Los principales referentes de las fuerzas opositoras hacen negocios o prometen favores de campaña para el Grupo que les da protección mediática y política.
Favor con favor se paga. En eso anda cada uno de los candidatos satélites del ubicuo universo opositor. Se acercan más –o un poco menos– al centro del poder de acuerdo al grado de sumisión, pleitesía o temor que estén dispuestos a exhibir públicamente ante el astro principal. Y, por lo visto, están dispuestos a todo.
Así se llegó al actual escenario preelectoral que presenta una nitidez sorprendente, porque nunca antes, al menos del ’83 a la fecha, fue tan evidente el rol que el establishment le asigna a cada uno de sus delegados en la arena política. Y a la vez, tampoco ha sido claro como hoy, quiénes son aquellos que se enfrentan al poder corporativo tradicional de la Argentina. La tensión entre el proceso político-social encarnado desde el Estado por la presidenta Cristina Fernández y sus antagonistas, los grupos concetrados, con sede en AEA y con los Grupo Clarín y Techint como sus principales espadas, sintetiza la puja de fondo sobre qué modelo de país se juega en octubre.
Pero lo asombroso –sigue siendo asombroso, por qué no- es detenerse a apreciar el grado de encuadramiento al que es capaz de entregarse el conjunto del bloque opositor ante los manifiestos intereses del CEO de Clarín, Héctor Magnetto. Su bendición puede hacerlos hociquear en un tris.
Ricardo Alfonsín un día se calzó el traje de candidato presidencial y echó mano a los tics y hasta las cobartas de su padre Raúl, sin dudas una de las figuras más respetadas de los últimos 50 años de historia argentina. Pero el hijo olvidó tomar del armario de su papá algunas convicciones: Alfonsín –el original– se enfrentó en tiempos difíciles a ciertas corporaciones, entre ellas, Clarín. Hoy, la parábola de Ricardo es asombrosa: posa sin sonrojarse junto a Francisco de Narváez y está persuadido de que su discurso debe congraciarse con los grupos concetrados. Entre otras piruetas, en un año cambió de postura con respecto a la vertebral Ley de Medios de la Democracia. Hoy, dice que quiere derogarla. En el tercer piso del edificio de Clarín sonríen.
Y si de favores se trata, vale repasar otros casos en particular. Mauricio Macri es un agradecido comensal. Junto a Eduardo Duhalde, Mario Das Neves, De Narváez, Felipe Solá y Carlos Reutemann, el alcalde porteño participó, más de un año atrás, de una cena en la casa de Magnetto. Frustada toda chance presidencial, el líder del PRO se refugió en la Ciudad para pelear por su reelección. En el camino a las urnas supo cerrar con la empresa PRIMA, del holding, un escandaloso negocio por 270 millones de dólares por cinco años para la provisión de netbooks para alumnos y docentes porteños. Cobertura mediática mediante, Macri rehuye de los debates preelectorales si no son en territorio amigo. Sólo acepta discutir sus propuestas con Daniel Filmus en el piso de TN.
Duhalde, en tanto, es un viejo aliado del grupo: su paso por la Casa Rosada le entregó a Clarín el blindaje que necesitaba entonces para no estallar por el aire: la pesificación asimétrica y la Ley de Bienes Culturales. Su faena fue bien reconocida por la editorial de Noble-Magnetto: quedó para la historia aquella tapa emblemática cuando el 26 de junio de 2002, la Policía fusiló a los jóvenes militantes Kosteki y Santillán, y Clarín ocultó toda responsabilidad política del crimen en su portada bajo el título: “La crisis causó 2 nuevas muertes.” Duhalde hoy descalifica los avances de los últimos años en materia de Derechos Humanos y brega para que los delitos de lesa humanidad de la dictadura cívico-militar queden en el olvido. También, obviamente, apunta contra la Ley de Medios.
Con perfil más bajo, Hermes Binner cedió a las presiones del Grupo y le entregó, en parte, la provisión de las boletas electorales de los comicios provinciales que se realizarán el 24 de julio. Así, el gobernador socialista intentó evitar un escándalo y se encontró con otro. Primero le había adjudicado de manera directa la impresión de las boletas a la empresa Boldt, que explota casinos en Santa Fe. Pero dio marcha atrás, partió el negocio e incorporó al Grupo Clarín. Boldt sólo imprimió las boletas de las primarias. Por su parte, Elisa Carrió fue más allá de lo impensado: adoptó como bandera la defensa de Ernestina Herera de Noble en la causa en que se investiga si Marcela y Felipe, sus herederos, son hijos de desaparecidos. Lilita no tuvo complejos al afirmar que esos jóvenes “son nuestros hijos”. Y en su furibunda oposición al gobierno nacional no dudó en ponerse bajo el sol de Magnetto y definir que Clarín es la última barrera contra el autoritarismo kirchnerista.Quizá ni el propio Magnetto les haya pedido tanto.
Así se llegó al actual escenario preelectoral que presenta una nitidez sorprendente, porque nunca antes, al menos del ’83 a la fecha, fue tan evidente el rol que el establishment le asigna a cada uno de sus delegados en la arena política. Y a la vez, tampoco ha sido claro como hoy, quiénes son aquellos que se enfrentan al poder corporativo tradicional de la Argentina. La tensión entre el proceso político-social encarnado desde el Estado por la presidenta Cristina Fernández y sus antagonistas, los grupos concetrados, con sede en AEA y con los Grupo Clarín y Techint como sus principales espadas, sintetiza la puja de fondo sobre qué modelo de país se juega en octubre.
Pero lo asombroso –sigue siendo asombroso, por qué no- es detenerse a apreciar el grado de encuadramiento al que es capaz de entregarse el conjunto del bloque opositor ante los manifiestos intereses del CEO de Clarín, Héctor Magnetto. Su bendición puede hacerlos hociquear en un tris.
Ricardo Alfonsín un día se calzó el traje de candidato presidencial y echó mano a los tics y hasta las cobartas de su padre Raúl, sin dudas una de las figuras más respetadas de los últimos 50 años de historia argentina. Pero el hijo olvidó tomar del armario de su papá algunas convicciones: Alfonsín –el original– se enfrentó en tiempos difíciles a ciertas corporaciones, entre ellas, Clarín. Hoy, la parábola de Ricardo es asombrosa: posa sin sonrojarse junto a Francisco de Narváez y está persuadido de que su discurso debe congraciarse con los grupos concetrados. Entre otras piruetas, en un año cambió de postura con respecto a la vertebral Ley de Medios de la Democracia. Hoy, dice que quiere derogarla. En el tercer piso del edificio de Clarín sonríen.
Y si de favores se trata, vale repasar otros casos en particular. Mauricio Macri es un agradecido comensal. Junto a Eduardo Duhalde, Mario Das Neves, De Narváez, Felipe Solá y Carlos Reutemann, el alcalde porteño participó, más de un año atrás, de una cena en la casa de Magnetto. Frustada toda chance presidencial, el líder del PRO se refugió en la Ciudad para pelear por su reelección. En el camino a las urnas supo cerrar con la empresa PRIMA, del holding, un escandaloso negocio por 270 millones de dólares por cinco años para la provisión de netbooks para alumnos y docentes porteños. Cobertura mediática mediante, Macri rehuye de los debates preelectorales si no son en territorio amigo. Sólo acepta discutir sus propuestas con Daniel Filmus en el piso de TN.
Duhalde, en tanto, es un viejo aliado del grupo: su paso por la Casa Rosada le entregó a Clarín el blindaje que necesitaba entonces para no estallar por el aire: la pesificación asimétrica y la Ley de Bienes Culturales. Su faena fue bien reconocida por la editorial de Noble-Magnetto: quedó para la historia aquella tapa emblemática cuando el 26 de junio de 2002, la Policía fusiló a los jóvenes militantes Kosteki y Santillán, y Clarín ocultó toda responsabilidad política del crimen en su portada bajo el título: “La crisis causó 2 nuevas muertes.” Duhalde hoy descalifica los avances de los últimos años en materia de Derechos Humanos y brega para que los delitos de lesa humanidad de la dictadura cívico-militar queden en el olvido. También, obviamente, apunta contra la Ley de Medios.
Con perfil más bajo, Hermes Binner cedió a las presiones del Grupo y le entregó, en parte, la provisión de las boletas electorales de los comicios provinciales que se realizarán el 24 de julio. Así, el gobernador socialista intentó evitar un escándalo y se encontró con otro. Primero le había adjudicado de manera directa la impresión de las boletas a la empresa Boldt, que explota casinos en Santa Fe. Pero dio marcha atrás, partió el negocio e incorporó al Grupo Clarín. Boldt sólo imprimió las boletas de las primarias. Por su parte, Elisa Carrió fue más allá de lo impensado: adoptó como bandera la defensa de Ernestina Herera de Noble en la causa en que se investiga si Marcela y Felipe, sus herederos, son hijos de desaparecidos. Lilita no tuvo complejos al afirmar que esos jóvenes “son nuestros hijos”. Y en su furibunda oposición al gobierno nacional no dudó en ponerse bajo el sol de Magnetto y definir que Clarín es la última barrera contra el autoritarismo kirchnerista.Quizá ni el propio Magnetto les haya pedido tanto.
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