuestro país no será Canadá, tampoco Australia –no todavía–, pero es el único que tenemos, y ante cualquier sensación de ultraje a su autonomía, la figura fuerte de la presidenta aparece como un límite cierto a esas voracidades.  
Es fácil advertir también que la dirigencia opositora más perturbada por los focos televisivos rehúye discutir en los términos que propone el oficialismo. Se toma tan en serio lo del país dividido, que cuando la opinión mayoritaria la contradice se refugia en una dialéctica evasiva. En vez de explicar qué harían de distinto para resolver el problema crónico de la deuda y defender en simultáneo la soberanía, tratan primero comprensivamente el punto de vista de Singer & Cía y luego salen monologando de la minería a cielo abierto o el déficit de carne vacuna.
No dialogan con el kirchnerismo. No tienen intención de hablar, aún en situaciones críticas como esta, que lo demandan. Su "sentido común" retacea valor o incumbencia, incluso, a lo que diga un ministro que cosecha aplausos en tribunas internacionales como el G-77, la OEA o la ONU, defendiendo la postura argentina. Quizá porque, de sólo intentarlo, de acudir en solidaria cooperación política, la estrategia digitada por el poder económico que busca la satanización constante de este gobierno, a través de las tapas y zócalos de los medios de comunicación que controlan, se vería mellada. Es sabido: desde la pelea por la 125, al menos, que el oficialismo es presentado en la gran pantalla mediática como una secta de arribistas y rufianes, cuando no como una banda de nostálgicos ideológicos y épicos atolondrados.
Los opositores que atravesaron esta grieta de sentido ficticia, esa zanja de Alsina virtual para reconocer en el kirchnerismo un adversario que lidia con los asuntos de Estado y no un enemigo, se cuentan con los dedos de una mano. El radical Leopoldo Moreau, por caso, se lució al conceder que el tratamiento de la deuda en las gestiones K es un hito democrático, como el Juicio a las Juntas alfonsinista. Eso sí es desafiar el "lugar común" prefabricado para la política por los dueños del poder y del dinero, que no creen en ella. O, mejor dicho, que no creen en cierta política que pueda pensarse por fuera de su influencia determinante.
La oposición cerril, la que toma el "sentido común" de las corporaciones, la que cede a su oferta de domesticación, no está comprendiendo que existe otro "sentido común" que se expresa en el kirchnerismo y que, en peleas como las de los buitres, reconecta con aspiraciones populares muy expandidas.
El escenario preelectoral montado por los medios antikirchneristas es bastante triste para la política. En ninguna de las encuestas conocidas aparece un candidato que supere el 22% de la intención de voto general. Tampoco un kirchnerista puro despega, aunque en este espacio todavía no se conoce cuál será el elegido por su figura más convocante, es decir, la presidenta. El escenario es frustrante. Si se trasladara al 2015, tal como se prefigura hoy, cualquier presidente sería un presidente débil. Sería un festín para las corporaciones.
Cuando un presidente democrático es débil, la democracia entera lo es. Construir mayorías parlamentarias para concretar un proyecto de país distinto, que contradiga relatos y acciones corporativas, no es tarea sencilla. No es para hacer pucheros desde la banca con la muñeca "republiquita". En estos casos, si la sociedad no empodera al que conduce, el poder queda donde siempre, es decir, del lado conservador del sistema. El kircherismo asumió el desafío, cuando Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada. Logró crecer con una agenda de cambios y transformaciones, en muchos casos radicales, que no se vislumbra hoy en la oferta opositora. También descubrió en el trance lo generosa que puede ser la sociedad cuando las cosas marchan bien y lo mezquina que puede ser cierta política cuando hay que enfrentar a los dueños de casi todo.
La pregunta esencial es si después de una década y monedas kirchnerista, el presidente que surja en 2015, votado en una primera vuelta por el 20 o el 30 % del electorado tendrá la suficiente fortaleza para sostener el universo de derechos sociales, económicos y culturales que se consagraron en esta última década.
El que surge es un escenario hipotético, aunque no improbable, y claramente funcional a los enemigos más encarnizados del tipo de Estado que reconstruyó el kirchnerismo, después de otra década y monedas de neoliberalismo salvaje donde el poder económico hizo y deshizo a su antojo hasta el estallido del 2001. No hay que olvidarse nunca de las secuelas.
La restauración conservadora sueña con archivar la experiencia del kirchnerismo insubordinado entronizando un presidente soso que gerencie la vuelta a un esquema político que, en lo central, no cuestione su renta con planteos populistas.
Después de la anomalía incluyente de los últimos años, sería el retorno a la "normalidad" previa con bolsones de gente que no entran en la bitácora de los derechos. La mayoría de los precandidatos poskirchneristas, al menos por ahora, cumplen con el requisito bastardo de la debilidad. Pero está claro que lo que es una solución para el poder económico, para la política pasa a ser un problema.
La fatiga que un sector de la sociedad manifiesta hacia el oficialismo no se traduce en la elección de un candidato arrasador y exitoso. Tal vez, porque en muchos de los discursos opositores se detecta una prosa corporativa que alude a situaciones ya vividas. En general, bastante extremista. Lo suficiente como para espantar, incluso, a los que se dicen genuinamente antikirchneristas. La prédica de la Sociedad Rural es descarnadamente rentística y sectorial. La del Foro de la Convergencia Empresarial, neoliberal en doctrina. ¿Cómo no percatarse, por ejemplo, que detrás de la airada protesta por la "década depredada" de Miguel Etchevehere, asoma el deseo de recuperar ganancias extraordinarias eliminando las retenciones, es decir, desfinanciando al Estado? ¿Qué proyecto de país pequeño es ese? ¿A quién puede seducir el capricho ideológico de los ruralistas sino a los ruralistas?
El problema no es Etchevehere, que defiende su plata. Pero políticos que dicen lo mismo que él, o que aplaudan su balance chicato sobre la década que pasó, sólo capturan la atención de Etchevehere. No puede ser el discurso de un candidato que aspire a la mayoría. Sí, el de uno que se postule a gerente.
Los del Foro de la Convergencia Empresarial también son una mochila de plomo. Sus integrantes se reunieron en Córdoba para exigirle al Estado que, como solución al gasto excesivo, eche un millón y medio de empleados públicos a la calle. Lo hicieron desde la Fundación Mediterránea que catapultó a Domingo Cavallo al poder en los '90. Los candidatos que van a sus almuerzos posan alegres comunicando un pasado trágico, el neoliberal.   
Como ocurre en la contienda con los buitres, aún los antikirchneristas verdaderos saben diferenciar entre Singer y Cristina. En cuestiones de soberanía territorial o financiera, no hay mucho que discutir de cara a la sociedad. Tampoco cuando la pelea se da de manera nítida, como se dio en este tiempo, entre una economía democrática incluyente y otra corporativa y excluyente. El problema de la vieja política es no querer entender lo primero y mucho menos lo segundo.
Mientras tanto, el poder económico se prepara para ungir a un presidente débil en 2015, que vuelva a introducir en el Estado a los funcionarios dóciles que van a la escuelita del Malba para aprender a decir "Sí, buitre".
Este es el problema de la política hoy.
La escuelita de Magnetto
Clarín inauguró un ciclo en el Malba –el museo que estaba cerrado el día de la final del mundial para enojo de Beatriz Sarlo– llamado "Democracia y Desarrollo", bajo la consigna "en todo lo que pensemos puede haber una coincidencia". A primera vista, es una apuesta del grupo empresario a recuperar parte del legado desarrollista. También una lavada de cara consensual a una marca, la del Grupo Clarín SA, hoy identificada con la antipolítica y el abuso monopólico. Para salir de la situación de debilidad y aislamiento, sus accionistas pensaron este ciclo como la Mesa del Diálogo Argentino que impulsó la Iglesia Católica durante el mandato de Eduardo Duhalde, aunque esta vez el lugar de Bergoglio es ocupado por Héctor Magnetto. Por su tribuna desfilan, con curioso aire de novedad, ex funcionarios, algunos asesores de malos gobiernos y consultores diversos, que repiten los lineamientos neoliberales de los documentos del Foro de la Convergencia Empresarial que reúne a la Sociedad Rural, Clarín, La Nación, Techint, Arcor y la AmCham. Como para que Rogelio Frigerio se revuelque en su tumba. El próximo 12 de agosto, cuando se discuta sobre Vaca Muerta, tienen turno para concurrir el gobernador neuquino Jorge Sapag y los diputados con ansias gerenciales Sergio Massa, Julio Cobos y Hermes Binner. También serán de la partida como asistentes a la escuelita de Magnetto, Juan José Aranguren, de Shell, y Juan Garoby, de YPF.
Los encuentros se televisan por el Canal Metro. Magnetto mismo lo decidió. Pretende ganar así consenso y apoyo político para reiniciar su pelea judicial y no adecuarse a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Otra vez sopa.
El boletín de notas de su escuelita, que refleja el nivel de sumisión de los concurrentes al país corporativo, se reparte todos los días. Con títulos, fotos y epígrafes.
Fuente: http://www.infonews.com/2014/08/03/politica-156139-el-problema-de-la-politica.php

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