sábado, 20 de noviembre de 2010

La Vuelta de Obligado o el canto de un pueblo soberano

La Vuelta de Obligado o el canto de un pueblo soberano
El 20 de noviembre de 1845, noventa buques mercantes remontaban las aguas del Río Paraná custodiados por una poderosa flota de barcos de guerra ingleses y franceses, con casi cien cañones a bordo. La presencia extranjera pretendía comerciar en el Litoral y el Paraguay sin solicitar la autorización del gobierno argentino.
por Susana Román
El combate de la Vuelta de Obligado
Hacia mitad del siglo XIX,  Estados Unidos, Francia e Inglaterra se encontraban en plena expansión comercial y territorial en distintas regiones del planeta.

Estados Unidos intervino en México anexionando parte de su territorio incluido Texas.  Tanto Francia como Inglaterra tenían ambiciones de expansión comercial en esa región de México,  objetivos que fueron dejados de lado para no entrar en una confrontación militar con la naciente potencia del norte de América. Ambas naciones confluyeron entonces en una alianza para intervenir militarmente en el sur del mismo continente a fin de imponer sus intereses comerciales. El algodón que no podría cultivar Inglaterra en Texas, intentaría ser recuperado en los campos de la Confederación Argentina. 


Para ese entonces, Juan Manuel de Rosas era el Gobernador de la provincia de Buenos Aires y el depositario de las relaciones exteriores de la Confederación. En su segunda gobernación, Rosas había empezado a independizar comercialmente a la región promulgando la ley de aduanas, expropiando el Banco Nacional, prohibiendo la exportación de metales e imponiendo fuertes aranceles a la navegación de buques extranjeros en los ríos interiores para proteger las nacientes industrias locales.

En 1840 logró vencer el bloqueo de los franceses en una primera intervención armada y, la experiencia de esa lucha, la sabría aprovechar para vencer a la segunda intervención conjunta de Inglaterra y Francia. 

 
Unida toda la Confederación, expulsados los aliados internos que trabajaban para las potencias agresoras y valiéndose de las contradicciones de ambos imperios la victoria estaría asegurada, sumando a ello la oposición de una fuerte resistencia militar a la invasión haciendo que ésta resultara totalmente improductiva para los interventores.


El 20 de noviembre de 1845, un convoy comercial de noventa navíos mercantes custodiado por buques de guerra ingleses y franceses, intentarían remontar el Río Paraná en demostración de no existir soberanía argentina sobre el río, llevando mercaderías a las provincias del litoral y al Paraguay.  La intención además era ocupar los ríos interiores con sus escuadras, obligar a la “libre navegación” del Plata y sus afluentes y convertir a Montevideo en una factoría comercial para ambas potencias.


Con patriotismo, inteligencia y astucia, Rosas preparó la defensa cerrando el Paraná con baterías escalonadas a lo largo de sus costas para librar batalla contra sus agresores. La principal defensa se encontraba en la Vuelta de Obligado al norte de la ciudad de San Pedro.
Allí, el General Lucio V. Mansilla hizo tender de costa a costa sobre 24 lanchones tres gruesas cadenas para impedir el paso de las embarcaciones y ocupó con dos mil hombres las trincheras y baterías emplazadas en el lugar.       

Cuando los extranjeros avanzaron, Mansilla ordenó la defensa y proclamó a la tropa: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra Patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que recorre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”. 

Las bajas de los argentinos resultaron muchas por el heroísmo en la defensa de la posición y por la desproporción en el armamento, pero el hecho, demostraría a los interventores que no podrían vencer, pues la guerra de resistencia sería franca e implacable. 

L
a victoria que alcanzaron los anglo-franceses resultó pírrica; quizás confiaron demasiado en lo que aseguraban los emigrados unitarios, su prensa y sus libros: que ante su presencia en las costas, los pueblos "sacudirían el yugo de Juan Manuel de Rosas y  harían causa común con ellos". Forzaron el pasaje del río y tal vez podrían dominarlo, pero supieron que no podrían avanzar tierra adentro, ya que se sublevarían contra ellos todas las fibras de un pueblo viril atacado en sus hogares.

El desengaño de los aliados fue tan grande, como impotente de ahí en más la prédica de los emigrados. Y después de Obligado, todos en la Confederación se pusieron sin reservas al servicio de la patria. Las noticias de las pérdidas comerciales sufridas por el convoy y los relatos de la hidalguía y bravura de los argentinos llegaron a Londres. Los tenedores de bonos de deuda argentina reclamaban el fin de la intervención para poder cobrar. Ante esta situación, los gobiernos extranjeros ordenaron el retiro inmediato e incondicional de sus escuadras en el Plata desagraviando al pabellón argentino con 21 cañonazos.    

La victoria Argentina demostró que los triunfos no dependen de quien tenga más soldados y mayor poder de fuego, sino, de quien tenga la mas inteligente y ordenada estrategia, sin divisiones en el frente interno y llevando una excelente política exterior que explote las contradicciones del adversario.


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