lunes, 8 de noviembre de 2010

Los vientos de los noventa siguen soplando Por Carlos del Frade, periodista politica@miradasalsur.com Em los ’70, el Puerto de Rosario tenía alrededor de 15.000 trabajadores. Hoy hay menos de mil trabajadores en blanco.



Los vientos de los noventa siguen soplando

Em los ’70, el Puerto de Rosario tenía alrededor de 15.000 trabajadores. Hoy hay menos de mil trabajadores en blanco.

La dictadura, el menemismo, las cerealeras y las aceiteras quebraron el paisaje de Rosario
La historia de los puertos sobre las marrones aguas del Paraná es anterior al sueño colectivo inconcluso parido el 25 de mayo de 1810 y a la propia invención del virreynato del río de La Plata. Hacia 1527, donde hoy se levanta Puerto Gaboto, al norte de Rosario, surgieron los primeros rudimentos de muelles que hoy conforman la principal puerta de exportación de los cereales argentinos.
El complejo oleaginoso que va desde Timbúes, pasa por Puerto San Martín y San Lorenzo, ignora la cuna de la bandera y termina en Punta Alvear, ha desplazado al que fuera el segundo cordón industrial más importante de América latina después del de San Pablo.
Más allá de la crisis financiera del año 2009, Cargill, Dreyfus, Bunge, Nidera, Molinos Río de la Plata, Toepffer, Aceitera General Deheaza y Minera Bajo La Lumbrera, tuvieron una facturación total de de 52.104 millones de pesos, alrededor de 13 mil millones de dólares. Una enorme masa de dinero que no se vuelca en la vida cotidiana de sus trabajadores ni tampoco en los pueblos y ciudades que le dan sustento a pesar del creciente nivel de contaminación ambiental que provocan.
Para la Escuela de Estadísticas de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario, citados por la Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso, Desmontadores de Algodón y Afines de la República Argentina, estas firmas invierten solamente un 1,94 por ciento del total de sus erogaciones en salarios.
En el caso de los estibadores la cuestión es peor porque el sueldo de los jornaleros apenas representa un cinco mil de las utilidades de las empresas radicadas sobre el caudaloso Paraná.
Este presente de opulencia e impunidad es hijo directo de una historia de saqueo.
La ruta nacional número 11 y las vías del ferrocarril Belgrano son testigos de las transformaciones de esta región, junto a los pueblos y ciudades que vieron desaparecer las plumas flamígeras de las chimeneas de las fábricas que hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado iluminaban la noche anunciando el tercer turno, la producción constante, el casi pleno empleo.
Hoy la noche avanza en silencio y ya casi no hay colectivos a esas horas. Aquellas fábricas dejaron de ser a mediados de los años noventa cuando el menemismo rubicundo arrasó con las plantas de pintura, químicas, petroquímicas, de jabones, porcelanas, textiles y frigoríficas. Entre ciento cincuenta y doscientas empresas medianas y grandes fueron cerradas en aquellos tiempos y otras tantas derivadas del desguace estatal de los ferrocarriles, la Junta Nacional de Granos, los puertos estatales y el saqueo de YPF y sus destilerías, produjeron la soledad del camino y la ausencia de bares que sembraban de sillas las calles de aquellas ciudades y pueblos.
Los pasajeros habituales de las líneas de colectivos que atraviesan la zona ya saben que necesitan relojes y paciencia. Cosa impensable cuarenta años atrás cuando la empresa de transporte “9 de Julio”, de colores azul y blanco, recorría la ruta 11 cada cinco minutos y no hacía falta otra señal para llegar temprano o a tiempo al lugar de destino. El chofer manejaba una boletera de por los menos veinte papeles que tenían como destino cada una de las fábricas y la familia sabía que no habría demora ni sorpresa.
Solamente quedaron las grandes aceiteras, las terminales privadas que desplazaron al mítico puerto rosarino, aquel que fuera cantado como “la capital de los cereales que se levanta junto al río Paraná”.
Aquel puerto llegaba a mover entre 10 y 15 mil trabajadores hasta mediados de los años setenta. Hoy apenas tienen empleo en blanco menos de trescientas personas aunque la publicidad oficial habla de una terminal multipropósito ideal para los grandes negocios internacionales.
Todo comenzó con el ex gerente general de Acindar, José Alfredo Martínez de Hoz, devenido en ministro de Economía de la dictadura que hacia 1979 eliminó el monopolio del control de granos que estaba en manos de la entonces Junta Nacional de Granos.
Fue la piedra fundamental del desarrollo de los puertos privados.
Hacia 1987, como consecuencia de una increíble huelga de casi dos meses de duración en el todavía puerto estatal rosarino por un reclamo de vacaciones, aquellos muelles fueron declarados “sucios”, terminología que en el negocio exportador es sinónimo de suicidio. En ese mismo año, como consecuencia de aquel conflicto inventado, surgió la llamada Terminal 6, la síntesis de tres aceiteras cordobesas y tres santafesinas. Ya las cargas cerealeras dejaron de llegar o salir de Rosario y pasaron a ocupar los terrenos de Puerto San Martín, San Lorenzo, Punta Alvear, Arroyo Seco y Villa Gobernador Gálvez.
Los dirigentes sindicales de entonces y los representantes de las cámaras de empresas navieras que protagonizaron aquel conflicto de tantos días terminaron trabajando todos juntos en la nueva empresa privada.
Aquel desguace del puerto rosarino significó el origen del boom exportador oleaginoso.
La piel de la región comenzó a cambiar.
Ya no se veían batallones de obreros circulando en bicicleta hacia las fábricas ni las ansiadas camisas de los que trabajaban en Celulosa, en Capitán Bermúdez, o en el mismísimo ferrocarril. Eran ropas que cotizaban en alza en los bailes de los clubes en los años sesenta y setenta porque eran el pasaporte a una vida familiar sin apremios económicos y por eso los muchachos iban con esas camisas a buscar compañeras.
El colectivo “9 de Julio” dejó paso a las unidades amarillas de un empresario de cuestionadas habilidades, de apellido Bermúdez, que constituyó uno de los tantos oligopolios del transporte en la provincia de Santa Fe y ya la noche dejó de ser territorio de trabajadores para convertirse en paseo de fantasmas, junto a los esqueletos vacíos de las fábricas.
Allí donde estaba Cerámica San Lorenzo, donde llegaron a trabajar más de mil personas, se instaló una ensambladora de motocicletas que solamente dio ocupación a cuarenta muchachos, casi ninguno de la ciudad donde San Martín inició su epopeya en clave de patria grande.
La privatización de YPF derrumbó la llamada mística ypefiana y los otrora orgullosos obreros de la petrolera comenzaron a ocupar espacios en las crónicas policiales que relataban los suicidios de los que hasta el día de hoy esperan cobrar el porcentaje de las ganancias que le prometieron por aquel famoso Programa de Propiedad Participada.
Quedaron pocas escuelas técnicas y pocos overoles.
En las escuelas para adultos cuando el profesor pregunta que levante la mano quién tiene o conoce un recibo de sueldo en blanco, apenas un puñado de dedos se eleva. La gran mayoría trabaja en negro, changuea y espera que alguna multinacional se le ocurra levantar un nuevo silo.
La histórica ciudad de San Lorenzo parece hoy el patio trasero de Molinos Río de la Plata y Vicentín. Enormes robots de lata y acero se levantan a la vera de la ruta 11 cuando se llega desde Rosario. Allí hay luces permanentemente encendidas pero muy poca gente trabajando. El nivel de ocupación de las grandes aceiteras es mínimo y cada nueva inversión anunciada con bombos y platillos por los sectores políticos y empresarios precariza aún más la mano de obra.
Miles de millones de dólares surgen del complejo oleaginoso que se levanta sobre el río Paraná en forma paralela al crecimiento de la economía en negro donde también aumenta su dimensión los circuitos del narcotráfico y la prostitución muchas veces protegidos por las fuerzas de seguridad, provinciales y nacionales. En forma paralela, los estibadores de la zona dicen que de cada tres barcos que parten de los muelles privados, hay uno que pasa de largo, que no rinde ningún tipo de control. Es el inicio de la fenomenal evasión que recién ahora comienza a investigar la Administración Federal de Ingresos Públicos.
La región del Gran Rosario, el otrora mítico Cordón Industrial del Paraná, era obrera, ferroviaria y portuaria. Hoy es solamente una gran área de servicios, empleo precarizado y zona de turismo.
No es casual que una de las últimas nominaciones que adquirió la región haya sido “capital nacional del helado artesanal”, designación colocada por algún diputado en plena década del noventa cuando los fuegos del tercer turno y la plena ocupación se apagaban definitivamente.

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