miércoles, 30 de noviembre de 2011

Osvaldo Bayer, hoy más que nunca

Por: 
Eduardo Anguita

Próximo a cumplir 85, está rodeado de sus archivos y añora a Marlies –su esposa y madre de sus cuatro hijos– que está en Alemania con un tratamiento de diálisis que le impide acompañar a Osvaldo a Buenos Aires.

El gran narrador de las luchas obreras patagónicas, el implacable periodista y el riguroso historiador, las tres personas distintas son un solo hombre verdadero: Osvaldo Bayer. Y hoy, martes 29, tendrá un reconocido homenaje en la Casa de la provincia de Buenos Aires, Callao 237, a pocos metros del Congreso de la Nación. El acto será a las 18:30 y hablarán el historiador y ministro de Educación bonaerense, Mario Oporto, el politólogo y vicepresidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, y quien escribe estas líneas, que tuvo el inmenso placer de acompañar a Bayer, junto con Emiliano Costa y un equipo, hace cinco años, por los mismos escenarios donde se produjeron las luchas de los peones rurales en Santa Cruz durante el año 1920 y hasta principios de 1922. De esa recorrida surgió el film La vuelta de Osvaldo Bayer, del cual se proyectarán algunas secuencias. Aquello fue pensado como un regalo para el cumpleaños 80 de Bayer.
Esta vez, el encuentro tendrá dos puntos centrales. El primero es que, en pocos días, se cumplirán 90 años de los fusilamientos masivos de peones en la estancia La Anita, propiedad de la familia Braun, entonces y ahora, a cargo de tropas del Ejército comandadas por el entonces coronel Héctor Benigno Varela. Es curioso, el padre del fusilador lo bautizó Benigno para que nadie lo confundiera con el caudillo federal Felipe Varela, al que consideraba el Maligno. El segundo motivo es respaldar a Bayer ante el insólito juicio que le iniciaron. El domingo 3 de septiembre, con la ironía que lo caracteriza, Bayer iniciaba un artículo así: “No me puedo quejar. Hay que tener suerte. Los Martínez de Hoz me han iniciado juicio. Eso no le pasa a cualquiera. Ahora sí que me siento un elegido por el destino. Es por el film Awka Liwen, donde se analiza la Campaña del Desierto de Roca y mencionamos al fundador de la Sociedad Rural que fue, por supuesto, un Martínez de Hoz. El juicio alcanza también al codirector del film, Mariano Aiello, y al historiador Felipe Pigna. Los que inician el juicio son los dos nietos de José Alfredo Martínez de Hoz, el conocido ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas.” Más adelante, agrega: “Me hubiera gustado que esos nietos me hubieran desafiado a un debate en la Biblioteca Nacional, por ejemplo, donde hubiéramos podido públicamente abrir todos los documentos que aseveran lo que sostenemos en el film. No. Inician un juicio, donde exigen una condena en dinero, impagable, por la cual los supuestos condenados deberíamos pagar solicitadas en todos los diarios del país declarándonos culpables de haber falsificado la historia. Por mi parte no tengo ningún temor. En mi vida de investigador histórico sobre los aspectos más oscuros y dramáticos de nuestra historia del último siglo he ganado todos los juicios o se han enterrado todas las amenazas de juicios. Porque siempre he sostenido que en historia no se puede mentir ya que, de hacerlo, alguna vez vendrá un investigador surgido de las bibliotecas y archivos para demostrar la verdad.”
Es una pena que los Martínez de Hoz no hayan tomado nota de la austeridad de Bayer, cuyo pequeño departamento de planta baja de Belgrano tiene un cartelito, donde fileteado se lee “El tugurio”. La idea y el cartel fueron un aporte del gran amigo de Bayer, el otro Osvaldo, el Gordo Soriano, asistente semanal a tertulias en lo de Bayer. Soriano, que vivía rodeado de gatos y libros, no podía entender que Bayer estuviera rodeado sólo de archivos y libros.
Este domingo, en un excelente artículo publicado en Miradas al Sur, Gabriel Bencivengo desgrana quiénes son los soldados pretorianos de las multinacionales. Se destaca José Martínez de Hoz, homónimo de su padre que tiene como socio a un hijo de Mariano Grondona. Ellos dos y sus socios se ocupan de los menesteres de algunas empresas extranjeras que extraen hidrocarburos en la Patagonia. “La lista de sus clientes es extensa –aclara Bencivengo–, pero muy representativa. Pan American Energy, BP Argentina Explorations Company, BP America Production Company, Mobil Expoloration and Development y El Paso Energy International Company, además de los grupos Enersis, Elesur y Wintershall AG”.
CERCA DE LOS 85. El viernes 18 de febrero de 1927, Albina Colombo y José Bayer festejaron el nacimiento de Osvaldo, su tercer hijo. Como José trabajaba en el Correo cambiaba de destino. Osvaldo nació en Santa Fe, y luego la familia Bayer fue un tiempo a Tucumán hasta que se asentaron definitivamente en el barrio de Belgrano, en plena Capital. Osvaldo jugaba a la pelota en la plaza de Juramento y Cuba y luego cursó la primaria en la escuela municipal Casto Munita. De joven ensayó distintos oficios, desde guardavidas hasta marino mercante, y a los 28 años se fue a Hamburgo a estudiar Historia. Volvió a la Argentina y trabajó de periodista. Fue secretario de redacción de Clarín y estuvo al frente del Sindicato de Prensa entre 1959 y 1962. Sus estudios sobre las huelgas obreras en el sur argentino comenzaron a cobrar notoriedad por un artículo publicado en Todo es Historia, hacia 1968.
Tenía por entonces 36 años y las luchas obreras contra el dictador Onganía cobraban fuerza. Bayer sacó a la luz páginas que la historia oficial había falsificado justo en un momento donde una dictadura perseguía y castigaba obreros. Desde entonces, con exilio y pérdidas mediante, Osvaldo es parte de la historia. Próximo a cumplir 85, está rodeado de sus archivos y añora a Marlies –su esposa y madre de sus cuatro hijos– que está en Alemania con un tratamiento de diálisis que le impide acompañar a Osvaldo a Buenos Aires. Por eso, poco después de este encuentro de hoy, el gran maestro viajará a Alemania a juntarse con esposa, hijos y nietos. Extrañará, como lo hace siempre, a los miles y miles de seguidores a los que Bayer se brinda con una generosidad notable. También echará de menos la foto que más añora y que está junto al retrato de sus padres, ahí, a la entrada del Tugurio. La de Marlene Dietrich, su preferida.
Desde esa casa partimos cuando fuimos a hacer La vuelta…, casi seis años atrás. Osvaldo llevaba algunos de los archivos de Los vengadores de la Patagonia Trágica y algo de ropa cuando nos largamos a Santa Cruz. Vimos los paisajes más hermosos, en los que Bayer nos dio los testimonios más crudos. La soledad, el frío, los vientos y los glaciares, las extensiones esteparias, la belleza inigualable, envolvieron aquella tragedia de la que se cumplen nueve décadas.
ESTANCIAS INGLESAS Y LIGA PATRIÓTICA. Hacia 1920, todas las propiedades latifundistas patagónicas, en la Argentina y Chile, estaban en manos extranjeras. Algunas de las estancias eran propiedad de la Corona Británica y abarcaban territorios de ambos lados de la cordillera. Otras, como los casos de las familias Braun y Menéndez Behety, eran inmigrantes ricos que aprovecharon el auge de la demanda de lana ovina en los mercados europeos. Sin embargo, la Gran Guerra tiró abajo los precios de la lana y, en consecuencia, los salarios de los peones se fueron al piso. La primera reacción obrera se produjo del lado chileno a mediados de ese año. Muchos de los huelguistas emigraron hacia la Argentina donde de inmediato surgieron las luchas.
El caudillo radical Hipólito Yrigoyen llevaba cuatro años al frente del Poder Ejecutivo. Por entonces, Santa Cruz era territorio nacional y el delegado del presidente era Edelmiro Correa Falcón, un conservador de sólidos vínculos con la Sociedad Rural de Río Gallegos. Por su parte, los obreros de los frigoríficos, los peones, los mozos y los empleados de hoteles estaban representados por la filial local de la FORA, sigla de la Federación Obrera Regional Argentina, de orientación anarquista y liderada por Antonio Soto, un muchacho de 20 años que había llegado a la Argentina como integrante de una compañía de teatro. En agosto de 1920, la FORA lanzó una huelga en los frigoríficos y se preparaba para sumar a los peones rurales, que vivían en condiciones miserables dentro de las estancias. Ante el clima de agitación y lucha, el gobernador Correa Falcón allana la sede de la FORA y mete presos a los sindicalistas españoles. Por entonces, la llamada Ley de Residencia permitía expulsar a los extranjeros sin más trámite, pero el juez Viñas, opuesto al gobernador, dispone la liberación de los detenidos. Los anarquistas lo viven como un triunfo y los empresarios se alarman.
Además de los uniformados, la Liga Patriótica asumió el papel de fuerza de choque parapolicial. Pese al nombre, todos sus integrantes eran extranjeros y se inspiraban en las guardias blancas europeas: estaban dispuestos a barrer a sangre y fuego cualquier protesta obrera. De hecho, habían surgido al calor de la Semana Trágica, en Buenos Aires, el año anterior. Por esos días, Yrigoyen ordenó al teniente coronel Héctor Benigno Varela que marchara al sur con el X de Caballería e intercedió entre huelguistas y patrones. Con un clima más distendido, a mediados de mayo, regresó a Buenos Aires. Las estancias retomaron el trabajo, los obreros esquilaban las ovejas con un sabor de triunfo.
Pero en agosto de 1921 la situación se agravó. Los peones se sentían estafados por los patrones mientras que los estancieros se quejaban de que no podían controlar la situación. A su vez, las ciudades estaban casi paralizadas. Los conservadores Manuel Carlés y Joaquín de Anchorena prometieron a los estancieros el envío de personal para incorporarse al “trabajo libre”. Ante la inoperancia del gobierno de Yrigoyen, la Liga Patriótica asumió el rol del Estado protector de los estancieros y represor de los obreros.
Antonio Soto y el resto de los dirigentes anarquistas decidieron retomar la iniciativa y partieron de Río Gallegos en dos autos Ford para recorrer las estancias y lograr que los patrones concedieran aumentos de salarios y mejores condiciones de vida. En 20 días recorrieron distintas localidades. En Puerto Deseado, San Julián, Santa Cruz y Río Gallegos la policía se lanzó a la caza de los anarquistas. Antonio Soto se enteró de eso cuando estaba en la estancia Bella Vista, propiedad de Sara Braun y administrada por Mauricio Braun. Junto al resto de los dirigentes, decidió convocar a una huelga general. Al 31 de octubre estaban sublevadas las estancias Buitreras, Alquinta, Rincón de los Morros, Glencross, La Esperanza y Bellavista. Todo en paz, sin disparar un solo tiro. Los estancieros huyen con sus familias.
Yrigoyen envió de nuevo a Varela. El 5 de noviembre embarcó con el X de Caballería y a los cinco días llegaron a Puerto Loyola, a pocos kilómetros de Río Gallegos. Pese a que los únicos muertos por entonces eran dos obreros de la estancia Bremen, Varela sostuvo que el orden estaba subvertido y que esa huelga era “contra la Patria”. De inmediato, envió un bando a los estancieros: las sociedades obreras estaban prohibidas y, a partir de entonces, los trabajadores serían matriculados por la policía. Nadie del gobierno nacional desautorizó ese mensaje que era una declaración de guerra.
El 16 de noviembre de 1921 unos 400 huelguistas a caballo irrumpieron en Paso Ibáñez –hoy Comandante Piedra Buena– cerca del puerto de Santa Cruz en apoyo a un conflicto del frigorífico Armour. Varela fue a dirigir personalmente las tratativas. Parlamentó en un galponcito con los anarquistas de quienes recibió un petitorio. La respuesta no se hizo esperar: rendición incondicional o fusilamiento. Los anarquistas decidieron retirarse de nuevo al campo, pero al día siguiente Varela cruzó el río Santa Cruz y ocupó Paso Ibáñez. La misión quedó a cargo del entonces capitán Carlos Elbio Anaya y la instrucción de Varela no daba lugar a malos entendidos. “Proceda sin consideración”, le dijo. Los obreros se habían rendido y, lo mismo, fueron fusilados.
A fines de noviembre, Antonio Soto y un nutrido grupo de huelguistas estaban asentados entre los lagos Argentino y Viedma. Al saber de los fusilamientos, Soto desistió de la idea de entrevistarse con Varela. Los huelguistas fueron camino al Calafate y resultaron atacados por las tropas. La prensa de entonces habló de “un enfrentamiento con cinco bajas para los huelguistas y un soldado herido”. La realidad fue que los soldados mataron a una veintena de huelguistas como moscas.
El 6 de diciembre Antonio Soto pasó la peor noche de su vida. Tras dos meses de andar por el campo, sabía que el Ejército estaba dispuesto a todo. Pero la mayoría de los huelguistas prefería dialogar y entregarse. Soto no logró congeniar con otros dirigentes. En Estancia La Anita, cerca del río Leona, los anarquistas debatieron hasta la madrugada. Decidieron enviar dos emisarios a dialogar con los militares y cuando se toparon con estos, los fusilaron. Un sargento, con bandera blanca, entró a la estancia con una falsa promesa: “Si se rinden, respetaremos sus vidas.” Soto no confió y escapó con una docena de jinetes. Al rato se produjo la ejecución masiva.
La Sociedad Rural de Río Gallegos, de inmediato, modificó la escala de precios de la peonada. Un peón, a partir de entonces, pasaba a ganar $ 80 la quincena en vez de $ 120. El 1 de enero de 1922, en el Hotel Argentino de Río Gallegos, los estancieros hicieron una fiesta en homenaje a Varela. Se cantó el himno argentino y la comunidad británica instó a que todos entonaran la canción de la amistad: For He’s a Jolly Good Fellow. Unos meses después, el 27 de enero de 1923, el anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens sorprendió a Varela al salir de su casa de la calle Fitz Roy y lo mató con una bomba casera y con varios tiros de revólver.

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